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Raquel González

Los etarras no son héroes, basta ya de mentiras

Una sociedad que se dice sana no puede tolerar que en sus calles se reciba como héroes a los terroristas, a los asesinos.

Una sociedad que se dice sana no puede tolerar que en sus calles se reciba como héroes a los terroristas, a los asesinos.
El presidente del Gobierno regional vasco, Íñigo Urkullu | EFE

Ni uno más. En nuestras manos está no dejar pasar ni uno más. Una sociedad que se dice sana no puede tolerar que en sus calles se reciba como héroes a los terroristas, a los asesinos. ¿Qué pensaríamos si cualquier localidad recibiera años más tarde con cohetes y bailes al asesino de Laura Luelmo? Pongo este ejemplo porque es el último crimen que ha conmocionado a toda la sociedad española, como también nos conmocionaron todos y cada uno de los asesinatos de inocentes perpetrados por la banda terrorista ETA.

Cuando ETA mataba, las víctimas y los objetivos señalados por la banda eran poco menos que invisibles, cuando no vistos con indiferencia por una gran parte de la sociedad vasca. Una indiferencia alentada por el nacionalismo democrático, que prefirió aliarse políticamente con los cómplices de los asesinos antes que con los demócratas que ETA sacrificaba en las calles del País Vasco y en muchas otras partes de España.

Unos mataban, otros ponían los muertos, y la mayoría de la sociedad no arropaba a las víctimas porque el régimen nacionalista imperante arrojaban sobre ellas un inadmisible manto de sospecha inmoral. Un comportamiento miserable. El miedo y el silencio se adueñaron entonces de la calles vascas.

Como siempre decimos, hubo asesinos que decidieron serlo y hubo víctimas que no eligieron ser tales. Los malos son los que asesinaban y los buenos, aquellos a los que vilmente arrebataron la vida. Así de sencillo. Ese y no otro es el relato que debe quedar en el conjunto de la sociedad vasca. Pero me temo que no va a ser fácil.

Y no va a ser fácil porque de nuevo Urkullu y los suyos, con tono amable, eso sí, quieren mezclar todo; alimentan la teoría del conflicto, con un doble objetivo muy claro: blanquear a ETA para poder pactar con su brazo político y señalar como culpables a los que solo fueron víctimas.

Y la expresión de todo eso es lo que sucedió, una vez más, el pasado jueves en Bilbao. Se recibe a una terrorista, se la pretende realizar un homenaje y, una vez más, todo el mundo calla. ¿Alguien ha escuchado al Gobierno de Urkullu reprobar el recibimiento? ¿A alguien del PNV, a alguien del PSOE, a los socios de Sánchez y Urkullu?

Nadie. Creen que lo mejor es pasar página. Y así, mirando de nuevo hacia otro lado, se desaprovecha la oportunidad de colocar a cada uno en su justo lugar. A los terroristas, en el lado más despreciable de la reciente historia del País Vasco, y a las víctimas, en el lugar de honor que las corresponde. Si ellos no lo hacen, nosotros nos encargaremos.

La batalla del relato se gana en muchos frentes, y la calle es uno de ellos.

No somos héroes. Lo fueron aquellos que pagaron con su vida la defensa de un País Vasco libre de terroristas y dentro de la Constitución. Un País Vasco parte de España. La Justicia tiene su propio ritmo, pero está en nuestras manos impedir que alguien manche su memoria y, menos aún, mancille su dignidad. Para que prevalezca la verdad, hay que pelear todos los días.

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