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Carlos Semprún Maura

Despeñaperros

Sarkozy se presenta como el líder político más firme y más reformista a la vez y "al primer disparo, levanta la bandera blanca", como le echó en cara un diputado de su partido, la UMP.

Cuando digo a mis amigos franceses que, con el régimen anterior, en España la sindicación era obligatoria y el despido estaba prohibido, no me creen; su ordenador se bloquea. Claro, no miran nostálgicos hacia la España franquista, miran hacia la URSS, país en el que todo el mundo era funcionario. Funcionarios de todas las clases, como decía la constitución de la Segunda Republica; de los ciudadanos, todos trabajaban para el estado salvo Matriona, en el cuento de Soljenitsin. La ambición del 75% de los estudiantes de convertirse en funcionarios no es algo meramente juvenil: todos ambicionan lo mismo.

La gran jornada de protesta de ayer martes fue, más o menos, como yo aposté en mi última carta: los servicios públicos funcionaron a ritmo lento, pero funcionaron, aunque la huelga fue más importante en la enseñanza. Los manifestantes, como había previsto, fueron un millón, o algo así, según cifras de la policía (y de El País). Lo cual no impide, como también estaba previsto, que la izquierda unida clame su triunfo, y se saque de la manga "casi tres millones de manifestantes". Fueron, eso sí, algo más numerosos que la manifestación tan familiar del sábado 18, pero nada tenía que ver con las de mayo del 68, ni siquiera con las de 1995. En resumidas cuentas, el batiburillo de los medios, prácticamente unánimes para condenar al gobierno y jalear a los manifestantes, fue más importante que la propia manifestación.

Eso no quita que fuera un aquelarre, porque desfilaban jubilados, funcionarios, estudiantes, que nada tienen que ver con el dichoso contrato de primero empleo, que constituye un intento para disminuir el paro de los jóvenes sin diplomas ni formación profesional. O sea los ausentes de la movilización, salvo los casseurs, quienes se contramanifiestan festiva y violentamente y aprovechan para robar. Estas bandas de los suburbios (que yo califico de islamistas) no es que tengan firmes convicciones religiosas o políticas, actúan por el placer de la castaña y por rapiña, pero es en esa población de origen africano que el Islam radical recluta con éxito. Si hubo menos violencia que el jueves 23 no se debe a que hubo menos gamberros, sino a que la policía estaba mejor organizada. Los sindicatos, unánimes, se habían negado a que policías de paisano desfilaran en las manifestaciones para protegerlas. ¿Cómo iban a desfilar las "milicias del Gran Capital" con los manifestantes anticapitalistas? Pero se mostraron muy satisfechos cuando lo hicieron. Lo del "doble lenguaje" no concierne sólo a Cebrián.

La misma tarde, en la Asamblea Nacional, Dominique de Villepin se mostró pálido, pero firme, pese a los abucheos de los enanos sociatas. Bueno, todos son enanos. El primer ministro mantiene su contrato de primer empleo, pero está dispuesto a negociar los detalles de su aplicación. Puede que Nicolás Sarkozy haya perdido estos días sus escasas posibilidades de ser Presidente en 2007; al desolidarizarse de Villepin, proponiendo que se suspenda la aplicación del CPE hasta que se reanuden verdaderas negociaciones con los sindicatos, aparece como un débil que se raja. Se presenta como el líder político más firme y más reformista a la vez y "al primer disparo, levanta la bandera blanca", como le echó en cara un diputado de su partido, la UMP. De todas formas es una triste alegría ver como un país, con tanto entusiasmo callejero, se vuelca por Despeñaperros, al negarse a reformar el navío que naufraga.

No todo son malas noticias, Kadima ha ganado las elecciones en Israel.

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