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Cristina Losada

Los consejos en Blanco

Cuando Blanco dice que sus adversarios se van a hundir si no tragan con algo, es que se mantendrán a flote siempre que no le hagan caso.

José Blanco, el hombre que tan poco pudo reinar en Palas de Rei que no llegaría a concejal, acaba de advertir al PP que de continuar resistiéndose al tenebroso cambalache con ETA, estará "terminando de cavar su tumba política". Viniendo de quien no logró un cargo público en su pueblo, pero ha conseguido que la mayoría de sus paisanos metan en la urna la papeleta del PP, esa amenaza tremendista suena a buena nueva para la oposición. Como también debería de agradarle que el número dos del PSOE, sólo comparable al número uno en savoir faire, se preocupe por su destino. Pues resulta enternecedor que a Blanco le duela que sus rivales estén labrándose su desgracia y su definitivo entierro electoral. Tanto, que no nos lo creemos. Cuando Blanco dice que sus adversarios se van a hundir si no tragan con algo, es que se mantendrán a flote siempre que no le hagan caso.

Esa regla de oro funciona en todas partes y en todos los asuntos. Lo mismo da que Blanco suelte sus frases de telenovela de tercera en Madrid, sobre el pacto con ETA, que en Galicia, sobre la reforma del Estatuto. Que es lo que hizo el domingo en Lugo, aprovechando la ofrenda del antiguo Reino de Galicia al Santísimo Sacramento. En esa fiesta religiosa, que el ayuntamiento socialista se esfuerza en laicizar, estuvo el secretario del PSOE para instruir al PP gallego sobre cómo comportarse ante la movida que preparan sus correligionarios y el BNG. Pues saldado el proceso destructivo en Cataluña con un Estatuto que no fue a votar ni el Tato, ahora le toca el turno a las tierras del Miño y el Sil. Y para que un fracaso tape a otro, y el disparate parezca menor incardinado en una serie de despropósitos, la colaboración del PP es esencial. Mayormente aquí, donde está a sólo un escaño de los dos socios.

De modo que el ínclito Blanco ha aconsejado al PP gallego que no siga las consignas de Génova, las cuales resumió así: confrontación, radicalización y darle la espalda a la gente. Que son exactamente dos de los efectos y una de las causas de la dinámica que su partido y los nacionalistas han abierto desde que se instaló en La Moncloa Zapatero. Decía ZP, como dice ahora Touriño del gallego, que el nuevo Estatuto catalán iba a servir para que todos se sintieran más cómodos, o sea, para incorporar a los independentistas. Pues bien, no sólo se han quedado fuera. Es que por el camino se han radicalizado ellos y los presuntos nacionalistas moderados. Es que ha brotado la violencia contra el disidente. Es que entrará en vigor un bodrio de corte totalitario. Es que se ha consumado la quiebra de la Constitución. Es que los gobiernos regionales se han puesto los guantes de boxeo para disputarse ríos, valles y veredas. Y todo ello, a espaldas de la gente, como dice Blanco y se constató el 18 de junio. Y todo para regresar al punto de partida, que era CiU.

Este inútil y desastroso viaje es el que quieren repetir en Galicia con el concurso del PP. La reforma del Estatuto es innecesaria y perjudicial. No se precisa ni para descentralizar más, como alegan para quitarle hierro a la cosa, ni para conseguir más inversiones del Estado. El naufragio del sistema constitucional lo pagarán todos los ciudadanos, pero especialmente los de las regiones que están a la cola. No habrá nación de Breogán que afloje el bolsillo de Madrid, porque en él sólo quedarán migajas. La única razón de esta travesía alucinante es legitimar la ruptura, sellar la alianza entre socialistas y nacionalistas, ETA incluida, y expulsar al resto del espacio político. Pero el PP no ha seguido los consejos de Blanco como debiera. Ha entrado al trapo de todas las reformas y ha contribuido así a que España se convierta en un reñidero de feudos regionales en busca de más poder. En ellos, ni los del PP hablan como ciudadanos españoles. En Galicia, me temo, tampoco lo harán.

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