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Coño, con Anson

Faltaría a la verdad quien dijera que lo de Anson con Aznar fue adhesión incondicional, amor a primera vista. Ni a primera, ni a segunda. Hasta los hay que interpretan que sus halagos excesivos a Ana Botella han sido el bálsamo con que se ha ayudado para hacer más llevaderos rozamientos y falta de química. Sin entrar en abismo filosóficos, Aznar es un senequista y Anson propende al hedonismo dentro de un cierto cinismo. En resumen, Anson, que nunca ha dudado en público de sí mismo, ha expresado muchas dudas sobre Aznar. Así, por ejemplo, ha repetido muchas veces cómo Loyola de Palacio, llamada a sus ojos a grandes destinos, llevó un día a su despacho a Aznar para presentárselo. No parece que lo viera claro de entrada. El de La Razón, que cree entra dentro de la ortodoxia el asumir la fragilidad ante la tentación, cayó incluso en la de Conde. Qué tiempos. Pero la perseverancia de Aznar ha podido con la inconstancia ansonita y éste finalmente se rinde a la evidencia.
 
Hace cuatro días, es un decir, Anson hizo un elogio desmesurado de Felipe González que nos dejó desconcertados. Lo colocaba por las nubes, quién sabe si debido a que para sus parámetros monárquicos institucionales un socialista que alejó a su partido, esperemos que para siempre, del marxismo y lo ahormó a la Corona sellando la última restauración es un hito histórico incomparable, en contra de la opinión de muchos, para quienes los logros de González fueron mucho más insuperables en materia de corrupción. Pero, ya se sabe, los que se tienen por padres de la patria tienden a ser mucho más generosos con los hijos pródigos.
 
Para compensar acaso sus pasados extravíos, entona hoy un elogio de Aznar en Washington de modo acaso algo “ostentóreo”: Coño, con Aznar. Vestido de estameña, ya de hinojos, arroja ceniza sobre su cabeza: “Coño, con el charlotito insignificante de las diatribas de Felipe González en los años noventa”. (¿se las creyó usted?). Ni palabra en todo la canela al contenido del discurso, sólo a la circunstancia de que fue interrumpido por ovaciones en veinte ocasiones. Ni una mención al presidente de los Estados Unidos, como si la relevancia internacional de Aznar no tuviera nada que ver con las buenas relaciones trabadas con su homólogo americano, al que el periódico de Anson desprecia y le llama César imperial, Bush II y otras lindezas semejantes, vamos que no le gusta un pelo.
 
Entiéndase bien, no queremos decir que sea un elogio forzado, eso sería infravalorar la complejidad florentina del autor, recuérdese si no cómo, por ejemplo, entró con toda naturalidad en la Academia del bracete de Juan Luis Cebrián, al que durante años le había negado el pan, la sal y hasta el saludo. O su libro sobre Don Juan, que los conocedores opinan que debería haber titulado Don Pedro. Anson es un torero con mucho oficio y este elogio de Aznar es buena prueba de ello, aunque también pueda ser visto como un ejercicio de prestidigitación, en el que lo fundamental es llamar la atención por un lado para que no se vea lo que se hace por otro.
 
En esta pista de circo, si Anson es un prestidigitador, Ramírez es un contorsionista. Lo deja claro en su periódico todos lo días y con su propia voz cuando acude a La Mañana de la Cope. Sería una pregunta retórica, como la del huevo y la gallina, por ejemplo, interrogarse sobre si las posiciones de su periódico se toman a la medida de sus ideas o son sus ideas las que se configuran a partir de la pluralidad de posturas que se plasman en su periódico. Si le dan tiempo suficiente para enrollarse parece capaz de hacer compatible hasta lo más aparentemente contrapuesto. No es de extrañar que su carta dominical amenace todos los domingos con desbordarse por todo el diario. Así son ellos, Anson y Ramírez, Pedro Jota y Luis María.
 
Dos notas más. Algunos lo lamentarán y muchos respirarán profundamente: Pedro Ruiz deja de hacer ese programa suyo que parecía eterno y del que disfrutaba el 6% de la audiencia. Y todo, por la pasta. Dos: desde hace unos días, funciona un nuevo blog en la red, el de Arcadi Espada. Ni como periodista de El País ni como catalán encaja este señor en el estereotipo. También hay que decir que con frecuencia se enreda en sus propios laberintos y no siempre alcanza la claridad que nos hace esperar. En cualquier caso, su lectura resulta más veces estimulante que previsible.
 

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