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Presente y pasado

La miseria autobiográfica / Sobre tres genios

La vicepresi presumiendo de "padre represaliado por el franquismo". La afición chekista de siempre. El franquismo represalió a los chekistas o a los asesinos etarras con quienes se identifica el PSOE en su famosa ley. ¿Perteneció a esos grupos el padre de esta señora? No. Por el contrario, el padre se rehabilitó, consiguió cargos oficiales de cierta importancia bajo el franquismo y en su momento fue cesado, como ocurrió con tantos cargos parecidos. Lo único claro de este enredo es la irreprimible afición de los socialistas a la trola: el deporte de falsificar sus propias biografías y las de los padres es un dato clave de la mísera personalidad de estos elementos y elementas. ¡Y son los que mandan en el país!

Aunque debe reconocerse que la miseria del PP es mucho mayor. Estos individuos escupen sobre las tumbas de sus padres, y se quedan tan anchos. Todo por hacerse los "progresistas, centristas y avanzados". La farsa grotesca y sin la menor gracia en que se ha convertido la política en España.

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De nuevo, lo someto a su severa crítica:

La producción de Calderón es muy varia en temas, tonos, géneros y tensión dramática (comedias de enredo, de amor, filosóficas, etc.). Casi siempre mantiene un alto nivel poético, a menudo algo retórico, que priva la expresión de los personajes de la naturalidad de Lope o del vigor de Shakespeare. En cualquier caso, interesan aquí dos aspectos, el "popularizante" y el, digamos, metafísico. El primero se expresa sobre todo en El alcalde de Zalamea, donde aparece el honor como propiedad de cualquier hombre que sepa apreciarlo y hacerlo valer, don de Dios por encima de los linajes aristocráticos, y en materia del cual el alcalde villano Pedro Crespo, da lecciones a un aristócrata de los tercios, uno de cuyos hombres ha violado a su hija. La opinión de un hombre común tiene el mismo valor que la de un noble, pues no hubiera un capitán / si no hubiera un labrador. El honor va ligado además a otras virtudes: la humildad, la cortesía, la amistad. Y Crespo da a su hijo otro consejos: "No hables mal de las mujeres / la más humilde, te digo / que es digna de estimación / porque al fin de ellas nacimos".

En su obra quizá más conocida La vida es sueño, y en otras, enfoca la enigmática condición humana en relación con los problemas de la libertad, la voluntad y el destino, núcleo de la gran controversia católico-protestante. El delito fundamental del hombre –el pecado original—consiste en haber nacido, su mayor enfermedad es él mismo, que camina sobre su sepultura. La vida se presenta como una ficción frenética, un sueño, un teatro en que los personajes, siempre distintos, se reparten papeles reiterados. La voluntad y la libertad no bastan para abrirse camino en medio de ese caos, cuya salida se encontraría mediante la esperanza en Dios. En otro tipo de comedias, como las que tratan los celos u otras pasiones, sabe expresar la lógica consecuente que lleva al desastre por basarse en premisas erróneas: se aproxima a la argumentación de la tragedia griega, aun sin alcanzar la grandiosa ambigüedad de esta. Calderón sería más y mejor apreciado en Alemania, a partir de Goethe, que en España, otro signo de declive intelectual.

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Es significativa la evolución de Gracián. Su primera obra, El héroe, expone con intención didáctica y estimulante ("sacar un varón máximo") el perfeccionamiento moral e intelectual que debe seguir el hombre de excepción caracterizado por la virtus romana: el valor y la capacidad de razonar, hablar y obrar con excelencia. Propuesta optimista en la tradición de El cortesano, de Castiglione, que desarrolla en El político, cuyo modelo sería Fernando el Católico, como para Maquiavelo --o Saavedra y Fajardo--, aunque no llega, como el italiano, a considerar la política un ámbito ajeno a la ética. Su Oráculo manual condensa sus enseñanzas para una vida lograda. A la sagacidad y experiencia del héroe no puede escaparse que los hombres, en su mayoría, son necios, falsos e interesados, aunque no propone para ellos la tiranía como mejor solución (al estilo de la antigua escuela legista china, por ejemplo); más bien el héroe debe contar con ese rasgo inevitable del mundo real y saber desenvolverse en él sin dejarse contaminar ni caer en una ingenuidad próxima a la tontería. Debe ser capaz de explotar ese lamentable medio con fines más elevados, como hacía Fernando el Católico. En contraste con otras tendencias filosóficas, encomia la apariencia en las conductas: no basta la virtud interior, es precisa su apariencia, porque esta garantiza la existencia de la primera; e incluso si no es así, puede sustituirla en parte. Parece justificar la hipocresía y el engaño, aunque él, hombre sutil, los evita: no se debe mentir, pero tampoco decir la verdad completa, y es lícito inducir a los demás a creer lo que convenga, pues en definitiva la gente no ama la verdad. En cierto modo adelanta la actual "cultura de la imagen", sin la banalidad y falsa ingenuidad de esta. Su concepción toma nota del ambiente de su tiempo que él percibe moralmente degradado, en contraste con el anterior "siglo de oro de la llaneza".

Su última obra, El Criticón, es ya abiertamente pesimista. Entronca con el Blanquerna de Raimundo Lulio, en cuanto describe una evolución vital, si bien ajena al básico optimismo luliano: "¿Cuál puede ser una vida, que comienza entre los gritos de la madre, que la da, y los lloros del hijo, que la recibe?". "Pocos aceptarían la vida si tuvieran estas noticias antes. Porque ¿quién, sabiéndolo, quisiera meter el pie en un reino mentido y cárcel verdadera, padecer tan muchas como varias penalidades? En el cuerpo hambre, sed, frío, calor, cansancio, desnudez, dolores, enfermedades y en el ánimo engaños, persecuciones, envidias, desprecios, deshonras, ahogos, tristezas, iras, temores, desesperaciones y salir al cabo condenado a miserable muerte, con pérdida de todas las cosas, casa, hacienda, bienes, dignidades, amigos, parientes, hermanos, padres y la misma vida, cuando más amada". Idea contradictoria, pues compensa los males con los bienes, y si estos están destinados a perderse, lo mismo los daños. El libro recuerda al Quijote, pues la acción se define a partir de dos personajes contrarios, aunque en Gracián es un Sancho Panza ilustrado y desengañado, Critilo (hombre de juicio) quien guía a Andrenio (hombre sin más, ignorante de la civilización), el cual comparte con Don Quijote un carácter iluso e idealista. La inversión, muy radical, extrema y simplifica el mensaje del Quijote, en el fondo ambiguo, mediante la reducción de los personajes a símbolos morales o filosóficos.

Critilo y Andrenio peregrinan -- alegoría de la vida, en la tradición cristiana-- por diversos países en busca de Felisinda, madre de Andrenio y con quien aspira a casarse Critilo. Felisinda simboliza la felicidad, y ambos llegan a comprender que nunca la encontrarán, por lo que se ciñen a mantener la virtud en un mundo lleno de maldad e hipocresía, descrito en diversos episodios bajo la dialéctica ilusión-desengaño; y cuya ilación viene dada por el protagonismo de los personajes, siguiendo en ello y en la sátira social el esquema de la novela picaresca. La virtud sostenida les dará finalmente el triunfo sobre un mundo despreciable, les permitirá superar los desengaños y alcanzar la Isla de la Inmortalidad, aunque solo al final de sus vidas. En este sentido resulta en cierto modo una apología del idealismo.

Advertir lo inalcanzable de la felicidad y mantener no obstante la virtud, viene a ser una actitud estoica, y Séneca es ciertamente uno de los modelos de Gracián en esta obra. Se inspira también en autores griegos paganos y en algunos más modernos como Trajano Boccalini, satírico agriamente antiespañol, o John Barclay, franco-escocés católico, pero antijesuita, lo que puede explicar el enfado de los superiores de Gracián. La novela, que algunos comparan hoy al Quijote – quizá exagerando algo— fue largo tiempo semiolvidada en España, y solo en tiempos recientes vuelve con fuerza a suscitar interés, aquí y en Europa.

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Velázquez realizó su obra en una época de grandes pintores, particularmente en Flandes, Holanda, Italia (algo en descenso después de Caravaggio) y España. Fue contemporáneo de Rembrandt, de Rubens, de Vermeer o, entre los españoles, de Zurbarán, Murillo y Ribera.

Si la relación entre la literatura y la vida o la realidad nos parece bastante evidente, por más que indefinible, aún más indefinible con la pintura: esta no ocurre en el tiempo, como el relato literario, sino que arrebata al tiempo sus escenas, inventadas o realistas. Esas escenas reflejan tanto una realidad como la subjetividad del artista. Según algunas teorías, es la relación entre la subjetividad y la sociedad de la época lo que da valor a una obra artística, pero de ser así no despertaría entre las personas de siglos distintos más emoción que la que nos produce una herramienta o un contrato de compraventa antiguos. Parece más adecuado suponer que el valor de la obra estriba en la capacidad del autor para transmitir su visión subjetiva e impactar con ella la subjetividad del espectador, impacto a un nivel no racional. Y es eso lo que hace perdurable la obra de arte, capaz de ser apreciada por personas de otras culturas u otras edades. Una pintura o una novela muy expositiva de su tiempo puede tener un valor documental alto, y artístico bajo. El arte apela al sentimiento del mundo y de la vida, y siendo este subjetivo y en gran medida irreductible a la razón, sus obras nunca encuentran la misma resonancia en unas personas que en otras.

El cuadro La rendición de Breda, o De las lanzas referido a un acontecimiento al que se dio entonces gran trascendencia, en España y fuera, tiene el valor documental de los trajes y armas, no tanto por la fidelidad de la escena, que Velázquez no presenció, pero sí por recoger un espíritu no limitado a la época: el vencedor, Spínola, saluda con afecto al vencido, le evita la humillación, mientras las tropas hispanas permanecen contenidas y casi respetuosas, lejos de la clásica pintura épica. Podría tratarse de una idealización propagandística, pero se sabe que así ocurrió, más o menos: una escena caballeresca. Si nos impresiona la pintura es por la combinación de la fuerza, representada en las picas enhiestas, la miseria de la derrota, la magnanimidad del vencedor y el fondo del paisaje y las nubes como indescifrable aviso ante las acciones humanas.

Entre tantos otros logros, Velázquez descuella por sus espléndidos retratos, en particular por el del papa Inocencio X, tenido por uno de los mejores de la historia de la pintura, incluso por el mejor según algunas opiniones. Inocencio, favorable a España y atemorizado por Francia, había rechazado el tratado de Westfalia, concluido sin darle voz alguna y, según él, contrario a la fe en algunos puntos; pero, signo de los tiempos, apenas se le prestó atención. Otro signo: al subir al solio pontificio acusó a la familia del papa anterior, los Barberini, de haberse apropiado bienes eclesiásticos; dos miembros de dicha familia buscaron en Francia la protección del cardenal Mazarino, y este amenazó a Inocencio con enviarle un ejército. Antaño, Roma podría haber replicado recurriendo a España, pero la situación ya había cambiado también, por lo que hubo de ceder. Sobre este papa ejerció pesada influencia su avara y codiciosa cuñada Olimpia Maidalchini, con la cual mantendría relaciones carnales, según le acusaban sin mucha base protestantes y galicanos. Inocencio procuró aliviar la suerte de los presos y pidió al zar Alexis I que liberase a los siervos de la gleba o mejorase su dura la suerte. Condenó el jansenismo, doctrina antijesuita próxima al protestantismo, y festejó la conversión de Cristina de Suecia al catolicismo. Cristina fue hija de Gustavo II Adolfo, y su reinado preludiaba el despotismo ilustrado. Al revés que su padre, buscó una alianza con España, aunque los dos reinos estaban demasiado alejados para que fuese eficaz. Terminó abdicando y convirtiéndose al catolicismo, en lo que tuvo parte su estrecha relación con el embajador español en Estocolmo, el militar Antonio Pimentel.

Volviendo al retrato, Inocencio comentó al verlo: Troppo vero! Se supone que un buen retrato debe expresar el interior de la persona, idea arriesgada porque no son infrecuentes rasgos faciales "fuertes" en personalidades débiles y viceversa; pero si el mismo papa encontró el suyo demasiado veraz, sería por algo. Se ha dicho que Inocencio aparece allí como un personaje despiadado. Desde luego, no deja la impresión de persona calma, bondadosa o majestuosa, pero acaso sugiere la desconfianza y la inquietud íntima de quien guarda un secreto íntimamente perturbador.

Naturalmente, la técnica cuenta mucho en la transmisión de impresiones y emociones, pero, una vez conseguidas estas, pasa a segundo plano; y la misma perfección técnica caracteriza a pinturas de muy distinto valor.

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