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Emilio J. González

Castillos en el aire

los socialistas han diseñado una política económica de retorno a las francachelas presupuestarias, estatales y autonómicas, contando con que la Unión Europea seguiría pagando y pagando las necesarias inversiones en infraestructuras

El Gobierno socialista está que no le llega el cuello a la camisa ante la perspectiva de perder una parte importante de los fondos europeos que recibe todos los años nuestro país. Pero el problema que se avecina en este sentido lo ha creado, en gran medida, el propio Ejecutivo con sus errores de política europea, ya comentados en el artículo El nuevo talante europeo y, sobre todo, con una concepción equivocada de lo que es y lo que representa la Unión Europea.
 
El problema básico estriba en que, a partir de 2007, España, por su grado de desarrollo económico, pasará de ser receptor neto de fondos europeos a ser contribuyente neto. Eso es lo que no le gusta al Gobierno de Zapatero, que trata de reducir al máximo la aportación española a las arcas comunitarias, bien poniendo en tela de juicio el cheque británico, bien respaldando a Francia y Alemania en su deseo de rebajar el techo de gasto de la UE desde el actual 1,24% del PIB hasta el 1%. Pero ya sabíamos hace años que nuestra condición de receptores netos iba a transformarse en la de contribuyentes netos. Desde el momento en que la renta española superó el umbral del 90% de la media de la UE, estábamos destinados a perder las ayudas del fondo de cohesión, que tanto le costó a José María Aznar mantener durante el periodo 2000-2006. De hecho, el Gobierno del PP ya venia advirtiendo de esta circunstancia desde hace tiempo, como hacía también respecto a los fondos estructurales puesto que muchas de las regiones españolas han superado el umbral de renta del 75% que les daba derecho a percibir las ayudas destinadas a las regiones Objetivo 1, las menos desarrolladas de la UE. Que pasemos a ser contribuyentes netos, por tanto, es lógico puesto que hemos sabido aprovechar los años anteriores para avanzar en la convergencia con los países centrales de la Unión Europea. Lo que no es lógico es que España vaya a ser el país que más sufra, en términos presupuestarios, los efectos de la ampliación de la UE a causa de la mala estrategia de política europea seguida por el Ejecutivo del PSOE. Eso es algo que no tiene que ver con nuestro grado de desarrollo, sino con lo mal que han jugado sus cartas los socialistas, y ahora se duelen de ello.
 
Además, por parte del PSOE hay un error de concepción de lo que significa la pertenencia de España a la Unión Europea. Para el Gobierno de Zapatero, como para el de Felipe González, UE significa nada más que recibir dinero de las arcas comunitarias. No se dan cuenta, en cambio, de que la Unión es un mercado único, con una moneda común, que ofrece por sí mismo importantes oportunidades de crecimiento y desarrollo para quien sepa aprovecharlas. No olvidemos que más del 70% de nuestras exportaciones se dirigen a nuestros socios europeos y que la ampliación a los países del Este abre nuevas oportunidades para las empresas que quieran y sepan aprovecharlas. Ahí está, sin ir más lejos, Telefónica, que acaba de adquirir la operadora checa Cesky Telecom, que le servirá de base de operaciones en los nuevos Estados miembros; o Abertis, que prepara su entrada en Hungría con la misma finalidad; o Ferrovial y ACS, que tienen presencia en esos países desde hace tiempo,… Eso también es Europa y proporciona a España rentas y empleos a través de las empresas, siempre y cuando éstas encuentren en nuestro país las condiciones adecuadas para ser competitivas.
 
Aquí es donde reside el quid de la cuestión, porque los socialistas han diseñado una política económica de retorno a las francachelas presupuestarias, estatales y autonómicas, contando con que la Unión Europea seguiría pagando y pagando las necesarias inversiones en infraestructuras, y han pensado en volver a elevar la presión fiscal sobre los ciudadanos y las empresas, con la idea de que los fondos europeos paliarían los efectos negativos que su estrategia de política fiscal acarrearía a la competitividad empresarial y al empleo. Pero, al hacer esas cuentas, los socialistas han calculado por lo alto y no han tenido en cuenta que los vientos que hoy soplan por la UE son los de gastar menos y en otras cosas, como el impulso a la sociedad del conocimiento o la ayuda a los recién incorporados países del Este. Y esto no cambia por muchas palmaditas que Schröeder y Chirac le den a Zapatero en el hombro. Es lo que pasa por construir castillos en el aire.
 
El Gobierno, por supuesto, debe tratar de defender, en la medida de lo posible, las ayudas europeas que recibe España. Pero también debe ser consciente de que nuestra realidad y la de la ampliación nos conducen de manera irremisible a perder una buena parte de ellas. Que sea más o menos dependerá de su capacidad de negociación, hoy muy menguada por las concesiones gratuitas realizadas por Zapatero desde el primer momento de la legislatura. Y, desde luego, el Ejecutivo tiene que tener muy presente que lasalegríasen política económica y presupuestaria no son de recibo, ni en sí mismas ni porque ya no va a haber tanto dinero de la UE para amortiguar sus golpes sobre la economía española.

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