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Dario Migliucci

Crónica de una tragedia anunciada

Las tragedias italianas demasiado a menudo tienen muy poco que ver con el azar y las sospechas iniciales se convierten años después en certezas avaladas por condenas judiciales.

Aún no se ha enterrado los cadáveres y todavía muchas personas siguen bajo los escombros, pero en Italia ya ha habido tiempo para las primeras polémicas. El terremoto que esta noche ha sacudido el centro del país, devastando numerosos pueblos y acabando con la vida de al menos cien personas (y por desgracia al final las víctimas serán muchas más) ha dividido a los políticos italianos en dos bandos diferentes: por un lado los que afirman que el hombre no puede más que resignarse frente a la abrumadora violencia de la naturaleza, por otro quienes opinan que esta desgracia –al igual que muchas otras acontecidas en Italia– se podría y se debería haber evitado.

El senador Felice Belisario asegura que no se puede hablar de "trágica fatalidad"; del mismo modo, Stefania Pezzopane, presidenta de la provincia de L’Aquila, el lugar más perjudicado por el seísmo, advierte que se trata de una "tragedia anunciada".

La cólera en estos casos es lo normal, pues es comprensible que las personas afectadas por dichas catástrofes intenten desahogar su dolor transformándolo en rabia. Y desde luego –esto está claro– las instituciones son el blanco inevitable. Asimismo, no sería la primera vez que unos políticos intentan aprovecharse de un drama nacional para atacar a sus contrincantes.

Sin embargo, las tragedias italianas demasiado a menudo tienen muy poco que ver con el azar y las sospechas iniciales se convierten años después en certezas avaladas por condenas judiciales. Sólo hace unas pocas semanas llegó el veredicto relativo al dramático terremoto que en el 2002 sacudió la Región de Molise. Una escuela de primaria se derrumbó y 27 niños perdieron la vida. También entonces se habló de tragedia anunciada, y también entonces los acusadores fueron tachados de chacales. Con todo, finalmente los jueces averiguaron que la escuela no cumplía con las normativas de seguridad y condenaron a cinco personas.

Con semejantes antecedentes, sospechar es lo natural. Además, los acontecimientos que han precedido esta hecatombe empujan a la desconfianza. Hace unos pocos días el jefe de la Protección Civil Italiana, Guido Bertolaso, tachó de imbécil e incluso demandó por alarmismo injustificado a Giampaolo Giuliani, un experto que desde hacía unas semanas seguía anunciando una tragedia del todo análoga a la que esta noche ha tenido lugar. Y eso pese a que en los últimos tiempos en la Región de los Abruzos se multiplicaban los seísmos.

Sin embargo, no es ésta la faceta más asombrosa de este asunto. La gran mayoría de la comunidad científica mundial sigue opinando que no se pueden predecir los terremotos y como mucho Giuliani podría ser uno de los numerosos innovadores incomprendidos de la historia. Lo que realmente resulta sorprendente es el hecho de que muchísimas viviendas de nueva construcción –que deberían haber sido edificadas según las nuevas normativas antisísmicas– hayan sido asoladas por el seísmo.

Según el presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi, y el jefe del Partido Demócrata, Dario Franceschini, es el momento del dolor, no de las polémicas. Mientras tanto, el profesor Gian Michele Calvi, presidente del European Centre for Earthquake Engineering advierte:

Dentro de unos meses este drama ya habrá caído en el olvido. Será la próxima tragedia la que volverá a recordarnos la importancia de invertir dinero en la construcción de edificios capaces de reducir los efectos de dichas calamidades.

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