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Serafín Fanjul

En danza con Esperanza

en este caso –como en otros– se pone de manifiesto por enésima vez a qué niveles es capaz de bajar el oportunismo político más rastrero, a costa de muertos, enfermos, o de lo que sea

Van a por ella. Para perpetuarse en el gobierno de la Nación los socialistas precisan comerse primero algunas autonomías clave, Galicia y Madrid en primer lugar. Otros les importan menos (La Rioja, Castilla-León, Murcia), pero esas dos revisten un fuerte simbolismo capaz de influir en los votantes respectivos en unas elecciones generales, por ser una autonomía histórica y con lengua propia la una y por el enorme volumen económico que manejan Madrid y su provincia en el caso madrileño, con el consiguiente riego de encargos, enchufes, prebendas, contratos, inversiones –premios y castigos, vaya– que podrían repartir entre su clientela si trincan esta comunidad y, por consecuencia, con el balsámico efecto habitual de compra de votos de que tanto se valen en Andalucía y Extremadura. En otras comunidades lo tienen más crudo, léase Valencia, donde el intento en marcha de aplastar a esa región para que no pueda competir con Cataluña en ningún terreno es demasiado evidente (cortarles el agua sólo es un anticipo) y, por tanto, por allá “…mala la hobísteis, franceses, en esa de Roncesvalles…”
 
Hay un interés utilitario claro en la pretensión de copar la comunidad de Madrid, pero no es todo. Por Esperanza Aguirre sienten una predilección especial como objetivo a triturar. Aunque ella nada tuvo que ver en las golferías y gatuperios internos del PSOE en junio de 2003 que obligaron a repetir los comicios, un personaje de la talla de Simancas no perdonará jamás el revolcón –chiquito, a la vista de lo que mostró la TV madrileña aquel verano– que la actual presidenta le diera a la vuelta de vacaciones. Y del mismo modo que en Galicia ordeñan las sucias ubres del Prestige hasta grados de irracionalidad pasmosa, en Madrid tratan de prefabricar incidentes con los que culpabilizar a la marquesita, que les ha demostrado no ser la tonta ni la muñequita de porcelana que tanto les gustaría. En Galicia, los separatistas alardean su demencia ensuciando los cascos históricos con condenas enloquecidas (“Prestige: Espanha culpavel”, “Tourist: Galiza is not Spain”, “Espanha nunca mais”“, se puede leer en los muros de mi Lugo. Encima son lusistas: a estos papaxoubas no les falta de nada). En Madrid, con la cobertura masiva de sus medios de comunicación, que son casi todos, y valiéndose del fiscal general del Estado, escarban el “Caso Majadahonda” a ver si por ahí le hincan el diente; o sirviéndose de sus cuatro rectores en las universidades madrileñas preparan la campaña de asalto a propósito de cualquier complemento retributivo pendiente, como ya hicieran el año pasado, con alusiones a la “agresión”, la guerra total que el gobierno de la Comunidad estaría perpetrando contra los universitarios, como si ellos solos no se bastaran y sobraran para desprestigiar a la Universidad; presionan para cortar la financiación europea del Metro a través de su compadre Almunia en Bruselas; ningunean siempre que pueden a la presidenta en actos oficiales del gobierno nacional (con la connivencia del impresentable Gallardón); y ahora, el colmo, los tiernos progres encandilados con la bonita eutanasia del infeliz Sampedro, tan chuli y tan guay, aprovechan el lamentabilísimo caso del hospital Severo Ochoa para dar jaque a esta señora que osa resistírseles.
 
Como en tantos campos donde plantan la zarpa los políticos, en el asunto de Leganés huelgan politiquerías y faltan informes técnicos, estudios serios hechos por expertos, información sólida a la opinión pública. En su primera aparición al respecto, al señor Simancas –ese gigante– sólo le faltó acusar a la señora Aguirre de ser ella quien apiolaba a los enfermos para pasar el rato: sería bueno saber quién envió las denuncias anónimas y por qué, qué vínculos partidistas o sindicales tiene el sujeto, si los tiene; y por eso la investigación debe profundizar por ahí en paralelo a la depuración de responsabilidades –o no– de los médicos, gerentes o directores involucrados. Pero una vez levantada la liebre, socialistas e izquierdistasunidos se olvidan del derecho de los pacientes a la vida y se pasan al otro lado, al de los médicos que, corporativamente, pueden armar mucha más bronca que los enfermos, así pues ya hemos oído en el Colegio de Médicos decir a un galeno (¿será de algún partido o sindicato?) que esto es una agresión contra toda la profesión médica (como en la Universidad, recuerdo): qué modesto, el chico.
 
Por razones obvias, desconozco el grado de justicia o injusticia de las destituciones habidas, pero sí sé que eso sólo lo pueden y deben establecer técnicos capacitados. Y lo antes posible. Si la presidencia madrileña, a la vista de lo que estaban montando los socialistas y sus monagos, se puso la venda antes de sufrir la herida, habrá de rectificar. Y no pasa nada. Pero en este caso –como en otros– se pone de manifiesto por enésima vez a qué niveles es capaz de bajar el oportunismo político más rastrero, a costa de muertos, enfermos, o de lo que sea. Y también queda claro que la ley electoral que padecemos favorece situaciones absurdas: eltodos contra el PP es una de sus más puras concreciones.

En España

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