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Agapito Maestre

La excepción como norma

Zapatero nunca quiso avenirse a gobernar con los mecanismos clásicos del Estado de derecho, siempre ha estado incómodo, entre otras razones porque nada más llegar al poder cuestionó que el genuino alojamiento del Estado de derecho fuera la Nación española

He escrito más de doscientas de columnas en este periódico sobre el peculiar régimen político que Zapatero ha impuesto, desde el 11-M de 2004 hasta hoy, en España. Si tuviera que buscarle un hilo conductor, una constante, a todas ellas creo que sería la búsqueda de la excepcionalidad como régimen ideal del socialismo de Zapatero. Por eso, precisamente, no me ha extrañado nada que este personaje declarara el estado de alarma para solucionar un conflicto laboral. Menos todavía me sorprende que prolongue esa situación en el tiempo y el espacio.

Por el contrario, Zapatero demuestra una coherencia sin igual en toda Europa. Ha conseguido, además, que su "régimen de excepcionalidad" lo justifique la propia Constitución. Ha manejado la propia debilidad de la Constitución con maestría; seguramente, lo ha hecho mejor que lo hicieron en el pasado dictadores relevantes, o en el presente gentes como Chávez en Venezuela, para llegar o mantenerse en el poder. Sí, por empecinarse en la duda, todas las Constituciones tienen siempre un punto débil, a saber, "normar" la creación de un Estado de Excepción que, por mucha legislación que haya al respecto, siempre nos sitúa al borde del abismo democrático. Y ahí estamos. La cosa viene de lejos.

Y porque viene de lejos, de hace casi siete años, me sorprende que muchos se extrañen por el estado de alarma decretado por Zapatero. O son cínicos o son imbéciles quienes se hacen de nuevas por la excepcional medida adoptada por un presidente del Gobierno que ha elevado lo anormal a normal, lo atrabiliario a común y, en fin, ha convertido la arbitrariedad en norma de conducta de Gobierno, es decir de desgobierno antidemocrático.

Zapatero nunca quiso avenirse a gobernar con los mecanismos clásicos del Estado de derecho, siempre ha estado incómodo, entre otras razones porque nada más llegar al poder cuestionó que el genuino alojamiento del Estado de derecho fuera la Nación española. Fue el primer golpe que dio a la débil Constitución española. Desde entonces hasta aquí, son pocos los días que no se haya cometido alguna tropelía contra los mecanismos de funcionamiento normal del Estado de derecho... Para qué hablar del sometimiento del resto poderes a sus designios, o para qué recordar su empecinamiento con el Estatuto de Cataluña para acabar con lo poco que nos quedaba de nación.

Cualquiera que haya seguido con un poco de atención la trayectoria política de Zapatero, desde la Oposición hasta el nombramiento de vicepresidente segundo de Pérez Rubalcaba, pasando por el 11-M y días posteriores, sabe que la extravagancia, por decirlo suavemente, ha sido y es su principal fuente de manejo del poder. La afectación, la falta de naturalidad democrática, en fin, su tendencia a la excentricidad política siempre ha limitado con los comportamientos de los viejos dictadores, incluso su forma de vendernos que "él es un demócrata de toda la vida" ha sonado extraña, según han demostrado con solvencia critica analistas políticos muy diferentes, valga citar a modo de ejemplos los libros Gustavo Bueno, El fundamentalismo democrático, y el de José García Abad, El Maquiavelo de León (por cierto que este último ha reconocido que fuera del PSOE a Zapatero sólo le gusta pescar... ¡Les recuerda a alguien!).

Varias son las figuras que adquieren esa extravagancia, por otro lado, mejor planificada de lo que suponen sus adversarios políticos; en mi opinión, los nombres de esas figuras son resentimiento, encanallamiento y excepción. A ello vamos, directamente, al estado de excepción. ¡De qué extrañarse! No seamos ingenuos, amigos, estamos ante la primera etapa de la solución excepcional. Pensábamos que el estado de excepción en España era una cosa de los libros de historia, pero muchos se han quedado aturdidos ante esta jugada clásica, o mejor, vieja, de ajedrez político: el poder lo tiene, en efecto, quien puede crear la situación de excepción. El poder, sí, es de Zapatero. El resto, o sea lo demás, pamplinas.

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