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Pedro de Tena

De Bergoglio y de sus rarezas

Este Papa se esté convirtiendo en un extraño icono al que aplauden los ateos, los comunistas y los antiespañoles

Este Papa se esté convirtiendo en un extraño icono al que aplauden los ateos, los comunistas y los antiespañoles
Francisco I esta semana en Roma. | EFE

¿Hubiera sido Papa Jorge Mario Bergoglio de no haberse alejado Cristóbal Colón de las Islas Canarias, una de ellas en plena erupción volcánica, y haberse encontrado con lo que mucho después se llamó, injustamente, América? ¿Lo hubiera podido ser si Hernán Cortés no hubiera derrotado a los sanguinarios aztecas con la ayuda de todos los demás indígenas que poblaban México? ¿Lo sería de no haberse extendido una evangelización sistemática desde más allá de Florida a la Patagonia?

Viene esto a cuento de la aceptación del doble lenguaje, del doble rasero, de la doble vara de medir que inunda los discursos políticos vigentes. La presidencia de México quería que se pidiera perdón por los "desmanes" cometidos durante la Conquista según la interpretación actual del derecho y la moral, pero no habla de desmanes cuando evitar referirse a la matanza de decenas, tal vez centenas, de cristianos en el México de no hace tanto, de 1926-29. El Papa sí lo ha hecho en su carta, aunque de pasada.

Lenguaje bífido se destila asimismo cuando se habla de los indígenas para oponerlos a los españoles, sólo a los españoles. Pero ¿es que sólo había indígenas aztecas o mexicas, por ejemplo, en el México que se inventó Hernán Cortés? ¿Y los cientos de miles de indígenas que lo ayudaron desde La Malinche a los tepanecas para librarse de la crueldad azteca? En su conquista final de Tenochtitlán, en diciembre de 1520, se contaron 600 españoles entre caballeros e infantes, ballesteros, arcabuceros y cañoneros y nada menos que 10.000 guerreros indígenas de Tlaxcala, de Huejotzingo, Cholula y Tepeyac. Pero, claro, unos son hoy más indígenas que otros.

Precisamente la extraña carta del Papa Bergoglio que hizo leer al presidente de los obispos mexicanos, monseñor Rogelio Cabrera, arzobispo de Monterrey, comienza hablando del Bicentenario de la Independencia de México. O sea, hace doscientos años que los mexicanos se gobiernan a sí mismos. Pero para sus políticos España aparece como la causa de todos sus males pasados, presentes y futuros.

No sé yo si recomendar al presidente francés, Emmanuel Macron, que escriba una carta al primer ministro italiano Mario Draghi exigiéndole que pida perdón por el infame trato que el romano Julio César le dio a los galos y, desde luego y muy especialmente, al rey de los galos Vercingetorixs. Al parecer con estas cosas se ganan muchas otras. Pero, ojo, que donde las dan las toman y que España puede presentar una querella ante los tribunales internacionales por el pillaje, el saqueo y los asesinatos de Napoleón.

Otra de las rarezas destacadas de Bergoglio, además de preferir el reparto de los 2 panes y 5 peces para miles de hambrientos antes que procurar producir para ellos 2.000 panes y 5.000 peces y de hacernos pensar que si viene a Santiago de Compostela no viene a España, está en esa misma carta del pasado septiembre. Además de olvidar que la Virgen de Guadalupe, la morenita, es también la patrona de La Gomera, justo al lado de la isla de la Palma y su volcán en erupción, el pontífice ítalo-argentino destaca tres valores del México actual: independencia, la unión y la religión, no la lengua común español. Vaya memoria.

Y tantas y tantas otras rarezas, como referirse a una reconciliación nacional entre los españoles sin más concreción y tras una Transición política que amnistió a todos, entre ellos a los mataron a miles de católicos, pero que algunos se empeñan en reventar, hacen que este Papa se esté convirtiendo en un extraño icono al que aplauden los ateos, los comunistas y los antiespañoles y al que cada vez más desoyen o desprecian muchos liberales y conservadores católicos españoles.

Si tiene tanto empeño en que se pida perdón por el pasado perpetrado, en la Iglesia hay mucho perdón que pedir. Se me viene a la memoria su santidad pecadora, Inocencio III, que cuando el inquisidor Arnoldo Almarico le preguntó que cómo distinguiría a los herejes cátaros de los obedientes al Papado en Béziers (Francia), le respondió: "Mátalos a todos, que Dios distinguirá a los suyos." Ocurrió en el siglo XIII, pero , ¿qué importa el siglo si la demagogia es buena?

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