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Pío Moa

¿Qué se jugaba España en los 40?

Como decía Keynes, no suele ocurrir lo ineluctable, sino lo imprevisible.

El relato de los hechos históricos, por minucioso que sea, se vuelve a insignificante y cobra un desdichado aire burocrático si no se encuadra debidamente en el conjunto de problemas de la época. Así, hay épocas de problemas menores, en las que la historia parece deslizarse con cierta suavidad y los sucesos resultan hasta cierto punto previsibles. Otras épocas, en cambio, se caracterizan por bruscos movimientos, cambios drásticos de consecuencias imprevisibles, al modo de un río que, tras fluir mansamente por una llanura, encuentra un fuerte obstáculo, cambia de curso y se precipita furioso entre riscos y desniveles del terreno. Así ocurrió en España con el sangriento proceso revolucionario iniciado en el golpe militar republicano de 1930 y acelerado luego al máximo, ya como guerra civil, a partir de la insurrección de octubre del 34.

Como vengo insistiendo, la guerra de 1936 constituyó, en tal contexto, la respuesta a ese proceso revolucionario, con un resultado muy diferente del que al principio daban por asegurado casi todos los observadores. El resultado –la victoria de Franco y una dictadura autoritaria– nos parece decisivo a primera vista, pero en realidad no lo fue, ni inauguró una nueva era de "curso tranquilo por la llanura"; por el contrario, se vio extremadamente comprometido por los sucesos europeos, al punto de que lo más probable pareció, con mucho, la completa inversión del resultado de la guerra civil, con el derrocamiento de los vencedores. En rigor, la nueva victoria de Franco en los años 40 se hacía muy difícil de imaginar, y casi nadie la imaginaba según el Eje caminaba a su derrota. Esta situación de inestabilidad y peligro continuó hasta 1947, cuando el maquis pudo considerarse vencido, y con ello la posibilidad, nada inverosímil, de una nueva guerra civil. Sólo desde ese momento cabe decir que el curso histórico español volvió a asemejarse al de un río por la llanura, y así ha seguido hasta el año 2004, cuando, tras el mayor atentado de nuestra historia, se ha abierto un proceso nuevo y azaroso.

Ya aludí en el artículo anterior a lo mucho que se jugaba España entre 1939 y 1945, en una situación en rápidos cambios, de peligros extremos, tanto para los vencedores de la contienda civil como para todo el país. No resaltar este dato, la magnitud del desafío histórico, vuelve la historia opaca e ininteligible, convirtiéndola en una sucesión de datos faltos de vida, algo muy común entre historiadores a la lisenka y asimilados.

Pero antes de seguir con nuestro tema quisiera señalar la relevancia del maquis entre 1944, cuando se acercaba a grandes pasos la derrota alemana, y 1947. También sabemos, claro está, quiénes ganaron aquella difícil partida, y por eso la historiografía más al uso tiende a destacar el valor de aquellos "combatientes por la libertad" y "por el pueblo", y a dar por sentado que los franquistas tenían todos los medios para vencerlos. Quedaría algo así como una aventura generosa y romántica por parte de unos y una mediocre y turbia victoria, sin ningún mérito, por parte de los franquistas.

La realidad es que los "luchadores por la libertad" eran estalinistas o estaban dirigidos por estalinistas, que perseguían la reanudación de la guerra civil y que su estrategia era bastante lógica y bien calculada, nada parecido a una aventura alocada o romántica, según se prefiera. En Años de hierro lo expongo, contra una visión hoy muy difundida: llegaban bajo una impresión casi universal de que los días del franquismo estaban contados; de que la población, pasando hambre a causa del boicot, estaría a punto de rebelarse; de que la represión de los años anteriores habría provocado un odio generalizado; y de que con la experiencia partisana adquirida en Francia y, en menor medida, en Rusia, la guerrilla encendería la chispa de una rebelión cada vez más amplia, que haría intervenir a las potencias vencedoras.

Todo muy lógico y razonable. Pero, contra lo esperado, la población prefirió a Franco, el maquis se encontró pronto aislado y abocado al simple bandolerismo. En definitiva, el franquismo libró a España de una nueva guerra civil, triunfando de las partidas guerrilleras como no habían conseguido hacerlo los alemanes y solo lo lograrían los anglosajones en Grecia a costa de una larga y agotadora guerra civil. Como decía Keynes, no suele ocurrir lo ineluctable, sino lo imprevisible.

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