Si alguien hubiera dado hace unos años con el nombre de Evo, habría hecho estragos en la Bodega del Apolo, local indescriptible de la Barcelona canalla. Pero el Evo que ha venido a comprometer al estadista Rodríguez no apunta por ahí, más que nada porque se ha plantado en la Moncloa embutido en un jersey del Sepu, revolución estética y protocolaria que anticipa –ya lo verán– otra menos simpática. Y un rosario de disgustos para las multinacionales españolas. Por no perjudicar a esas empresas –que no llamo “nuestras” porque no tengo acciones, ni opciones, ni nada que se le parezca– creen algunos prudentes compulsivos que Rajoy debería haberse reunido con don Evo. Pero a Rajoy, que yo sepa, no lo ha votado Repsol sino la gente. Gente a la que no le divierte ni le excita que un presidente electo llame terrorista al gobierno de los Estados Unidos. Ni que fantasee con debelar al dólar a golpe de coca.
Martín Prieto, tras escribir un artículo memorable sobre el aborto, informa de que don Evo no es un folclórico narcotizado. Ya lo sabíamos. Y también que la hoja de coca no es lo que se meten algunas modelos y algunos jefes de sala de bingo por la nariz, sino una especie de aporte energético, un Cola-Cao de las alturas. Más que insistir en lo sabido, no estaría de más que los medios dejaran de colocarle sistemáticamente al presidente electo de Bolivia el calificativo de indígena. Otra cosa sería “indigenista”.
Desde que un grupo de profesores maoístas de la Sorbona empezara a marranear con el indigenismo comunista o el comunismo indigenista, la mezcolanza ha envenenado la política andina y ha complicado el análisis. Esa región de América ha aportado por fin su líder carismático y demagógico a la alianza cubano-venezolana, basada en la recuperación de clichés revolucionarios de la Guerra Fría, el retroceso –o directa conculcación– de las libertades y la aplicación de fórmulas económicas que se han revelado catastróficas. El desvarío populista, étnico, antiamericano y amenazante de don Evo es lo peor que le puede pasar a un país con importantes riquezas naturales, esa maldición americana.