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Richard Tren

Ser bondadoso no es suficiente

El gobierno canadiense está considerando la promulgación de una ley que permitirá a fabricantes de medicinas genéricas exportar fármacos patentados a países pobres. Aunque ello le ganará amigos al Canadá en algunas partes, no es probable que haga mucho por los enfermos de países pobres. Bajo un reciente acuerdo de la Organización Mundial del Comercio respecto a las reglas sobre propiedad intelectual y sanidad, a las naciones pobres sin capacidad de manufacturar medicamentos se les permite importar copias genéricas de medicinas patentadas caras. La flexibilización de los derechos de propiedad intelectual es favorable. Es difícil justificar altos precios de las medicinas cuando genéricos baratos pueden salvar vidas.
 
Urge proveer medicinas contra enfermedades como el sida en Africa, donde según las Naciones Unidas unas 4 millones de personas las necesitan, pero apenas 50 mil las están recibiendo. Si las patentes de las medicinas son una barrera al acceso a ellas por parte de millones de personas que las necesitan, hay entonces potentes razones para ignorar las patentes y proveer genéricos. Pero hay un problema: pocas de estas medicinas contra el sida están patentadas en África y no hay ninguna evidencia de que las patentes las hagan menos accesibles.
 
De hecho, más de 95% de las medicinas que la Organización Mundial de la Salud considera esenciales no están protegidas por patentes y pueden ser importadas legalmente de cualquier proveedor de genéricos. Sin embargo, el acceso a medicinas es muy precario en África. En Malawi, por ejemplo, sólo el 40% de la población tiene acceso a esas medicinas esenciales. Y la situación no es mucho mejor en el resto de África, donde la pobreza extrema, ausencia de infraestructura sanitaria, personal mal entrenado y gobernantes indiferentes significa que la gente se muere de enfermedades perfectamente curables.
 
El gobierno canadiense debiera entender que la oferta de medicinas no es el problema. Si la industria genérica del Canadá construyera clínicas, ofreciera equipos de diagnóstico y entrenara a médicos y enfermeras se lograría entonces progresar. Pero eso costaría mucho más de lo que la generosidad canadiense está dispuesta a dar. A pesar de la terrible realidad, se está avanzando en algunos países como Bostwana. Ese país, con un gobierno abierto, estable y democrático, acudió a la empresa farmacéutica Merck y a la Fundación Gates para que los ayudara en suplir medicinas contra el sida. Y se trata la nación con el mayor porcentaje de sida, 40%. Hoy más enfermos de sida reciben tratamiento gratis en Bostwana que en cualquier otra nación africana.
 
Producir genéricos baratos en Brasil o la India o Canadá no garantiza que aquellos que los necesitan los van a obtener. Si no hay manera de llevar las medicinas desde el puerto a las clínicas y hospitales ni después asegurarse que los pacientes las usen debidamente, simplemente permanecerán hasta su vencimiento en almacenes. Eso fue exactamente lo que sucedió en Nigeria, donde el gobierno, queriendo aparentar que hacía algo contra el sida, importó genéricos de la India.
 
Muchos canadienses probablemente se sienten orgullosos de que su gobierno es más bondadoso que el de Washington. A EEUU se le ha criticado su defensa de los derechos de propiedad intelectual y el apoyo a su industria farmacéutica, basada en las investigaciones y desarrollo de nuevos medicamentos. Sin embargo, debemos ser conscientes de que es en Estados Unidos donde se logran desarrollar las más efectivas medicinas contra el sida y muchas otras enfermedades. Para mí eso es mucho más importante que los gestos bonachones del gobierno canadiense que no lograrán hacer diferencia alguna entre los enfermos de los países pobres.
 
© AIPE
 
Richard Tren es director de Africa Fighting Malaria y analista de TechCentral.com
 

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