Hace apenas tres años el Instituto Nacional de Estadística predecía que en 2050 la población española sería de 25 millones. La semana pasada afirmaba que la cifra no sería 25 sino 53 millones. Hace tres años el problema del futuro eran las pensiones; hoy, son esos 28 millones de personas no previstas y su efecto en España, sus costumbres, y sus leyes, de tal manera que los temas económicos, aunque parezca paradójico, son casi de orden menor.
Casi simultáneamente a la población actual y futura, el INE ha recalculado el número de ocupados, el nivel del PIB, la productividad, el crecimiento de los últimos cuatro años y la renta per cápita. Quizá lo más llamativo es que el PIB de 2004 fue de 838.000 millones de euros (40.000 más de lo que se pensaba), la renta per cápita 19.640 euros –casi la misma que antes de la revisión– y que el número de personas ocupadas crece casi tanto como el PIB, por lo que nuestra productividad aumenta, en promedio, al 0,4% anual, frente al 0,8%, que al PSOE en la oposición le parecía el anuncio de una tragedia económica inevitable. Para tener una base de referencia, en Estados Unidos la productividad crece entre el 3% y el 4% anual.
El conjunto de nuevos datos perfila una España económica viviendo alegremente al borde del precipicio. La alegría se traduce en optimismo y, por tanto, facilidad y disposición para endeudarse sin temor, lo que facilita un sistema financiero que hoy no tiene límites al crédito que puede ofrecer (porque puede, a su vez, endeudarse fácilmente), a los más bajos tipos de interés imaginables; unos empresarios también optimistas, sin temor a aumentar las plantillas y una actividad gubernamental que, en contraste con casi toda Europa, se financia –por ahora– con lo que recauda anualmente.