Menú
Víctor Llano

Correveidiles

Los únicos periodistas libres que hay en Cuba están presos o en peligro de estarlo. Gran parte de los corresponsales extranjeros en la finca del coma-andante son otra cosa

A pesar de que Cuba es la mayor cárcel para periodistas del mundo, son muchos los corresponsales de los medios de información europeos que se prestan a reírle las gracias al verdugo de sus colegas cubanos. El largo lagarto verde anclado en el Caribe ha sido siempre un destino muy deseado por los reporteros del Viejo Continente que sin mucha dificultad aprendieron a nadar y guardar la ropa en medio del sufrimiento ajeno. Un día tras otro encuentran temas de los que hablar sin incomodar a su anfitrión dueño del inmenso lupanar. Nunca serán sospechosos de trabajar para una potencia enemiga. Si son amigos de alguien lo son de la Gran Madame Barbuda. Le admiran porque creen que es enemigo de los yanquis. Aunque siempre es injusto generalizar, lo cierto es que para sobrevivir como corresponsal de prensa en Cuba ayuda mucho ser progre y sentir un gran desprecio por todo lo que representa Estados Unidos. En caso contrario durarás muy poco en la Prisión-grande.
 
Según Reporteros Sin Fronteras, son al menos 22 los periodistas que la tiranía ha encarcelado en los últimos años. Sin embargo, la inmensa mayoría de sus colegas extranjeros prefieren informar de otros sucesos menos desagradables. La verdad no puede poner en peligro su estancia en los hoteles que rodean a los escombros que ocultan a las más de doscientas cárceles. Ser corresponsal en Cuba les pone lo suficiente como para olvidar el dolor de los colegas cubanos que no se resignan con la barbarie eterna. Además, cuando se cansen de tanta patraña, se vuelven a Europa y se acabó el cuento. Pero mientras estén allí, mejor llevarse bien con el Monstruo de Birán y con sus sicarios. Saben cómo se las gastan. Han oído hablar de la videoteca del Máximo Líder. Mejor no meterse en problemas con el Gran Hermano, que nunca se sabe cuántas cámaras ocultas te han seguido por las interminables noches de La Habana.
 
En cualquier caso –y para vergüenza de tan peculiar profesión– son demasiados los periodistas que se han sentido fascinados por la personalidad del asesino en serie que el próximo 13 de agosto cumplirá 79 años. Siempre contó con correveidiles extranjeros que le ayudaron a apagar las velitas de la tarta. Nunca exigen que se les permita entrevistar en la cárcel a Óscar Elías Biscet –muchos no saben quién es– pero acuden raudos y gozosos a la inauguración de un nuevo burdel o a un encuentro con Pérez Roque. Es para lo que están en Cuba. Para disfrutar de la brisa caribeña y contar que jamás se pone el sol en las caderas de las mulatas cubanas. Los cien mil presos, el hambre, la falta de medicinas o los que mueren en el mar intentando escapar de su casero, jamás pusieron en peligro su corresponsalía. En cualquier otro país del mundo denunciarían la prostitución infantil, pero nunca informan de la suerte de miles de adolescentes cubanos que se ofrecen por menos que nada a los ancianos canadienses.
 
Los únicos periodistas libres que hay en Cuba están presos o en peligro de estarlo. Gran parte de los corresponsales extranjeros en la finca del coma-andante son otra cosa. Tal vez esperen tiempos mejores para contar lo que ocurre. Pero ya se demoran. Nadie podrá creerles. El miedo a decir la verdad les ha impedido ser libres. Y ya es tarde. Cuando los cubanos los necesitaban, decidieron mirar para otro sitio y ocultar su sufrimiento. Más que trabajar para sus lectores, sirven a las empresas extranjeras que negocian con los herederos del apartheid comunista.

En Internacional

    0
    comentarios