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Jorge Vilches

Raíz de la hispanofobia actual

“Merecemos una España mejor”. Sí, siempre. ¿Alguien lo duda? Lo significativo del eslogan electoral es la introducción de la palabra “España”, pues esta frase pertenece al PSOE, a un partido progresista, de izquierdas, con el marchamo antifranquista. Zapatero y su equipo, tras la puñalada catalana de Maragall, se han decidido por el bombardeo con frases que incluyen, además de la citada “España”, otras como “patria” o “nacional”. Han roto con cierta hispanofobia, primitiva pero dañina, causada por el franquismo.
 
El franquismo se apropió de los símbolos de España, identificándolos con el régimen nacido de la guerra civil. El restablecimiento del pabellón bicolor, ya desde 1938, algo loable, fue acompañado por su casi equiparación con banderas de partido, como la falangista y la carlista, que deterioró su sentido y naturaleza. Aquella bandera que eligió Carlos III, resumen de la bandera catalano-aragonesa, quedó sellada en propiedad por el franquismo. La creación de un escudo nuevo, plantado en la bandera nacional, culminó la apropiación del símbolo. El águila de San Juan y el escudo de los Reyes Católicos se unió a elementos creados en la revolución de 1868 para originar uno nuevo, sobrecargado, totalmente alejado de los anteriores. Y al igual que la bandera se arrimó a enseñas partidistas, la “Marcha Real”, el tercer himno nacional más viejo de Europa, tras el holandés y el inglés, se entonó junto al “Cara al Sol”, compuesto en el sótano de una taberna madrileña, como contó Agustín de Foxá.
 
Toda esta parafernalia, especialmente cruda en la primera etapa del régimen, en la fascista, era y es la propia de los regímenes dictatoriales. Es algo atemporal: hoy ocurre lo mismo en la Cuba de Castro, donde el socialismo campante se ha apropiado de todos los símbolos nacionales, incluido José Martí y la historia de la Isla.
 
La autarquía de aquel primer franquismo reforzó la unión del régimen con los símbolos, y éste actuó recreando toda una historia nacional determinista y justificadora. No sólo aquella historiografía era un instrumento político, sino también las palabras del discurso oficial: “España”, “patria”, “nación” y sus derivados. La simbiosis entre el franquismo y los símbolos nacionales fue tal que los hombres del régimen se titulaban como “verdaderos españoles” frente a contubernios de tebeo y amenazas exteriores. Los patriotas eran franquistas, y viceversa, pero de forma excluyente.
 
Muerto Franco, casi todo fue antifranquismo. La Transición desveló una sociedad que no podía olvidar la relación, la usurpación que el régimen autoritario había hecho de los símbolos patrios. Del lenguaje progresista desapareció todo lo que recordara al franquismo. Incluso una revista de información general, “Cambio 16”, denominó “Este país” a su sección de nacional. El rechazo al franquismo se extendió a lo que lo había simbolizado, y con ello la bandera, el escudo y el himno nacionales. Y se convirtió en algo común el usar sustitutos vergonzantes para palabras como “España” o “nación”. Aquella borrachera de antifranquismo mal entendido se propagó a la Educación y a los medios de comunicación, y, por ende, a la política, originando clichés y prejuicios frente a los símbolos nacionales. Y esto sin entrar en los seculares complejos de inferioridad derivados del “¡Que inventen ellos!”.
 
Ha pasado 25 años para que un líder del PSOE empiece a hablar en una campaña electoral, sin embozo, aunque como acto reflejo, de “España” y “patriotismo”. Los nacionalistas periféricos se aprovecharon de la usurpación franquista de los símbolos nacionales y de la natural reacción de la sociedad en la Transición. Pero nuestro país, gracias a un esfuerzo colectivo, ya no es el mismo. Sólo hace falta que nos lo creamos.

En España

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