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La izquierda andaluza y el deterioro: Díaz, Valderas y 'Kichi'

Quizá nunca se ha visto con tanta claridad la dimensión del desperfecto de esta izquierda como en los últimos días.

Quizá nunca se ha visto con tanta claridad la dimensión del desperfecto de esta izquierda como en los últimos días.
Díaz, 'Kichi' y Valderas | Agencias

Andalucía es una de las regiones claves de España. No sólo por sus "eternas" posibilidades nunca consumadas, por sus "cuántos" y por su cultura –hasta Ortega vio que portaba la identidad más contundente de la nación– es decisiva. Lo es por su peso político, por su carácter de amplia frontera y por su vocación, desde 1977, de dejar de una vez el furgón de cola del país, un triste vagón donde la recluyeron desde las monarquías a las repúblicas pasando por Franco e incluyendo al régimen socialista de 1982.

La izquierda andaluza, esencial en la izquierda nacional vía Felipe González en 1982 y Julio Anguita desde 1986, lleva deteriorándose de manera paulatina tras unos años de esplendor que parecía conducirían al paraíso prometido, que no era la autonomía en sí, sino la autonomía para estar entre las primeras regiones de España. La izquierda andaluza, que tomó sobre sí la responsabilidad de aupar el Sur y demostrar que también existía, se centró en el poder de sus partidos, sobre todo el PSOE y olvidó lo demás. Tras 35 años de gobierno ininterrumpido, Andalucía continúa estando entre las últimas, relativamente, claro está, en cuanto a niveles de progreso y bienestar.

Pero quizá nunca se ha visto con tanta claridad la dimensión del desperfecto de esta izquierda como en los últimos días, días en que se resume el descalabro que apuntala Ciudadanos de manera indecente y que sostiene un PP andaluz acéfalo y acostumbrado ya a una cómoda oposición que no impide a sus gerifaltes vivir mejor de lo que podrían. De ellos habrá que llorar otro día.

El espectáculo del estrago de Susana Díaz es dramático. Reducida su estatura a los niveles reales debido a su bochorno nacional ante Pedro Sánchez, se afana ahora, dice, por una Andalucía a la que abandonó durante casi un año. La prueba de su deserción es su propio comportamiento, defenestrando ahora a cinco de sus consejeros, algunos de ellos impresentables desde el principio.

Es el caso, por poner un ejemplo, de Emilio de Llera que, además de otras hazañas, fue reprobado por el Parlamento andaluz hace tiempo sin que la presidenta lo hiciera dimitir. O la consejera de Educación, con el informe Pisa a cuestas y unos escándalos en la Universidad de Málaga que, en vez de confinarla, la auparon a la Junta de Andalucía por culpa del becario Errejón. O el consejero de Sanidad, que ha logrado crear de la nada al ya famoso Spiriman, con el daño de la sanidad pública.

Izquierda Unida, cada vez más desunida, ha tenido que sacar los pies del plato por la "puñalada" asestada por Susana Díaz. Como hizo Griñán con Rosa Aguilar, la exalcaldesa comunista de Córdoba, la trianera ha querido que Diego Valderas, excoordinador de IU y ex vicepresidente de su gobierno de coalición, obtuviera un cargo bien remunerado creado para él ad hoc en la Junta.

Naturalmente, la reacción de la parte de IU que quiere confluir con Podemos y que encabeza Antonio Maíllo, ha mostrado su rechazo, pero ha evidenciado cuál es el problema interior del comunismo andaluz. Hay en su seno quienes prefieren el posibilismo socialista, si es bien pagado mejor, al papel de segundones del utopismo podemita. Podrán erigir muros, pero siempre habrá quien trate de escalarlos y saltar.

Por si fuera poco, sus electores, cada vez más desconcertados por su mímesis con el Podemos andaluz, que es de traca, van deslizándose lentamente hacia otros predios políticos y, preferentemente, a la abstención. La situación es tal que apenas se conoce a sus dirigentes y no digamos nada de su proyecto electoral para Andalucía.

El caso de Podemos es asombroso. En una democracia normal, esto es, crítica hacia los errores y salidas de tono, Podemosya habría sufrido las heridas de la ruina. Desde sus apoyos a los asaltos a fincas y supermercados a la defensa incondicional de elementos como Andrés Bódalo, condenado y encarcelado por agresión, nada le pasó factura hasta el momento. Mucho de su éxito se debe a un PSOE que le permitió gobernar el Ayuntamiento de Cádiz gracias a Pedro Sánchez y sus amigos gaditanos y al silencio de Susana Díaz.

Pero como se suceden las tonterías y los números, poco a poco cabe esperar que los votantes de izquierda, aunque estén hasta el gorro de un PP que, como Theresa May, parece no ser consciente de su propio malogro, descarten que un señor como Kichi pueda ser su referente en Andalucía, más incluso que su pareja Teresa Rodríguez, mucho más discreta.

Además de excentricidades como dificultar la presencia de la hermandad del Rocío de Cádiz en la procesión mariana de junio mientras aceptaba otros honores religiosos, nos topamos con la equiparación, propiciada por su estulticia, entre la Virgen del Rosario y el "Monstruo Espagueti Volador" y otras lindezas de su ardor republicano.

El colmo fue el asunto, infame, del barrio de Loreto de la Tacita de Plata, un barrio en el que Kichi acusó al PP, más que menos, de haber proporcionado agua contaminada a los vecinos, motivo por el cual va a ser enjuiciado por injurias. Eso sí, naturalmente nadie de la izquierda, y no se oye nada en el centro y la derecha, piden su dimisión, dimisión que de ser del PP estarían pidiendo hasta los duros antiguos que tanto en Cái dieron que hablar.

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