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La debacle de los grandes da pie a la mayor sorpresa jamás contada

Grecia y su rácano fútbol se hicieron con el título en una competición marcada por la debacle de las selecciones históricas y sus estrellas.

Grecia y su rácano fútbol se hicieron con el título en una competición marcada por la debacle de las selecciones históricas y sus estrellas.

La Eurocopa de 2004 puede ser la más extraña de toda la historia. Algunos dirán que fue la más aburrida, pero parece complicado equipararla a la de 1996. Emoción hubo, aunque la pusieron invitados inesperados, selecciones que nunca soñaron con alcanzar unas semifinales –y mucho menos con hacerse con el título– mientras todas las grandes, las siempre favoritas, iban cayendo como moscas.

Extraña porque desde que se disputaba la Eurocopa con el formato moderno, nunca se había dado el caso de que, de las cuatro semifinalistas, ninguna fuera campeona del mundo. Porque la final la disputaron dos selecciones que jamás habían participado en ninguna anteriormente. Porque se proclamó campeón el equipo por el que nadie, absolutamente nadie, hubiera apostado antes de comenzar la competición.

Y resultó también, por qué no decirlo, un desastre para el fútbol. Fueron muchos los ídolos caídos. Otros, como Francesco Totti, se ganaron la enemistad de muchos para un largo período. La campeona se impuso con un estilo rácano, ultradefensivo; precisamente, el mismo que desplegó el Oporto, campeón de Europa en 2004. Y España volvió a pegarse uno de los batacazos más sonados de su historia al ser incapaz de superar ni siquiera la primera fase, cuando llegaba a Portugal como una de las grandes favoritas. Otra vez.

El espectáculo, que también lo hubo, lo pusieron la República Checa, una selección en teoría mediocre que en aquella cita jugó como los ángeles, comandada por un Milan Baros que jamás volvió a exhibir el nivel mostrado en el verano de 2004; y Cristiano Ronaldo y Rooney, probablemente las dos únicas estrellas que brillaron en la competición y que demostraron, a pesar de su juventud, que iban a ser los próximos dominadores del fútbol mundial. Pero ellos tampoco pudieron con los sorprendentes griegos.

El batacazo de España

A pesar de que tocó sufrir para clasificarse, acudiendo a una repesca ante Noruega después de ser segunda de grupo por detrás de Grecia y por delante de Ucrania, Armenia e Irlanda del Norte, la selección española llegó a la Eurocopa de Portugal como una de las grandes favoritas. O al menos eso se pensaba aquí. Porque, como se vería poco después, España estaba lejos de optar a nada.

El sorteo, a priori, fue benévolo. Tocaba medirse con la anfitriona Portugal y con dos débiles selecciones, Grecia y Rusia. Tanto que, antes incluso de comenzar la competición todos estaban ya más pendientes de los cruces: que si Francia, que si Inglaterra... Más cuando en el primer encuentro se logró la victoria, ante Rusia, con un único tanto de Valerón. Nadie reparó en la pésima imagen ofrecida. Para qué, éramos favoritos...

Y en el segundo encuentro, batacazo. Grecia había dado la sorpresa imponiéndose a Portugal en el encuentro inaugural. Pero "no era rival" para España, que debía afianzar la primera plaza. Todo pareció confirmarse cuando, a la media hora de juego, Morientes adelantó a los nuestros. Pero tras una sorprendente relajación, Angelos Charisteas logró el empate definitivo (1-1).

Aquel gol obligó a los de Iñaki Sáez a no perder ante Portugal. La cosa se había puesto complicada. En el último encuentro, ante la mejor selección del grupo, y en su casa, España debía por lo menos sumar un punto para pasar a cuartos. Vista la imagen de los nuestros, parecía complicado; vistos los cambios ejecutados en el equipo por el seleccionador, parecía imposible. Y así fue. Portugal pasó por encima de España, con Deco y Figo en plan galáctico y con el descubrimiento de una nueva estrella, Cristiano Ronaldo; sólo la soberbia actuación de Iker Casillas permitió que la selección llegara con opciones hasta los minutos finales. Pero el tanto de Nuno Gomes fue el único que subió al marcador, mandando a los nuestros a la calle.

España volvía a decepcionar. Otra vez, de favorita al título a caer prematuramente. En esta ocasión, demasiado prematuramente. Es lo que tiene marcar únicamente dos goles en el que todos consideraban el grupo más asequible de la competición. Es lo que tiene –o que tenía, mejor dicho– no poseer un estilo de juego definido, e ir siempre a merced de quién dirige y quién va convocado con la selección. Es lo que tiene que tus grandes estrellas lleguen en un mal momento físico –caso de Raúl o Morientes- o sin la experiencia suficiente para estas grandes citas –caso de Torres o Vicente–. Es lo que tiene jugar con Raúl Bravo defendiendo a Cristiano Ronaldo. Es, en definitiva, lo que era España hasta hace apenas cuatro años.

La sorprendente República Checa

En lo que respecta a los otros grupos, dos cosas llamaron especialmente la atención. Por un lado, la eliminación de Italia. Por una vez, la fortuna jugó en su contra. Porque los de Trappatoni, con un Cassano genial, fueron netamente superiores a Suecia primero y Dinamarca después, pero no pudieron sacar más de dos empates. Y cuando por fin llegó la victoria, ante Bulgaria, el empate entre suecos y daneses permitió el pase de éstos a cuartos simplemente por la diferencia de goles.

Por el otro, la magia que desplegó la República Checa. En un grupo en el que se la daba por muerta antes de comenzar, con Holanda y Alemania, fue capaz de ser primera con tres victorias y siete goles a favor. Especialmente sublime fue el encuentro ante los oranje, en el que los checos remontaron el 2-0 que imperaba en el marcador a los 20 minutos para terminar venciendo por 2-3 gracias a los goles de Koller, Baros y Smicer. Probablemente, el mejor encuentro de toda la competición. Después, con el 2-1 ante Alemania confirmaron su primera plaza y la eliminación en primera ronda también de los germanos.

Ya en cuartos, continuó el recital de los de Karel Bruckner, quienes sumaron otra goleada ante una Dinamarca que sólo pudo resistir durante la primera mitad. Koller de nuevo y Milan Baros por partida doble establecieron el 3-0 definitivo. Mucho más sufrido fue el pase de Holanda, que tuvo que acudir a la tanda de penaltis para deshacerse de Suecia, después de un partido y una prórroga que, si bien no vio goles, si tuvo un gran espectáculo. Curiosamente, Arjen Robben fue el autor de la pena máxima decisiva, que daba a los tulipanes el acceso a semifinales.

El duelo estelar de cuartos de final era el que enfrentaba a Portugal e Inglaterra. Y no defraudó a nadie. Fue un choque en el que los dos conjuntos apostaron por buscar la portería contraria, en el que hubo alternativas en el marcador, y en el que hubo lugar a la épica para ambos conjuntos. Porque en el tramo final del tiempo reglamentario Hélder Postiga igualó el tanto inicial de Michael Owen. Y cuando todos daban a Portugal como clasificada, después del golazo de Rui Costa en la prórroga, Michael Lampard llevó el encuentro a los penaltis. Ahí, fue Ricardo, el meta luso, quien se convirtió en héroe. Detuvo el séptimo lanzamiento, de Darius Vasell, y transformó él mismo el decisivo. El sueño de todo portero hecho realidad.

Comienza el recital de Grecia

En el último enfrentamiento de cuartos, muy felices se las prometían los franceses. Rompiendo con lo que se había visto anteriormente en la competición, Francia y sobre todo Grecia dejaron el espectáculo en un segundo plano, primando ante todo el resultado. Y fueron los helenos quienes se llevaron el gato al agua, desarmando con su juego ultradefensivo a Zinedine Zidane, otra estrella más que abandonaba la competición por la puerta de atrás, como ya habían hecho antes Totti –y su escupitajo–, Raúl, Beckham o Ballack). Un único tanto de Angelos Charisteas, justo cuando peor lo estaban pasando los griegos, resultó definitivo. Era el primer uno a cero y gracias de Grecia. La fórmula que le iba a llevar a lo más alto.

Exactamente lo mismo se repitió en la semifinal. Todos daban por favorita a la República Checa, la que mejor fútbol había desplegado a lo largo de toda la competición. Lo de Grecia había estado muy bien, muy gracioso, pero ya no podía continuar. No ante la exhibición de los Poborsky, Rosicky, Nedved y, sobre todo, Milan Baros. Pero los helenos supieron llevar el encuentro a su terreno y, tras noventa tediosos minutos, alcanzaron la prórroga. Y ahí volvió a aparecer la magia de los dioses del Olimpo. En el último minuto de la prórroga –recordemos que entonces había gol de plata- Vassilis Tsartas ejecutó un saque de esquina que Traianos Dellas remató completamente solo dentro del área pequeña.

No iba a ser Grecia la única selección que alcanzara una final por primera vez en su historia. También lo logró Portugal, que se deshizo en semifinales de Holanda tras un encuentro, este sí, vibrante. Comenzaron adelantándose los portugueses con un gran cabezazo de Cristiano Ronaldo, de esos que nos acostumbraría durante los años siguientes a su lanzamiento como gran estrella, precisamente en aquella Eurocopa. Maniche, con el mejor tanto de largo de la competición, puso el 2-0, marcador que acortarían los holandeses con un gol del entonces deportivista Jorge Andrade en propia meta. Pero ya no iba a haber tiempo para la reacción. Portugal iba a estar en la final. En su final.

Dioses griegos

Y todo pintaba a que iban a ser ellos los campeones. Jugando en casa, desplegando un buen fútbol y con la dosis de fortuna necesaria en los momentos puntuales. Y enfrentándose a Grecia, un equipo por el que nadie hubiera dado un duro antes de comenzar la competición, y al que se veía incapaz de completar una gesta que ya en ese momento era legendaria. Además, había llegado el momento de la generación de oro del fútbol luso. Sí, estaba claro, Portugal iba a ganar esa Eurocopa.

Pero no. La fábula se repitió, y los griegos volvieron a imponer su estilo para llevarse la victoria, la más grande de toda su historia. Desde el primer minuto Grecia le entregó el balón a su rival, que dispuso de las únicas ocasiones del encuentro, pero nunca claras. Nunca, de hecho, llegó Portugal a dar sensación de verdadero peligro. Los griegos ni siquiera se atrevían a lanzar contra alguna. Confiaban en que una jugada a balón parado pudiera solucionar el encuentro. Y ésta llegó al poco de arrancar la segunda mitad. Basinas lanzó un córner y Angelos Charisteas aprovechó la mala salida de Ricardo para marcar de cabeza a puerta vacía.

Los anfitriones lo intentaron hasta el final, pero Grecia no concedió ningún resquicio. Siguió mostrando la solidez defensiva que le había acompañado durante toda la competición, y terminó luchando como si de la cuarta Guerra Médica se tratara, y los portugueses fueran los nuevos persas.

Y volvió a hacerlo. Para sorpresa de todos, volvió a imponerse el 1-0. El no me marcan gol, llego una vez y gano. Y no ganó un partido, no. Ganó una Eurocopa. Lo nunca visto por el país heleno. Lo nunca soñado por Grecia. El Monte Olimpo ya tenía a sus nuevos doce dioses. Porque Otto Rehhagel, el entrenador, también mereció su lugar. Sin él, Grecia nunca hubiera conseguido ese estilo. Sin él, Grecia nunca hubiera sido campeona de Europa. Ni siquiera se lo hubiera planteado.


Ficha técnica de la final

Portugal, 0: Ricardo; Miguel (Paulo Ferreira, m.42), Andrade, Carvalho, Nuno Valente; Maniche, Costinha (Rui Costa, m.60); Figo, Deco, Cristiano Ronaldo; y Pauleta (Nuno Gomes, m.73). Entrenador: Luiz Felipe Scolari
Grecia, 1: Nikopolidis; Seitaridis, Kapsis, Dellas, Fyssas; Zagorakis, Katsouranis, Basinas, Giannakopoulos (Venetidis, m.75); Charisteas y Vryzas (Papadopoulos, m.80). Entrenador: Otto Rehagel

Gol: 0-1, m.57: Charisteas
Árbitro: Markus Merk (Alemia). Amonestó a Costinha y Valente, de Portugal; y a Basinas, Seitaridis, Fyssas y Papadopoulos, de Grecia.
Estadio: La Luz de Lisboa. 62.000 espectadores. 4 de julio de 2004

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