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Franklin López Buenaño

Delirios ecuatorianos

Con su retórica socialista buscan garantizar el derecho femenino al placer sexual, o que el agua sea "de todos", o que la banca sea un bien "público" y no un negocio privado.

Los poetas, novelistas y cineastas viven en un mundo donde todo es posible. Lamentablemente, cuando esa fértil imaginación pretende trasladarse al mundo real los resultados suelen ser nefastos. Los miembros de la Asamblea Constituyente del Ecuador han caído en esta trampa. Quieren dar "ejemplo" al mundo de que son gente de pensamiento de avanzado, y así proponen que "la naturaleza o Pachamama, donde se reproduce y se realiza la vida, tiene derecho a existir, perdurar, mantener y regenerar sus ciclos vitales, funciones y procesos evolutivos". Con su retórica socialista buscan garantizar el derecho femenino al placer sexual, o que el agua sea "de todos", o que la banca sea un bien "público" y no un negocio privado. Los discursos alusivos al sumak kausay (buen vivir) son reencarnación de las demandas ilusorias del Abya Yala, de "conviavilidad" de Iván Ilich, de "ecología profunda" de Arnold Naes, de descolonización de Aníbal Quijano, de Boaventura de Souza Santos, de Edgardo Lander.

Estas ideas más la soberanía alimentaria parecen sacadas de folletines de cafetín, de insomnio o de dramas románticos de telenovela. Aquí no hay teorías, es decir, modelos simplificadores de la realidad, aplicables al mundo existente y concientes de las consecuencias de sus postulados, sino sueños de mentes calenturientas, alucinadas por un triunfo electoral y un Rafael Correa convertido en nuevo Moisés.

Es que en esta feria de propuestas revolucionarias trasnochadas, de insurgencias ecologistas y de teóricos sin teorías se ignora el primer axioma de la economía: no hay almuerzo gratis. Una mayoría de los asambleístas parece estar durmiendo y soñando en taumaturgias, en varitas mágicas que conviertan al Ecuador en el país más avanzado de la tierra en donde el paradigma del buen vivir reemplazaría al crecimiento económico sin consecuencias adversas ni inesperadas. Los costos de oportunidad son simples espantapájaros neoliberales, el costo de lo invisible del que nos hablara Bastiat no solo que es invisible sino inexistente.

Desde esta perspectiva, toda utopía es posible siempre y cuando el Gobierno tenga suficiente poder. Se puede rebasar el individualismo, alcanzar condiciones de igualdad, eliminar la discriminación y la explotación; promover la paz y el progreso de las comunidades; respetar la naturaleza y preservar su equilibrio subordinando el mercado a las necesidades sociales, dando paso a la solidaridad en substitución a la competencia, transformando las utilidades y ganancias empresariales en fondos de contenido socio-ecológico, redefiniendo las cifras macroeconómicas como índices de calidad de vida y tirando al tacho de la historia el Producto Interno Bruto o el Índice de Precios al Consumidor por ser mediciones de un capitalismo tardío, al que hay enterrar en la nueva Constitución.

En la práctica, se propone recuperar el papel planificador, regulador y productor del Estado, aunque no se plantea "afectar" (léase confiscar) la propiedad privada sobre los medios de producción, que de acuerdo con el marxismo tradicional es pilar fundamental de la estructura económica del capitalismo y causa esencial de las desigualdades sociales. Pero sí se pretende concentrar el poder en el Gobierno, centralizar sus operaciones, acentuar el presidencialismo y amordazar a la prensa. En resumen, el socialismo del siglo XXI es la prosopopeya naturalista del buen salvaje del siglo XIX, y en la práctica el intervencionismo fracasado del siglo XX.

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