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Presente y pasado

El caso Regina Otaola / Protagonistas de la transición (I) los franquistas

****En Los últimos de Filipinas del domingo se trató el caso de Regina Otaola, vergonzosamente abandonada por el PP, al igual que María San Gil, Santiago Abascal y otros. Expuse la opinión de que estas personas valientes y ejemplares en una situación tan siniestra como la creada en las Vascongadas, tienen poco que hacer en el PP rajoyano. Son señoritos y mindundillos como Basagoiti o el otro que atacaba especialmente a María San Gil, quienes dominan ese partido, y la retirada de la bandera española de su web es muchísimo más que una anécdota. Un partido caracterizado por la colaboración con el PSOE en el intento de disgregar y hundir a España. He dicho que Rajoy colaboraba con el terrorismo etarra, y lo mantengo: la clave de esa colaboración por parte del gobierno ha sido el estatuto de Cataluña, oferta básica a la ETA. Y Rajoy, después de denunciar ese estatuto, ha pasado a imitarlo en Valencia y otros lugares, ha ayudado a inventar una nueva "realidad nacional" en Andalucía, etc. Mientras esto no se entienda y se considere al actual PP la alternativa, los rajoyes podrán seguir apuñalando por la espalda al país y a la democracia.

****Dice el gran maestre de una rama de la masonería que los masones no son quemaiglesias ni matacuras. Puede ser. Pero siempre han estado muy en las proximidades de la quema de iglesias y de la matanza de curas. Que nunca han denunciado como lo que realmente han sido: destrucción de nuestra herencia cultural y genocidio.

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La reforma no fue la de Fraga, sino la de Torcuato Fernández Miranda, que la diseñó, de Suárez, que la aplicó y le dio su impronta, y del rey Juan Carlos I, que la auspició desde el poder heredado de Franco. Areilza, cuando creía ser el elegido para dirigir la reforma, definió al rey como "el motor del cambio", aserto que depende del sentido que se dé al término "motor". Quizá lo fue más propiamente Torcuato, con Suárez como "motorista" y el rey como empresario. Pero no es cuestión muy relevante. Una breve semblanza de los principales protagonistas, y también de los opositores, ayudará a entender parte de las virtudes y defectos de la transición.


En verano de 1976, Juan Carlos tenía 38 años. Nacido en Roma en plena guerra civil española, era hijo de Don Juan y nieto de Alfonso XIII, el rey que en 1931 había entregado el poder a los republicanos. Teniendo diez años, Franco convenció a Don Juan de la necesidad de educarlo en España, donde recibió enseñanza superior militar y universitaria, y específica por medio de tutores como Torcuato Fernández Miranda, el general Alfonso Armada y catedráticos distinguidos. No mostró mucha afición al estudio, según Franco, quien, no obstante, le cobró cariño casi paternal. Informado el Caudillo de su escaso rendimiento en teoría militar, comentó: "un rey no necesita ser un experto en cuestiones bélicas. Le basta saber lo básico, ser hombre de honor y amar a España". En otra ocasión declaró: "Aunque parece algo sometido a su padre, le considero persona inteligente y de carácter bondadoso. Muchos creen que es un poco infantil, pero esto se le pasará una vez (…) conozca mejor el mundo y la manera de ser de la gente"; "Discurre muy bien y piensa por cuenta propia (…) No creo que en asuntos de política esté entregado a su padre". Los críticos reprocharán al rey su escasez de lecturas. Le gustaban en cambio deportes como la vela, el esquí o las motos y era también un tanto mujeriego. Su mentor Fernández Miranda le animaba a que, más que leer, aprendiera "escuchando y mirando a su alrededor" y a "no fiarse de las apariencias". Como fuere, iba a mostrar un agudo instinto político y facilidad de trato con muy variados personajes
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Juan Carlos se casó en 1962, en Atenas, con la princesa Sofía de Grecia, después de vencer algunos obstáculos derivados de la diferencia de religión (ortodoxa griega la de ella). El acontecimiento, de repercusión europea, dio lugar a roces entre padre e hijo, pues Don Juan buscaba gestos de distanciamiento entre los recién casados y Franco, que no ocurrieron. Sofía había esperado un Caudillo "duro, seco, antipático", pero encontró "un hombre sencillo, con ganas de agradar y muy tímido". También le sorprendió el calor popular con que era acogido en Barcelona y otros lugares, pues le habían hecho creer lo contrario. Franco quedó encantado con la princesa, a quien describió como "muy agradable, inteligente y muy culta", "sumamente inteligente y simpática"
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Juan Carlos debió de saber pronto que él, y no su padre, estaba destinado al trono. Quizá ello le causó algún conflicto interno, pero mostró siempre clara voluntad de reinar y supo calmar poco a poco la indignación de Don Juan, arguyendo que la monarquía solo podía volver a partir de la decisión de Franco. Durante la agonía de este, Juan Carlos parece haber pasado noches de insomnio ante una proyectada declaración del Conde de Barcelona, en las que este se proclamaba heredero de la monarquía, "con deberes irrenunciables", deslegitimaba al franquismo como "poder personal absoluto" y mencionaba al príncipe solo como "hijo y heredero", cuestionando su realeza salida implícitamente de aquel "poder absoluto". Tusell, algo oficiosamente, considera irrelevante la declaración, mientras que para Ansón fue un documento del mayor alcance político. La declaración salió a la luz en París apenas fallecido el Caudillo, pero ante el rápido reconocimiento de Juan Carlos como rey en las Cortes y la ausencia de signos de desplome del franquismo, Don Juan se resignó: el día 28 dio una alegría a su hijo con un mensaje secreto admitiendo el hecho consumado y anunciándole su abdicación para cuando el nuevo monarca creyera oportuno
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Parece que el príncipe correspondió al afecto de Franco. En el entierro se le vio emocionado, y, entrevistado años después por la frívola periodista inglesa Selina Scott, declaró: "No permito que en mi presencia se hable mal de Franco, porque entiendo que él me hizo rey". No obstante la buena relación personal, en algún período imprecisable el aún príncipe fue cambiando sus ideas hacia un reformismo más o menos amplio. Para cuando Franco entraba en la agonía, pensaba en "organizar la derecha y contar también con la izquierda"; un síntoma de su orientación fue su rechazo a Silva Muñoz, a pesar de su prestigio, como posible jefe de gobierno, por considerarlo "confesional"; y por la misma razón prescindió de López Rodó, uno de los mayores artífices del desarrollo español y uno de los políticos que más habían trabajado por llevarle al trono. Pero no es fácil conocer su verdadero pensamiento al ser nombrado sucesor del Caudillo en 1969 y jurar los principios del Movimiento. Posteriormente sugirió haber tenido ya entonces un designio claro, viéndose obligado a la paciencia y el disimulo. Quizá. Desde luego, debía de encontrarse incómodo con los franquistas que sospechaban de él y de los borbones en general. Bastantes años después diría: ""Se necesitaban hombres nuevos, jóvenes (…) Bajo el franquismo, el poder absoluto lo ejercía un anciano. Y yo, recién llegado, era un hombre joven, con una necesidad casi física de rodearme de hombres jóvenes como yo". La frase indica cierta superficialidad; no faltaban los jóvenes franquistas poco afectos a él, mientras que su principal mentor, Torcuato Fernández Miranda, pertenecía a una generación anterior
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Probablemente Juan Carlos, como otros políticos del régimen, veía en la monarquía la clave de todo, por sí misma y como símbolo de la continuidad histórica de España. Y antes o después debió de convencerse de que ese designio chocaba con el mantenimiento del franquismo en la Europa de entonces. El Movimiento solo podía continuar si el rey heredaba literalmente al Caudillo, y las familias del régimen permanecían unidas, cosas ambas en verdad imposibles.


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Suárez, el hombre del monarca y de Torcuato, tenía mucho en común con el rey: era simpático, ambicioso, deportista, extrovertido, con encanto personal y trato "seductor"; y también a él se le acusaba de cierta frivolidad y pobreza intelectual. Nacido en Ávila y solo cinco años mayor que Juan Carlos, había estudiado Derecho en Salamanca. Hizo su carrera política desde 1958 en el sector más conservador del Movimiento. En 1967 fue procurador en Cortes por Ávila y gobernador civil de Segovia al año siguiente. Entre 1969, año de la sucesión en Juan Carlos, y 1973, dirigió Radio Televisión Española, en cuya utilización adquirió experiencia. Buscó protectores (Carrero, Herrero, Torcuato), hacia quienes se mostraba solícito y "disponible", en expresión de Torcuato. Los pesos pesados del franquismo le tenían por hombre versátil y utilizable, pero de poca talla política. Torcuato y el rey lo habían introducido en el gabinete de Arias como agente e informador, y, según Fraga, hizo perder al gobierno dos meses con vanas discusiones en la comisión mixta, apoyándose en los sectores continuistas: "Es muy fácil comparar los gobernadores civiles que nombra Suárez en esa época con los que nombró después. Suárez jugó a dos cartas y dos momentos, y en ambos, a su promoción personal"
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Pero el rey no lo había tenido en cuenta como posible sucesor de Arias hasta que, hacia febrero, Torcuato le convenció de sus cualidades como hombre de acción, sin muchas ideas o convicciones, pero fiel, dispuesto y hábil en el trato con los demás, dones necesarios para la tarea. Contra Areilza y Fraga pesaban precisamente sus ideas y relevancia política, según Torcuato: "La personalidad de Areilza o la de Fraga darían lugar a un Gobierno Areilza o a un Gobierno Fraga", mientras que "Suárez garantizaba un Gobierno del Rey". Y de Torcuato, obviamente
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Y Suárez aceptó con la mayor naturalidad. Mientras bastantes políticos vacilaban ante las responsabilidades derivadas de encarrilar un cambio inevitablemente complejo y arriesgado, Suárez no parecía tener ninguna duda o inhibición. Cuando Ortí Bordás, rechazó la oferta de Fernando Herrero Tejedor de presidir la asociación UDPE, primer intento de organizar a un amplio sector del franquismo con vistas a la nueva situación, Suárez se acercó y dijo "con ímpetu" al ofertante: "Fernando, ¡nómbrame a mí!"
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El propio Torcuato, de todas formas, no las tenía todas consigo. En marzo, cenando en casa de Suárez, le insinuó que él podría sustituir a Arias, y "no dijo, ni por cortesía, "Hombre, no" (…) Me impresionó su mirada como si en el fondo de ella estallara el sueño de una ambición (…) Como si el fondo de aquella mirada fuera turbio y hubiera en ella algo así como una desmesurada codicia de poder. Nada claro, pero sí desazonante". El 20 de abril volvió a encontrarle "demasiado interesado en la sucesión de Arias. ¿Es que sueña después de aquella cena? (…) "Hay que obligar al rey", dijo. Las prisas de Suárez inquietaron a Torcuato, quien se preguntó si ellas "no responden a su propia ambición"; "¿Cuánto había de visión de futuro y de voluntad de servicio y cuánto de levedad de principios y de codicia política?"; "¿Qué primaba, la voluntad de servir o la de mandar?". "No me gusta la facilidad con que acepta (…) desde la cena en que mis palabras debieron sonarle como las de las brujas de Macbeth"
. Pero siguió con Suárez porque "mi influencia y poder sobre él eran indudables", "Sobre él ejerzo una gran autoridad y eso puede ser decisivo". Además, su condición de "hombre del Movimiento" podía servir para contener o engañar a los continuistas.


Suárez emprendió su tarea siguiendo el guión de Torcuato, del cual se apartaría más tarde. Por su parte, Martín Villa señala: "Sin desmerecer la autoría de Fernández-Miranda (…) es también de justicia afirmar que el "papel" de Suárez nunca estuvo escrito en su integridad, por lo que puede atribuírsele una parte nada desdeñable, la más importante, de la suma de pequeños y grandes aciertos que configuran la bondad y el éxito global del proceso. Suárez tuvo que aportar sustanciales y notables decisiones y actitudes, sin las cuales el resultado de la transición no habría sido tan redondo (…) Soy testigo (…) de la forma impecable con la que se enfrentó a la reforma política y a las dificultades de la España de entonces". El juicio sobre el "papel" de Suárez varía bastante según los autores. Fraga lo encontraría "pésimo"
.


Con Suárez fueron perfilándose en el franquismo tres tendencias, una claramente continuista sobre la base del Movimiento, aunque admitiese reformas menores, representada por el líder de Fuerza Nueva Blas Piñar, y dos reformistas, una más despegada del régimen anterior, y otra menos. Contra lo que se creyó al principio, la más despegada sería la capitaneada por Suárez, y la contraria, al menos por un período, la representada por Fraga. La dinámica emprendida por Suárez, bajo el amparo de Juan Carlos, empujaría a más y más concesiones a la oposición, aunque se mantuviesen en la etapa decisiva dos principios básicos: el franquismo como origen legal y legítimo del cambio, y la evitación de un derrumbe político como el ocurrido en los años 30-31 con motivo de otra transición.


***


Muy distinto del rey y de Suárez era el propio Torcuato Fernández Miranda. Nacido en Gijón, de una generación anterior, tenía 21 años en 1936, e hizo la guerra civil como alférez provisional, es decir, oficial voluntario formado en un cursillo rápido, por las necesidades bélicas. Un puesto reputado por su peligrosidad: "alférez provisional, cadáver efectivo", era uno de los dichos algo burlescos que circulaban al respecto. Después de la guerra hizo una brillante carrera universitaria como catedrático de Derecho Político en Madrid y rector de la universidad de Oviedo. Procedía de la Falange pero, como Arias, sin identificarse de lleno con ninguna de las familias del franquismo, no obstante lo cual tuvo en él cargos muy relevantes, debido, en parte, a reconocérsele un alto nivel intelectual: fue el educador que más influyó sobre el príncipe Juan Carlos, y entre 1969 y 1974 se desempeñó como secretario general del Movimiento, cargo que juró con camisa blanca, en lugar de la azul del uniforme.


Durante el breve gobierno de Carrero Blanco fue además vicepresidente, en cuya condición mantuvo el orden con eficacia y tranquilidad después del magnicidio. Quedó a continuación políticamente opacado, pero siempre como primer consejero de Juan Carlos y probable primer jefe de gobierno de la monarquía. Sin embargo cedió ese puesto, provisionalmente, a Suárez, dedicándose a presidir las Cortes donde haría el trabajo fundamental de la reforma entre la clase política franquista. Dentro de su firme adhesión al régimen había obrado con liberalidad, por ejemplo al facilitar al socialista Tierno Galván la obtención de una cátedra de Derecho Político (Debe señalarse que las oposiciones solían ser más rigurosas e independientes que las implantadas desde la época socialista, y que en ellas obtuvieron puestos administrativos relevantes personas ya conocidas como desafectos al régimen, a veces incluso comunistas: así Ramón Tamames, Carlos Castilla del Pino, Luis Martín Santos, Ángel Viñas, Carlos Jiménez Villarejo, José Luis Sampedro y tantos más.)


No solo la biografía, también la personalidad de Torcuato difería radicalmente de la del rey y Suárez. Era mucho más culto, de visión política más amplia y matizada que ellos, y no tenía fama de simpático o seductor, sino de maquinador seco, inteligente y frío; tampoco mantenía relaciones estrechas con la clase política o la económica, que le respetaban sin amarle. Ello no lo convierte en poco afecto al régimen, como después se ha pretendido oficiosamente, al igual que de tantos otros, dando alcance exagerado a los naturales roces entre familias y personajes.


Si una conclusión de Franco y muchos otros, a la luz de la experiencia histórica española, era que los partidos resultaban nefastos y destructivos, Torcuato matizaba más: distinguía entre partidos institucionales y revolucionarios. "El primer tipo acepta el sistema (…) mientras el segundo tiene como primer objetivo el asalto al poder para destruir el sistema". En España, los partidos revolucionarios habían marcado casi siempre la pauta, porque incluso muchos institucionales perdían ese carácter cuando eran desplazados del poder
. Pero ¿era el Movimiento el sistema adecuado? Conforme pasaban los años, él y muchos otros constataban que el Movimiento perdía su capacidad de integración y nacían partidos extramuros de él, revolucionarios en principio, pero cuya debilidad los hacía susceptibles a un compromiso institucional.


Ni Suárez ni Juan Carlos, por sus condiciones intelectuales y conocimientos, habrían logrado diseñar una transición lo bastante radical para llegar a una democracia corriente, y lo bastante continuista para apoyarse en la legitimidad del régimen anterior. Su idea de la reforma, de concepción aparentemente sencilla, podía resultar muy complicada en la práctica. Se trataba de interpretar, incluso manipular, pero reconociéndolos como punto de partida, los principios del Movimiento para que abrieran paso a un régimen de estilo eurooccidental, y de ahí un doble conflicto, que exigía un equilibrio cuidadoso: con la oposición, opuesta a una democracia legitimadora del franquismo, y con gran parte del propio franquismo, convencido de la maldad de tales soluciones, al menos para España, y temeroso de una crisis como la de los años 30. El primer conflicto tenía menor enjundia, pues Fraga había domeñado en lo esencial los ímpetus de la oposición; pero el segundo traía mucha más complicación, porque los continuistas dominaban, o lo parecía, muchas instituciones, entre ellas las fuerzas armadas…si bien se hallaban divididos y no tenían idea clara de cómo afrontar los cambios. Era preciso convencerlos de que no había otra salida que la reforma, y a ello se aprestó Torcuato desde la presidencia de las Cortes. También urgía acelerar el proceso antes de que la situación se pudriese y la oposición cobrase fuerza excesiva.


La reforma de Torcuato no difería en nada esencial de la de Fraga: la meta común era una democracia liberal sin ruptura o deslegitimación del franquismo ni quiebra del estado; las discrepancias, más de matiz, giraban en torno a la realización por etapas (Fraga) o en un solo acto, el papel del referéndum previsto que culminase el proceso, y quizá los plazos de legalización del PCE. Había otra diferencia de matiz en la actitud hacia el rey, con quien congeniaba más Torcuato que Fraga. La posible reforma de Areilza se habría acercado más al rupturismo, pero nunca fue detallada ni aplicada. Antes de caer Arias, el PSOE y la mayor parte de la oposición iban aceptando ya la reforma de Fraga. La imposición de la reforma de Torcuato se debió, como quedó indicado, a un problema de personalidades: Fraga estaba siempre en primer plano, mientras que Torcuato aceptaba obrar como eminencia gris durante la primera fase del proceso, aunque esperaba acceder a la jefatura del gobierno una vez Suárez hubiera cumplido su misión. Sus cuidadosos cálculos iban a fallar en esta segunda fase.

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