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Serafín Fanjul

Julián se llama Alfredo

Nuestros pueblos occidentales están necesitados, hasta las cachas, de un rearme moral que incluye, entre otras cosas, la asunción de sus obligaciones de defensa (con todas las consecuencias).

Cuenta la leyenda que al rey Rodrigo se le fue la mano con Florinda, hija del conde don Julián y éste no tuvo mejor ocurrencia que conchabarse con los árabes para derrocar al último godo. La historieta es tal vez de origen oriental y en todo caso no llega a los reinos del norte hasta el siglo XII. Por otro lado, debía constituir un motivo folklórico más extendido de lo que nos contaban de niños (abundando en la singular excepcionalidad española) pues la misma secuencia de sucesos y traiciones aparece en las sagas nórdicas de Sigurd Sleva y Ermanrico. Por no ponernos pesados con erudición que ahora no hace al caso, no más indicaremos que, en su odio al rey Rodrigo, Julián ejecuta una añagaza que hoy en día puede resultarnos ingenua pero que, todavía cinco siglos más tarde de los supuestos acontecimientos, asoma en el Poema de Fernán González: por consejo de Julián, el rey "Manda por tod el rreyno las armas desatar// e dellas fagan açadas pora vynnas labrar,// e dellas fagan rrejas pora panes senbrar,// caballos e roçines todos fagan arar". Según la leyenda, el rey Rodrigo, amén de violador y lascivo, debía ser bastante lerdo, pues se deja convencer y desarma al reino, con lo cual los musulmanes tienen las puertas abiertas para la invasión.

Obviamente, en estas páginas no nos interesa el grado de verosimilitud histórica que puedan tener las cuitas de La Cava, de su traicionero padre o las boberías de Rodrigo, sino una nueva ideíca de Alfredo Pérez, que dizque va para presidente del Gobierno: no he podido olvidar la hermosa narración medieval de cómo España queda indefensa a merced de los extraños gracias a la traición y estupidez de los propios. Al parecer, Pérez maquina liquidar por completo el ya residual ejército que le queda a nuestro país, pues no otra cosa es pretender reducirlo en otros cuarenta mil hombres. Suponiendo que vaya en serio y no se trate de un anzuelo para perroflautas y asimilados –a ver si así se animan a votarle–, yo no sé de dónde van a reducir más nuestras esqueléticas FFAA (y no por su gusto), aunque el plan sea limitarlas a los bomberos de Zapatero y la Guardia Real, mientras haya Rey.

Que Alfredo Pérez desprecie –o más bien, tema– el papel de factor vertebrador del ejército (en todas partes, también en España); que se le dé una higa del peligro concreto que hay en nuestra frontera sur, en las comunicaciones con Canarias, o en el aprovisionamiento de gas y petróleo; que se desentienda de compromisos internacionales; o que lleve su mala fe y sectarismo al odio retrospectivo al Ejército, son todas razones suficientes para aprovechar la crisis económica como pretexto para ahorrar donde no debe, porque no lo imagino tan tonto como para creer en la paz universal, la tierna fraternidad de los pueblos o la conversión de los cañones en ordenadores, con las horas de vuelo que acumula el pájaro.

Nuestros pueblos occidentales están necesitados, hasta las cachas, de un rearme moral que incluye, entre otras cosas, la asunción de sus obligaciones de defensa (con todas las consecuencias) y de una evidencia: la comunidad humana que renuncia a defenderse se está condenando a muerte ella misma, pues los demás –lean, salgan al exterior, miren– no van a comportarse del mismo modo. El caso español es particularmente grave, pues a la inhibición, escapismo y cobardía de otros europeos, se agrega el socavamiento sistemático de la cohesión del Estado (en el cual Pérez y Rodríguez se han destacado), la ruptura de los vínculos familiares (menos para colocar a sus rapaces) y el ataque a cuanto suene a Nación Española. En suma, otro motivo para votar –¡ay!– a Rajoy, a quien, por cierto, los desfiles militares le resultan "un coñazo", aunque no sea tan siniestro como Pérez. De lo contrario, ustedes me dirán qué hacemos.

En España

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