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Victoria Llopis

La familia grita libertad

Es una constante en todos los totalitarismos ese empeño por destruir a la familia, precisamente porque es el ámbito que se interpone entre el individuo y el Estado, el valladar en el que nos sentimos seguros y más fuertes frente al Poder

Plaza de Colón y calles adyacentes. Millón y medio o dos millones de personas; da igual. Una muchedumbre inmensa, venida de toda la geografía española, incluso algunos desde Portugal y Alemania. Y aire de fiesta. Alegría de niños. Gente corriente.

"Invito a los gobernantes y legisladores a reflexionar sobre el bien evidente que los hogares en paz y armonía aseguran al hombre y a la familia, centro neurálgico de la sociedad" (Benedicto XVI en el V Encuentro Mundial de las Familias). Pues sí, Zapatero y amigos: pasen y vean. Sólo las anteojeras de unos prejuicios ideológicos insalvables impiden asentir una afirmación que se ha hecho visible en la calle esta mañana de diciembre. Pese a los problemas que cada uno sin duda tendrá, esos cientos de miles de personas reunidas eran la viva estampa de la alegría de vivir.

Desde las revueltas del 68 hemos venido escuchando mensajes contra el valor de la familia, contra su vigencia como célula social, contra la validez de su aportación al sostenimiento social, contra su futura perdurabilidad. Y desde hace poco menos de una década estamos asistiendo en toda Europa a legislaciones explícitamente antifamilia, so pretexto de salvaguarda de los derechos de otros grupos. Sin embargo, muy fuerte y muy real debe de ser la "experiencia humana elemental" de que hablaba Juan Pablo II que cada una de las generaciones ha vivido en su familia, pues, pese a todo, la familia sigue gozando de buena salud. Sin ir más lejos, en el informe del Congreso Familias: construyendo ciudadanía, organizado por la Fundación de Ayuda a la Drogadicción y el Ministerio de Asuntos Sociales el pasado mes de Noviembre, quedó patente que la institución más valorada por los jóvenes es la familia. Y a la inversa: algunos estudios realizados recientemente en Estados Unidos han puesto de manifiesto que el deterioro de la institución familiar se concreta incluso en cifras económicas, y que este deterioro ha incrementado espectacularmente las tasas de pobreza en la población negra.

Para el Estado, las personas no son más que números de NIF, consumidores, votantes... Para la familia, esos ciudadanos son personas únicas, seres con anhelos e ideales que alentar, con inseguridades que cubrir, con talentos que potenciar; faltas que perdonar y luchas que animar. La familia es el lugar privilegiado donde cada persona es apreciada por sí mismo, donde aprende a dar y a recibir amor. Un espacio para la pedagogía de la gratuidad.

Por eso es una constante en todos los totalitarismos ese empeño por destruir a la familia, precisamente porque es el ámbito que se interpone entre el individuo y el Estado, el valladar en el que nos sentimos seguros y más fuertes frente a un Poder que, si le dejáramos, nos lo arrebataría todo.

Este ámbito de crecimiento y maduración en el mutuo respeto, el aprecio y el amor no puede generar números, caras anónimas, sino personas maduras, conscientes de su dignidad y de su responsabilidad ante la sociedad, conscientes de su valor y sus inalienables derechos, conscientes de su intrínseca libertad. Por eso, del seno de familias fuertes no pueden sino salir seres humanos libres y seguros, a los que el Poder no puede manipular con facilidad. Por eso, defender la familia es –en definitive– defender la libertad.

Y defender la libertad implica –como nos han recordado esta mañana– defender que las familias puedan transmitir a sus hijos los valores de la tradición moral o religiosa que consideren les van a hacer más felices y buenas personas, a lo que tienen perfecto derecho según la Constitución (art.27.3), sin intromisiones ilegítimas del Estado en forma de Educación para la Ciudadanía, evitando que esos valores libremente escogidos colisionen con otros supuestos valores que el Estado se atreva a decidir como universalmente imponibles, puesto que la educación ha de ser integral (artículo 27.2 de la Constitución).

Y defender la libertad implica defender que las familias puedan traer al mundo los hijos que deseen, sin que las diversas cortapisas de la Administración coarten o dificulten su generosidad. La crisis demográfica europea trasluce en definitiva una desgana de futuro, una mentalidad de decadencia de civilidad. Las familias con las que me he cruzado esta mañana traslucen todo lo contrario. Pero necesitan ayuda material.

"La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado". (artículo 16.3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Cúmplase.

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