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Antonio López Campillo

El caso del talibán Walker

El converso John Walker Lindh es un ejemplo de paso de otra religión al Islam. A los 16 años encontró la “vía” este joven de clase media, que vivía junto a sus padres en California. La profundidad de su fe le condujo a “esforzarse en la vía de Dios”, es decir, convertirse en muyahid y ofrecer su vida en sacrificio, (lo que no es un suicidio, cosa prohibida por el Islam) convirtiéndose así en sahid, testigo, mártir, lo que le permite borrar sus faltas y entrar directamente en el Paraíso. Fue a defender el Islam donde era atacado, a Afganistán.

El caso Walker es ejemplar: la conversión al Islam, cuando es verdadera, implica la entrega, el abandono de sí en las manos de Dios. El resto no tiene importancia: patria, familia, amistad son valores secundarios. Walker no es un renegado, es un musulmán.

Todas las religiones no son iguales, el reciente premio Nobel Naipaul ha dicho que el musulmán, de nacimiento o converso, debe rechazar todo lo que no es el Islam, pues lo otro, el otro en particular, sólo son errores; de ahí el muro infranqueable entre los creyentes en Allah y el resto de los humanos. El Islam es una religión diferente y no se le deben atribuir, al intentar juzgarla, características de otras religiones.

El que unos hombres prefieran una religión a otra es una demostración, por la vía practica, de sus diferencias. Comparar el Islam con el cristianismo, en todas sus variantes, o con el judaísmo, para poner en evidencia los puntos comunes, no nos permite comprender los valores profundos y específicos de cada una. Igualarlas bajo el termino “religión” para, en el fondo, justificar lo que nos puede parecer como monstruosidades en alguna de ellas, es olvidar algo que es fundamental, dígalo quién lo diga, eso de “la verdad os hará libres”. Claro que para aceptar esto último hace falta querer ser libres y no sumisos.

Muchos tratan hoy de explicarnos que los islamistas son unos fanáticos que no conocen bien el Corán o lo interpretan mal, y que el Islam es una religión fundada en el amor, como ha declarado recientemente un imán conocido. La lectura atenta del santo Corán no permite tal interpretación y la vida del Profeta, tampoco.

El joven Walker no nació y vivió en unas montañas perdidas, en un medio cerrado intelectualmente, lo hizo en California. Su conversión fue un acto personal, una decisión propia ante una fe nueva para él. Por eso, cuando se convirtió, fue primero a Pakistán y allí estudió seriamente el Corán en una madrasa conocida, así como los fundamentos de su fe. De allí salió para Afganistán. Acabó en Mazar-e-Charif, con los talibanes, como uno más. Lo que demuestra que su conversión no fue un gesto irreflexivo, fue sin duda un paso serio que confirmó más tarde con sus actos. Algo profundo le condujo a la nueva fe, no hay que olvidarlo.

El caso Walker nos confirma que todas las religiones no son iguales, tampoco las culturas; lo que en una es un hacer terrorista, en otra es un acto bueno a los ojos de su sociedad (y de Dios). Cada cultura tiene su rasero, ese es el problema cuando se trata de evaluar culturas y religiones. Ese es, aquí y hoy, nuestro problema, no hay un rasero común. Hay que elegir uno ahora.

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