Muchos creyeron en una nueva etapa del PSOE. Aunque recordaban el precedente de Borrell, cautivo del siempre poderoso aparato del partido –ese fue su fallo–, algunos llegaron a pensar que Rodríguez Zapatero podría ser el Aznar del PSOE. Pero no lo ha sido.
Rehén de las miserias de un partido inoperante y anclado en el pasado, deudor de adhesiones inconfesables, hipotecado hasta las cejas con vetustos predecesores y herederos plenipotentes. Qué lástima.
A algunos nos duele comprobar que teníamos razón cuando, antes del XXXV Congreso, decíamos que Zapatero era el candidato virtual.
Continuamos a la espera de una oposición sincera, comprometida, honrada y con control.
Mal se puede querer controlar al Gobierno cuando todo sigue siendo un cúmulo de intereses inconfesables y vergonzantes.
A éste país le duele no tener oposición. No la hay. Como tampoco hay un líder de la oposición.
¿Zapatero? ¿Maragall? ¿Elorza?, ¿Patxi López?, ¿Ibarra? Únanlos a todos y no podrán hacer nada. Peor que el demoníaco cubo ese de los años 80.
Una vergüenza.
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