Descompresión informativa de agosto. De los hedores, ardores, horrores y errores de la comisión a la entrevista de El Mundo a Rajoy, centrada en el ciclismo, el fútbol, el esquí. Acaba el mes de julio con Enrique Curiel reprochándole a la derecha haber regresado a febrero de 1936 y empieza agosto con la condescendencia de un entrevistador que no le ve los colmillos a don Mariano: “Para ser el rostro de la derecha, hay que convenir en que el resultado es de lo más comprensivo y civilizado”. Claro que sí, hombre, en agosto como en Navidad. Donde se esperaba incomprensión y barbarie, aparece un hombre normal. Venga un abrazo, Abel; la quijada puede esperar.
Pero algunos, algunas, no descansan nunca. Y hete aquí que la portavoz de la Red de Organizaciones Feministas, insensible al calendario, insiste en que la reciente carta de los obispos, que propugna medidas intervencionistas y de discriminación positiva a favor de la mujer, “alienta la violencia contra las mujeres”. Nada menos. A mí me parece que es ese tipo de majaderías y de canalladas lo que alienta la violencia, en general. Ponerse duros con el Vaticano, desempolvar los infundios anticlericales, los traumas de Azaña –¡qué pesado!- en su jardín, darle mandobles a la Iglesia sale gratis porque no te contesta. Salvo que se trate de ese fracaso teológico, político y moral que se llamó, con un par, Teología de la Liberación. Pero con ellos no hay discrepancias.
Obligados al realismo en lo económico, atrapados en las contradicciones de su globofobia y cada vez más inseguros –los que leen- al manejar los mitos históricos de su propaganda, sólo queda un terreno sobre el que trazar la raya que separa a la izquierda hiperlegitimada del resto del mundo: la moral individual. Y ahí han echado a volar sus cometas, la bandera homosexual, feminista, ecologista, multicultural, pacifista. Pero una mitad de su ideario no sólo no molesta a la derecha sino que lo ha gestionado antes que ellos, y la otra mitad lo comparten, para su desesperación, con la Iglesia.