LD (EFE) La localidad de Kunyagon, situada a unos noventa kilómetros al suroeste de Rangún es un imán para los damnificados y enfermos de las aldeas de esta zona arrocera, en la que vivían cerca de ochenta mil personas hasta antes de que el ciclón Nargis arrasara la región del delta del río Irrawaddy.
De lo que fue Kunyangon, quedan en pie las principales construcciones de ladrillo y cemento, la mayoría edificios municipales y alguna barriada de chozas, y aquello que para muchos de los supervivientes es una tabla de salvación, el monasterio ubicado a las afueras. Al igual que en toda la zona devastada por el ciclón, en Kunyangon son los monjes budistas los que están asumiendo las tareas de asistencia a las víctimas.
"Para los birmanos, los monjes son como hijos de Buda", dice Moe Oo, un civil que colabora con los religiosos de este pequeño templo, abarrotado de gente a la que el ciclón ocurrido hace una semana dejó sin nada. Allí, sobre el suelo, hay niños sin padres, mujeres rodeadas de criaturas, y ancianos a los que les cuesta moverse a causa de la agotadora travesía que han hecho hasta el templo de Paya Tiktemo, desde sus remotos pueblos y tras aguardar a la intemperie durante varios días el socorro que nunca llegó.
Desde que ocurrió la catástrofe que causó al menos 23.000 muertos, 37.000 desaparecidos y millón y medio de desplazados, el gong del monasterio ha dejado de sonar para anunciar la hora de la comida de los monjes, y la de nadie, porque las donaciones de los feligreses no alcanzan para alimentar cada día al cerca de medio millar de personas acogidas.