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César Vidal

El aragonés que superó a Schindler

El 23 de marzo de 1943, el Dr. Korherr, inspector de estadísticas del Reichsführer de las SS, enviaba a Himmler un informe titulado La solución final de la cuestión de los judíos europeos donde se afirmaba taxativamente que “cuando se produjo en 1933 la toma del poder, el número de judíos en Europa era superior a los diez millones. Esa cifra ha descendido a la mitad. El descenso de unos cuatro millones se debe a la influencia alemana”. Sin embargo, a pesar de su éxito escalofriante la labor de exterminio de los judíos iba a chocar con un obstáculo considerable que no era otro que la retirada de Alemania en todos los frentes.

A partir de julio de 1943, tras las derrotas de Stalingrado y Kursk, el III Reich se vio sometido a un empuje incontenible de las tropas soviéticas y tanto Hungría como Rumania, naciones ambas aliadas de Alemania, comenzaron a preparar su retirada del conflicto. En respuesta, el 19 de marzo de 1944 los alemanes ocuparon Hungría. El objetivo fundamental de la operación –según se deduce de las propias fuentes alemanas– no era otro que el de concluir el proceso de exterminio de los judíos europeos. En julio, 381.600 judíos ya habían sido deportados a Auchswitz y se trataba sólo del principio. Todo ello sucedía ante los ojos de las legaciones diplomáticas cuando las noticias sobre el exterminio de los judíos y la existencia de las cámaras de gas eran ya tan abundantes como irrefutables.

En este contexto es donde tuvo lugar la acción humanitaria de Ángel Sanz Briz, encargado de la legación de negocios de la embajada de España en Hungría. A esas alturas de la guerra, el gobierno de Franco ya había decidido extender su protección diplomática a los judíos sefardíes alegando su histórica vinculación con España. Aunque en Hungría los judíos no eran sefardíes sino askenazíes se les brindó el apoyo español. Un apoyo que permitió que unos cinco mil judíos salvaran la vida, una cifra muy sensiblemente superior a la conseguida por el cinematográfico Schindler.

Hasta 1991, Sanz Briz no recibió el título de Justo de la Humanidad, conferido por el Estado de Israel. En su país –al que había servido bien durante décadas– se había tendido sobre él un manto de silencio, posiblemente porque no se consideraba políticamente correcto hablar bien de alguien que había sido funcionario del régimen de Franco. Se daba así muestra no sólo de mezquina ingratitud, sino también de necia estupidez. Por ello, el presente libro de Diego Carcedo constituye un magnífico tributo a la gesta de Sanz Briz y una amenísima narración sobre aquel episodio de valor.


Diego Carcedo, Un español frente al Holocausto, Madrid, Temas de Hoy, 2000, 279 páginas.

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