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Juan Carlos Girauta

El otro aniversario

¿Cómo se actúa en el otro aniversario? ¿Se guardará un minuto de silencio por la democracia? ¿Será adecuada una procesión por las sedes asediadas? Los principales afectados llevan dos años mirando hacia otro lado.

El otro aniversario es el de una vergüenza que contamina a media clase política. Los espontáneos precisos y oportunos, los espontáneos nunca condenados y nunca investigados, los espontáneos más planificados de la historia de la espontaneidad no fueron tantos. Pero el momento fue tan certero e impactó de tal modo en el núcleo del desconcierto, del desaliento y de la conmoción, que bastó amplificar sus gritos coordinados, bastó magnificar su diseminación unánime ante las sedes, bastó prestarle cámaras y ondas a la innovadora insurrección para que el pronunciamiento civil de los móviles hiciera su trabajo. El viejo portavoz del gobierno de los GAL, como una enfermera austriaca y barbuda, le practicó la eutanasia a la democracia española calificando de mentiroso, en plena ceremonia de mentiras propias, al contrario.
 
Astarloa ha contado que a quienes les tocó gestionar las horas amargas les parecía estar siendo manejados como marionetas. Y los marionetistas sabían siempre antes que el gobierno las últimas novedades. Siempre unas horas antes. Pasándose de clarividentes, a veces sabían cosas que nunca habían sucedido, como la presencia del terrorista suicida y fantasma entre las víctimas de los trenes, intoxicación que mereció algún que otro galardón onanista, amén de votos literalmente incontables. El propio Rodríguez difundió la mentira; lo cuenta García Abadillo en su 11-M: uno de los personajes a embaucar era su director.
 
¿Cómo se actúa en el otro aniversario? ¿Se guardará un minuto de silencio por la democracia? ¿Será adecuada una procesión por las sedes asediadas? Los principales afectados, siempre atenazados por la claudicante tentación cedista, llevan dos años mirando hacia otro lado. El lado de la calamitosa responsabilidad de Estado (es paradójico que la vicepresidenta les haya llamado irresponsables entre uno y otro aniversario), el lado del suelo: enterrar la cabeza para no aceptar lisa y llanamente que se les quiere expulsar del sistema. El lado que, en una caprichosa pirueta semántica, los populares más acomodaticios llaman “futuro”: hay que mirar al futuro. Es decir, no hay que enfrentar el hecho crudo y diáfano de su proscripción, que es, ay, la nuestra.
 
La formalización de la expulsión viene en un pacto firmadito en elSaló del Tinell, donde los Reyes Católicos recibían indios con aves extrañas. Todo lo que vino luego es una sucesión de evidencias. El partido de los asesinos de Irak no puede gobernar, sus meros votos contaminan cualquier acuerdo, carecen de tradición democrática para los democratísimos hijos del golpista Companys. O poseen una esencia premoderna para intelectuales que reaccionan a la deriva pútrida del socialismo con veinte años de retraso. Bueno.

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