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Antonio Robles

No es un suflé, es la carcoma

Los gurús políticos de la meseta dicen ahora que el procés català está en declive. Se equivocaron antes y se equivocan ahora.

Los gurús políticos de la meseta dicen ahora que el procés català está en declive. Se equivocaron antes y se equivocan ahora. Por partida doble.

Ni era un tsunami a punto de romper España hace dos días, ni ahora es un suflé. Y digo por partida doble porque los mismos que se equivocan ahora ya se habían equivocado hace años cuando consideraban al nacionalismo un mero recurso del catalanismo para lograr arrancar tajadas económicas con cualquier pretexto. Y no era así, o no era sólo así. En el chantaje, además de la búsqueda del privilegio, latía un impulso supremacista arraigado en un largo resentimiento hacia España. Sin la fuerza de ese inconsciente colectivo alimentado permanentemente por la propaganda catalanista nunca se habría llegado al delirio de cientos de miles de personas tabuladas en los parchís de las últimas Diadas.

Se equivocaron en los ochenta y noventa cuando le negaron capacidad para convertirse en una amenaza, se equivocaron ante las Diadas de 2012 y siguientes cuando lo vieron capaz de romper España, y se equivocan ahora cuando, ante las muestras de fatiga de la última Diada, vuelven a desestimar capacidad para imponer sus objetivos. El suflé ha bajado, aseguran.

Vuelven a errar. Ni son tan poderosos como publicitan ni tan inconsistentes como desea la desidia de nuestros gobernantes, intelectuales orgánicos y prensa afín.

Si hubieran reparado en la ingeniería social alimentada con 20.000.000 millones de euros a lo largo de estos últimos 40 años para recrear el relato de una Cataluña expoliada y humillada por España durante los últimos trescientos años, se hubieran dado cuenta de que el esperpento ha calado en la mente de dos generaciones de escolares como el agua en la esponja.

Sí, la fuerza del nacionalismo no es tanta como quieren hacernos creer, sí, el tumulto de las últimas Diadas empieza a remitir; pero permanecen ahí, están para quedarse esas dos generaciones sin capacidad para metabolizar la frustración que les produciría no alcanzar el sueño de la independencia. El mal ya está hecho.

Ellos no mienten, ellos están convencidos de la bondad del procés, ellos han mamado las patrañas de sus mayores, ellos han sentido las emociones del paraíso, y carecen de capacidad para cuestionar todo lo interiorizado. Para su mundo, la verdad está de su parte. No son culpables de sentir tales emociones, de sostener con pasión mentiras históricas, de considerar intrusa, incluso odiosa, la lengua española que les rodea por doquier como una amenaza a su adorada lengua propia. Ellos no se conformarán ahora con la imposibilidad del sueño. Al final del túnel espera la violencia. Aunque de momento, eso no será posible. ¿Por qué?

El procés está basado en una revolución de sonrisas; un simple envoltorio hilado con los mejores valores de nuestro tiempo y los más populistas: la tolerancia, la no violencia, la democracia directa, el derecho a decidir... Todo impecable, de ellos depende su hegemonía moral. Seda en las formas e impostura en las acciones reales. La engañifa les obliga, sin embargo, a no hacer excepción alguna. Saben, que el primer tiro en la nuca contra el invasor, sería el fin del procés. Al día siguiente dos tercios del catalanismo biempensante que les sigue les abandonaría. Pero…

¿Quién podría frenar los daños colaterales de la frustración de dos generaciones de jóvenes convencidos de que España es el mal? Hoy eso parece impensable, pero quien conozca esa Cataluña construida de emociones sabe que un tanto por ciento no se resignará. Sus convicciones son profundas, sus dudas inexistentes y el fanatismo supremacista les lleva a la ceguera. Los huevos ya están incubados, lo peor está por llegar.

PD. Sólo hay una solución, poner todo el dinero y la inteligencia del mundo para revertir con cultura, información e ilustración la hegemonía moral que ostentan. Mientras no los desenmascaremos políticamente y les obliguemos a mirarse en el espejo de su propio racismo cultural, el futuro es inquietante.

En España

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