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José María Marco

El fracaso de la manipulación

Kerry y Edwards también se han equivocado acercándose demasiado a una posición que distorsionaba y traicionaba lo que la mayoría de posibles votantes demócratas querían decir con su apoyo

La victoria de Bush en las elecciones presidenciales tiene un significado muy preciso. Los norteamericanos han decidido que por lo menos durante otros cuatro años, su país está dispuesto a asumir el liderazgo de la libertad y de la democracia en el mundo.
 
Las patologías ideológicas europeas que interpretan estas elecciones y su resultado como un triunfo del conservadurismo reaccionario tienen poco que ver con lo que se ha jugado aquí en estos meses de campaña electoral. Lo que estaba en juego es si Estados Unidos aceptaba la responsabilidad de seguir a la cabeza de la lucha contra la nueva versión del totalitarismo, encarnada por los islamofascistas, sus aliados nacionalistas y el ejército de terroristas a su servicio.
 
Los votantes de Kerry con los que he podido hablar, que son muchos, conocían perfectamente las inconsistencias de Kerry. No se fiaban de él. Cuando se les recordaba el historial de desmentidos, inconsistencias y contradicciones en que ha incurrido a lo largo de su carrera política carecían de argumentos para justificarlo. Edwards, por su parte, suscitaba una antipatía profunda. Pero estaban dispuestos a votarlos porque Kerry y Edwards representaban una oportunidad para aliviar el peso gigantesco que Estados Unidos ha asumido. Es un sentimiento respetable. Los jóvenes norteamericanos están muriendo en una guerra feroz. Se han recortado libertades que los norteamericanos consideran esenciales a su propia identidad nacional. El sufrimiento, el dolor e incluso el miedo ante el largo camino de sacrificios que queda por delante incitaban, como es natural, al repliegue.
 
Este sentimiento de desazón, tan humano y en más de un sentido tan valioso, ha sido descaradamente manipulado por una minoría de cínicos, ideólogos, académicos, payasos y titiriteros que han creído poder aprovecharlo para adelantar su propia agenda nutrida de resentimiento por el fracaso y la defunción de la utopía socialista. La franja lunática que ahora domina la opinión pública europea, y en particular la española, confunde ese sector con los votantes de Kerry. Se equivocan. La sociedad norteamericana no está tan dividida como a ellos les gustaría creer.
 
Kerry y Edwards también se han equivocado acercándose demasiado a una posición que distorsionaba y traicionaba lo que la mayoría de posibles votantes demócratas querían decir con su apoyo. Kerry ha pecado una vez más de frivolidad. Esa parte de la sociedad norteamericana expresaba dudas razonables y sensatas. La elite intelectual que ha secuestrado el partido demócrata las ha convertido en un circo. Los demócratas han contribuido a movilizar a sus oponentes y tal vez incluso hayan perdido una parte de su posible electorado.
 
Queda por ver si Kerry y Edwards aceptan el resultado de las elecciones o siguen la senda de Al Gore y ponen en duda la legitimidad de la victoria republicana. Si optan por esta vía, es probable que den un paso más hacia la insignificancia. Los norteamericanos valoran la libertad, la democracia y sus instituciones por encima de cualquier otra cosa. Relegarán a la marginalidad a quienes se atrevan a jugar con ellas otra vez, como han intentado jugar ahora con los buenos sentimientos de sus compatriotas.
 

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