Esta es la segunda entrega del artículo en el que Alberto Recarte, vicepresidente segundo de la Fundación Hispano-Cubana, analiza los últimos acontecimientos en Cuba. Puede consultar la primera parte aquí.
VI. Las consecuencias políticas y económicas del poder absoluto
Naturalmente, ese tipo de políticas tenía que causar la miseria de la sociedad cubana y el desplome de su economía. Un desplome que ha ocurrido y continuará ocurriendo en un futuro. Pero el castrismo ha aguantado, porque ha controlado férreamente a una población que vive aterrorizada y porque siempre ha conseguido financiación para hacer frente a la inoperancia económica de su país. Financiación que habitualmente se convierte en deuda. Deuda que no se paga a los países acreedores, como la antigua Unión Soviética y España. Y que en muchos casos se condona por motivaciones políticas o intereses económicos de los dirigentes de los países democráticos.
La primera fuente de financiación del castrismo fueron las reservas del Banco Central de Cuba y su capacidad para endeudarse y conseguir créditos. Cuando ese crédito se consumió, apareció la URSS, que financió la represión interna, las guerras africanas, los golpes de estado en Sudamérica, la educación, la sanidad, y la alimentación de los cubanos. Hasta su desaparición como país. Y mientras, a partir de mediados de los 70, y durante 10 años, el castrismo fue financiado por los bancos y las agencias de crédito y seguros oficiales de los países democráticos, que pensaban que el castrismo había emprendido una política definitiva de reformas.
VII. La enfermedad de Fidel Castro
Por todo ello sería deseable que Castro muriera o quedara permanentemente incapacitado. Incluso cualquier golpe de estado, democrático o no, sería mejor que la actual situación, porque nadie puede ser tan nocivo para los cubanos como Fidel Castro.
Lo que ocurra después es secundario. No le sucederá ningún hijo, como ocurrió en Siria o Corea del Norte, países también comunistas y con un nivel de violencia parecido al de Cuba. Porque para Castro sus hijos han sido un recordatorio permanente de su mortalidad y, por eso, los ha perseguido cual Saturno temeroso. Hay abundantes pruebas de lo que digo. En relación con su familia e hijos, Castro está siempre más cerca del parricidio que del nepotismo o el instinto sucesorio. Castro no apoya el "tirón dinástico de las dictaduras", al que hacía referencia en un famoso artículo enABCLuis María Ansón hace muchos años, cuandoABCera un periódico con otras señas de identidad.
Raúl, en este sentido, no es su hermano. Es el cómplice de sus torturas y asesinatos. Y es, sin lugar a dudas, mejor que él, porque no tiene las pulsiones sádicas de su hermano. Es solamente un tirano, que sabe que si quiere sobrevivir políticamente y personalmente, tendrá que aceptar algunas reformas del estilo de las que ya propuso él en los años 70 y no muy diferentes de las que comenzó a introducir en China Deng XiaoPing cuando Mao quedó incapacitado. Pero el futuro tampoco le preocupa por su edad y deterioro físico.
A quien si le importa es a la policía y a los militares, que se han repartido los activos de la economía cubana para cuando desaparezca Castro. Ese grupo de policías torturadores y militares corruptos hace tiempo que aprendieron del ejemplo de la desaparecida Unión Soviética y se han preparado para el futuro colaborando con empresas extranjeras en los sectores generadores de divisas, como el turismo y la minería, para ser la clase económica dirigente en una Cuba sin Castro.
El futuro está, pues, lleno de incertidumbres, pero Castro es una realidad destructora que impide proyectar nada hacia el futuro.
VIII. Conexión Castro-Rodríguez Zapatero
Una posición que, lógicamente, no comparte el Gobierno de Rodríguez Zapatero, que mientras proclamaba que quería volver al corazón de Europa se convertía en el miembro europeo del eje populista latinoamericano. El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha hecho votos por la recuperación de Fidel Castro. Una postura lógica en quien ha diseñado como ejes de su acción de Gobierno el ataque a la transición política española, la exaltación del bando rojo durante la Guerra Civil, la marginación de los demócratas que no piensan como él y de quien está más a gusto sentado en una mesa política con Txapote y el resto de asesinos de ETA-Batasuna que con los políticos liberales, conservadores o centristas del PP. Porque Fidel Castro y Rodríguez Zapatero comparten mucho más de lo que parece.
IX. Conclusión
La muerte de Castro cerrará un capítulo espantoso de la Historia de la Humanidad. Terrible para los cubanos y descorazonador para los demócratas no progresistas, que hemos comprobado durante estos decenios que para la inmensa mayoría de la izquierda los asesinatos políticos son comprensibles si los enemigos interiores, aunque sean mayoría, pudieran llegar a derrotar políticamente a su líder revolucionario. Porque para esa izquierda y muchos progresistas, la violencia de izquierdas es comprensible y admisible. Porque para esa secta ideologizada, los asesinatos de Castro, de Hezbolá, de Hamás, de los Mártires de Al-Aksa deYaser Arafat, de los seguidores de Sadam Husein, de los de Assad en Siria, de los clérigos iraníes, de los talibanes, son condenables pero comprensibles, porque todo es tolerable frente al imperialismo norteamericano y el capitalismo mundial.
Cuando Castro muera los progresistas del mundo llorarán y los cubanos sentirán una inmensa alegría porque podrán tener alguna esperanza para el futuro. Al igual que ocurrió cuando murió Stalin y Mao, que fueron llorados por la izquierda mundial, pero no por los rusos ni por los chinos, que pudieron comenzar lentamente los primeros, y rápidamente los segundos, una serie de reformas que deberían terminar en el reconocimiento de los derechos individuales inalienables de todos y cada uno de los miembros de esas sociedades, empezando por el primero y más fundamental: el reconocimiento de la libertad personal.