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Pío Moa

Un par de sandeces

El derecho del ser humano a decir tonterías es tan obvio que la Constitución ni se molesta en recogerlo. Y es que si el majadero que llevamos dentro no pudiera salir a la luz, reventaríamos casi todos. De tal derecho inalienable muchos han concluido -con harto abuso- que lo mismo vale una tontería que una agudeza o la sandez que la sensatez y hasta que la democracia consiste en eso. De ahí la abundancia de gansadas de tamaño regular que hoy circulan como verdades indiscutibles. Hace poco, un tal Balza, que creo que dirige la policía del PNV en Vasconia, afirmó que si esa policía apenas captura terroristas se debe a que no recibe información de los cuerpos de seguridad “del estado”. ¿Y quién le pasa información a la Guardia Civil, por ejemplo? El tal Balza quizá no sea tonto, pero se lo hace muy bien.

Otro alarde de sagacidad lo ha ofrecido el psiquiatra Castilla del Pino en una entrevista. “Gracias al odio, la humanidad ha progresado”, ha aclarado, y puesto su propio ejemplo: “Yo odio a Pinochet y a Franco lo he odiado durante cuarenta años”. Debe de ser verdad lo del progreso, pues con Franco él progresó notablemente; más que después, por cierto. Claro que cuarenta años odiando vuelven tarumba a cualquiera, por mucho que progrese; quizá fue el suyo un odio de baja intensidad. También explica: “el odio a la tortura, a la crueldad, nos ha llevado a la democracia”. ¿”Nos” ha llevado? Creíamos que al ilustre psiquiatra la crueldad y la tortura le traían al fresco. Intelectual, antaño, del PCE, marxista leninista por tanto, veía en la democracia sólo una palanca para imponer una tiranía perfecta. Y no parece haber cambiado mucho, ya que olvida citar entre sus odiados a Castro, a Breshnef, a Stalin, a Lenin y tantos otros capitostes de reconocida brutalidad: a éstos los ha amado, y hasta cabe sospechar que los siga amando en secreto.

Tampoco está claro que la aversión a Franco haya sido condición para la democracia. ¿Le odiaban Juan Carlos, Suárez, Torcuato Fernández Miranda, los procuradores dimisionarios, etc.? ¿O es que la democracia debe más al odio de Carrillo y Castilla del Pino que al talante reconciliador de aquéllos?

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