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Presente y pasado

Verdad histórica y política actual

Como he expuesto en “La quiebra de la historia progresista”, casi toda la historiografía sobre el siglo XX de España desde los años 30, se construye sobre una falsedad clamorosa a poco que se repare en ella: la de que un bando de la república y la guerra, compuesto de marxistas radicales, anarquistas, stalinistas, racistas y golpistas, representaban a la república, a la que en realidad destruyeron, y a la democracia y las libertades, cuyos máximos enemigos fueron desde principios del siglo.
La osadía y tosquedad de la falsificación, y su éxito a lo largo de tantos años, nos plantea algunos problemas con respecto a la política y la cultura en general. ¿Qué puede esperarse de una sociedad en la que predomina el embuste sobre su pasado? O, previamente, ¿tiene la verdad histórica efectos prácticos actuales?
Me gustaría exponer sus efectos tanto en el terreno político como en el cultural. A resultas de esa falsificación, muchos partidos y personajes simpatizan con el Frente Popular e incluso se declaran herederos de él. ¿Se trata de demócratas despistados que, por una información o reflexión deficientes, se identifican con los enemigos de las libertades? En algunos casos ocurre así, pero no en la mayoría. De otro modo aceptarían la evidencia o, al menos, el debate, pero basta ver su oposición, realmente fanática, a aclarar la cuestión, sus llamamientos a la censura y su aplicación de la misma allí donde pueden, sus amenazas y ataques personales a quienes estamos documentando la realidad histórica, para comprender que no se trata de un error, sino de una identificación a conciencia y sabiendo, en el fondo, de qué se trata. Y aquí tiene importancia menor el hecho de que tantos de ellos procedan, directamente o por familia, de la dictadura de Franco.
Una consecuencia actual de esa falsedad es que permite a esos partidos extraer de ella una renta moral y política en el presente, colocándose por encima de quienes defienden el franquismo como origen de la actual democracia o rehúsan en cualquier caso reconocer como demócratas a los viejos separatistas e izquierdas republicanas (antirrepublicanas, en rigor). Y, debido a su incapacidad o desinterés por aclarar la verdad histórica, sus adversarios, en particular el PP, se ven constreñidos a una posición defensiva y vergonzante. Con lo que toda la política actual sufre por esa deformación del pasado. Pero hay otras consecuencias, que conviene examinar.
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Andrés Buenafuente ha pedido “una derecha tolerante y constructiva”, con más “moderación”, para poder alcanzar una nueva “versión” de España en la que “se respeten las identidades y no se culpabilice a nadie”.
Este Buenafuente es sin duda un chistoso. La banda de Zapo no cesa en sus chanchullos con terroristas y separatistas, ataca, junto con ellos, la identidad real de la nación y de sus regiones, pisotea la justicia, se alía con las dictaduras del Tercer Mundo... y goza de una oposición increíblemente floja y sin iniciativa. Pero no le basta, Zapo exige más y más de la oposición, la sumisión completa. Le pasa como con la ETA, que no se conforma con demoler la Constitución y liquidar la unidad nacional dejando un tenue barniz. Quiere la separación completa, y eso estropea el pastel. Son insaciables.
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El PP insiste en que hay que votarle en todo caso, porque un segundo mandato de Zapo sería catastrófico. Si realmente lo piensan, ¿cómo hacen una oposición tan sin nervio y sin espinazo? Me comentaba un amigo: "El problema es que si gana el PP, todos los demás se unirán contra él, y la situación puede empeorar mucho, dada la falta de energía de ese partido futurista. Y si gana el PSOE es muy probable que entre él y sus socios se peleen y arruinen mutuamente. No sabe uno a qué carta quedarse".

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Hoy, en "El economista":

EL HOLOCAUSTO ESPAÑOL

Pio Moa

Lo que caracterizó el Holocausto fue el exterminio de millones de personas no porque hubiesen declarado la guerra a Alemania o pudiera acusárseles de algún delito, sino meramente por pertenecer a una población declarada en bloque enemiga mortal por la paranoia nazi.

En los últimos años, los profesionales del envenenamiento de las conciencias, que diría Besteiro, vienen empeñándose en hablar de un “holocausto español” y de un “genocidio” para definir la represión franquista de posguerra. Por fortuna, los estudios van poniendo bien de relieve que no hubo ni remotamente tal cosa: se trató de una represión dura en extremo, desde luego, pero organizada casi siempre por vías judiciales, es decir, mediando acusaciones concretas y nunca contra una población o colectivo por el mero hecho de existir y ser declarado enemigo unilateralmente. Sin duda cayeron entonces muchos inocentes, pero también muchos culpables de crímenes espeluznantes, que habían sido abandonados a su suerte por sus jefes del Frente Popular. Pues bien, los subvencionados falsificadores de la historia pretenden hacer pasar a todos por igual como “víctimas del franquismo”. Con ello se retratan.

Hubo, con todo, algo muy semejante al Holocausto: la persecución religiosa. No en cantidad, pues no había tantos clérigos en España como judíos en Europa, pero sí cualitativamente: las víctimas no lo fueron por haber cometido algún delito o por haber declarado la guerra al Frente Popular, sino por el simple hecho de ser sacerdotes o monjas. La guerra la habían declarado las izquierdas a la Iglesia desde el principio de la república, y desde mucho antes difundían una propaganda anticristiana que estremece por su tosquedad y violencia, cargada de calumnias y de un odio elemental, que también recuerda el estilo de la propaganda antisemita. Anuncio, para quien quisiera verlo, de lo que había de ocurrir.

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