Menú
Armando Añel

Operación avestruz

Los días que corren evidencian como nunca antes las similitudes entre La Habana y Pyongyang. A las ya tradicionales —desprecio por los derechos humanos, ausencia de libertades, economía planificada, militarismo, histeria nacionalista, culto a la personalidad— se suma ahora la bravuconería más utilitaria. Y no se trata, claro, de que con anterioridad ambos gobiernos no hubiesen manejado a conveniencia las distintas coyunturas internacionales, sino de que esta vez la manipulación rechaza el manto de lo presumible para cubrirse, aparatosamente, con el de lo grotesco.

El reciente anuncio de que Corea del Norte tiene más de cien misiles atómicos con la mira puesta en las principales ciudades estadounidenses —y que podría dispararlos en caso de imponérsele sanciones económicas—, hecho público por el director ejecutivo del llamado "Centro por la Paz Coreanoestadounidense", Kim Myong Chol, podría mover a risa si no fuera porque el horno de la geopolítica global ya no cuece esta clase de pasteles. Con el telón de fondo de una administración republicana que ha demostrado hasta la saciedad su interés en la defensa nacional (desde una doctrina geoestratégica que, quiérase o no, responde, en primerísimo lugar, a consideraciones de seguridad interna), el régimen norcoreano, como el cubano, procura buscar las cuatro patas de un gato que ni goza de siete vidas ni tiene más de dos ojos. Salvando las distancias ciertamente: Castro ha amenazado a EE UU con un éxodo masivo, Kim Il Jong con ojivas nucleares. Consecuentemente, la negativa norteamericana a seguir la estela de la beligerancia retórica ha caído como un jarro de agua fría sobre La Habana y Pyongyang.

La pregunta que ambas dictaduras formulan a Washington parece cantada: En caso de que una escalada de tensiones desembocara en enfrentamiento directo, ¿quién tendría más que perder? Y su réplica también: Seguramente quien más tiene. La Casa Blanca ha insistido en hallar una salida pacífica, multilateral, a la crisis coreana, y sus más altos representantes declaran una y otra vez que la solución al problema cubano no pasa por el recurso de las armas. Para subsistir —sobre todo ahora, en época de vacas flacas—, los regímenes castrista y norcoreano requieren un enemigo creíble, opulento, mal visto y peor pensado por los adversarios del orden unipolar. O, paradójicamente, un "amigo" que los subsidie con tal de mantener incólumes sus fronteras. Parafraseando la parábola martiana, Cuba y Corea del Norte son del avestruz las dos alas. Un pájaro con tan mala cabeza que hasta la suele enterrar.

En Internacional

    0
    comentarios