Está muy bien que el presidente Rodríguez se muestre tan agresivo con el PP desde el inicio de campaña porque está anticipando las conclusiones que extraerán los socialistas la noche del día 20: si la participación es baja, será culpa de los populares, que han mostrado poca convicción y han transmitido un mensaje ambiguo que la derecha no ha podido interpretar unívocamente, disuadiéndola de participar; si la participación es alta, será un triunfo del gobierno, que no sólo ha sabido movilizar a la población sino que se ha colocado a la cabeza del europeismo en la Unión; si gana el no, será culpa del PP, que al pedir el sí por la boca pequeña y realizar una campaña discreta al margen del PSOE ha traicionado una causa superior por mezquinas razones internas; si gana el sí, Rodríguez habrá sido confirmado por aclamación, se olvidarán las luctuosas circunstancias de su accidentado acceso al poder, se habrán borrado las sombras. Combínense las anteriores posibilidades: sí o no con alta o baja participación. El PSOE siempre gana, el PP siempre pierde. Esas son las cartas de Rodríguez.
Como quiera que el error de Rajoy al apoyar el sí de buenas a primeras ya no tiene vuelta atrás, convendría analizar la situación con cuidado. El mismo día en que el líder popular se alineó en este asunto con el gobierno, el ex presidente Aznar llegó todo lo lejos que pudo en el sentido contrario: pidió reflexión. Aun solicitando el voto favorable, el PP no ha dejado de señalar algunas carencias del tratado, ni ha dejado de criticar la impericia negociadora del nuevo gobierno, ni de denunciar la manipulación de la campaña institucional. Paralelamente, desde medios liberales y conservadores muchos hemos reclamado que se le dé al gobierno el tratamiento que merece quien se dispone a utilizar descaradamente la idea de Europa para consolidarse internamente. A la vez, hemos argumentado en contra del tratado en sus propios términos. No hace falta volver a las ideas centrales, que están recogidas en este medio.