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Michelle Malkin

Cómo hacen limpieza los demócratas

Un consejo amistoso de mujer a mujer, Nancy: para limpiar la casa se saca la basura, no se mete dentro.

¿Recuerda como explotaba Nancy Pelosi la baza femenina antes de las elecciones de mitad de mandato? "Tal vez se necesite una mujer para limpiar la Cámara y una nueva portavoz para restaurar el civismo", se jactaba. Las mujeres, daba a entender, hacen un trabajo mucho mejor que los hombres porque presumiblemente nosotras sabemos cómo ponernos a cuatro patas y limpiar el polvo y el moho de cada esquina y resquicio de nuestros hogares.

Pero tal y como está actuando, está claro que Nancy Pelosi nunca se ha puesto a darle a la aspiradora. Está haciendo lo que se ha hecho siempre, exactamente lo mismo que hicieron sus colegas, a los que demonizó durante la campaña. La única diferencia es que Madame Pelosi lo hace vestida con un traje azul turquesa de Armani que recibe muy buenas notas de las generosas redactoras de moda de Washington.

Bien, una corruptócrata repartidora de favores políticos bien vestida sigue siendo una corruptócrata repartidora de favores políticos. Caso en la picota: ¿cuál es el Congresista que la dama limpia está considerando como presidente del selecto Comité Permanente de Inteligencia de la Cámara? El desacreditado juez federal Alcee Hastings, que aceptó sobornos, cometió perjurio y fue expulsado del ejercicio. ¿Y a qué colega ha respaldado como líder de la mayoría demócrata en la Cámara? Una de las personas más viles del Congreso: el representante John Murtha.

Como si su estrategia extremista de salir corriendo de Irak no fuera lo bastante mala, el historial (anti)ético de Murtha es suficiente voluminoso para hacer sonrojar incluso a los progresistas más sectarios.

Desafortunadamente, la contrincante a la que derrotó Murtha, Diana Irey, no logró que se prestase suficiente atención a su pasado en el affaire Abscam durante la campaña. Pero desde el momento en que se propuso su nombre como líder de la mayoría demócrata, con todos los privilegios y dividendos consiguientes, el escándalo Abscam vuelve a estar en el candelero.

En 1980, Murtha fue uno de los conspiradores no condenados en una masiva investigación de sobornos, en la que agentes del FBI infiltrados grabaron a Murtha sopesando un soborno de 50.000 dólares de agentes que se hacían pasar por emisarios de jeques árabes que intentaban entrar ilegalmente en nuestro país. Los defensores demócratas de Murtha se quejan de que la noticia es "agua pasada" (nueva matemática progre: la noticia de 1980 sobre Abscam es "agua pasada", pero la noticia de 1973 sobre Bush y la Guardia Nacional son "nuevas noticias").

Pero hace bien poco se recordaron las transcripciones del caso Abscam que pintan una imagen aún más desagradable de Murtha que el corto fragmento de video del FBI públicamente disponible en el que Murtha rechazaba finalmente el soborno. Como se observaba en el The American Spectator, una columna antigua de Jack Anderson informaba de estas partes poco destacadas de la conversación de Murtha con los agentes encubiertos:

"Querría tratar con vosotros un poco antes de cualquier transacción, punto... Después de que hayamos hecho algunos negocios, bien, entonces no me importaría cambiar de opinión..."

"... Voy a deciros una cosa. Si alguien puede hacerlo –no os estoy jodiendo, tíos– soy yo, a mi manera", se jactaba. "Sobre eso no hay duda..."

Pero el receloso Murtha no llegó a tocar los 50.000 dólares. He aquí en grabación secreta a este héroe americano, tan alto y digno él, explicando el motivo por el que no estaba muy dispuesto a aceptar el efectivo.

"En cualquier momento", decía, "algún imbécil [insulto borrado] empezará a hablar dentro de ocho años sobre todo este asunto y dirá [borrado] que esto sucedió. Entonces, con el fin de obtener inmunidad para no ir a la cárcel, empezará a hablar y a señalar gente. El hijo de puta se vendrá abajo..."

"Nos das los bancos donde quieres tener depositado el dinero", ofrecía uno de los pagadores.

"Bien", acordaba Murtha. "¿De cuánto dinero hablamos?"

"Bien, tú dirás".

"Bien, déjeme encontrar una cifra razonable que llame su atención", decía Murtha, "porque hay un par de bancos que realmente me han hecho algunos favores en el pasado, y me gustaría meter algo de dinero..."

Vaya con restaurar la limpieza y el civismo, ¿eh, Nancy? Pero Abscam ni siquiera es el único nubarrón ético de Murtha. El lobbysta de la industria de defensa Paul Magliocchetti, un ex colega de Murtha que trabajó como miembro veterano del personal del Subcomité de Asignaciones de Defensa, al parecer ha desviado alrededor de 300.000 dólares en donaciones para la campaña de Murtha a lo largo de los tres últimos periodos electorales, bien a través de su compañía, PMA, o por medio de sus clientes. A cambio han obtenido pingües beneficios: solamente en el 2000, los clientes de PMA recibieron al menos 60 contratos por valor de alrededor de 95 millones de dólares. Murtha también ayudó al congresista demócrata Alan Mollohan, que permanece involucrado en una investigación de corrupción en la contratación federal.

En el 1992, Clinton prometía gestionar la administración más ética de la historia. Sabemos cómo terminó aquello. Catorce años más tarde, Nancy Pelosi ha reciclado la promesa, y va camino de reciclar la misma herencia maloliente. Un consejo amistoso de mujer a mujer, Nancy: para limpiar la casa se saca la basura, no se mete dentro.

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