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EDITORIAL

El destino conjunto de ERC y Maragall

Si en el oasis rigiera en algo la lógica, junto a la decisión del voto negativo debería haberse anunciado la salida del gobierno de los consejeros de ERC o su expulsión por parte de Maragall.

ERC es un partido que, dejando aparte su nauseabunda ideología, resulta objetivamente inmaduro e inestable. Con un número reducido de militantes, las decisiones se toman en asamblea; su historia reciente está plagada de cambios bruscos debidos a la acción de determinados dirigentes, cuyo empeño ha logrado convencer a las bases para tomar una dirección concreta, muchas veces opuesta a la sostenida hasta ese momento. En la actualidad, está dividido en dos facciones: una minoría que ha logrado sentarse en el coche oficial y una mayoría que no. Así pues, por mucho que quienes disfrutan de cargo público no quisieran hacer campaña por el no, al final han tenido que doblegarse ante la decisión mayoritaria de las bases del partido.

Evidentemente, esta decisión ha dejado muy tocado al gobierno tripartito. El pacto del Tinell era un acuerdo de gobierno cuyo punto principal y casi único, además de apartar al PP de las instituciones, era la elaboración del nuevo estatuto. Esta ha sido la única iniciativa de importancia que ha tomado un ejecutivo inoperante en todo lo demás; el proyecto de la legislatura, que ahora tiene a uno de sus pilares en contra. Si en el oasis rigiera en algo la lógica, junto a la decisión del voto negativo debería haberse anunciado la salida del gobierno de los consejeros de ERC o su expulsión por parte de Maragall.

Pero hete aquí que, actualmente, el presidente de la Generalidad está mucho más cerca de ERC que de su propio partido. Después de que el Estatuto fuera pactado por Zapatero y Mas en la Moncloa, Maragall fue visto por todos, incluyéndose a él mismo, como un político con fecha de caducidad no muy lejana. Es evidente que ahora mismo no es más que un estorbo para los planes de su propio partido en Cataluña. Así pues, los dos frentes principales son el formado por Mas y Zapatero, incluyendo el PSC, por un lado, y ERC y Maragall por otro. En una situación así, prescindir de ERC conllevaría un adelanto electoral en el que es posible que el actual presidente de la Generalidad ni siquiera fuera candidato y, si acudiera a las urnas, sería con la intención declarada por parte de los socialistas de que saliera derrotado.

Tampoco tiene fácil Maragall enrocarse en Sant Jaume. El mensaje que le ha lanzado el PSC ha sido claro: los independentistas deben salir del gobierno. Se enfrenta así a la posibilidad de verse forzado a gobernar en minoría, ya sea por el abandono de ERC o por el de su propia formación. Su único poder, con un partido dominado por Montilla y los suyos, es la capacidad de convocar elecciones cuando le parezca oportuno. Lo que, previsiblemente, sería la fecha más inoportuna para los causantes de sus desdichas.

El futuro del gobierno catalán está así en manos de un político impredecible, que está en el final de su vida pública y que recibe las presiones de unos y otros para poner fin a su etapa como presidente de la Generalidad. Zapatero no desea llegar a las elecciones con el lastre que ERC supone en popularidad y votos para el PSOE, siendo Maragall la única causa por la que no es aún CiU quien gobierna en Barcelona y apoya a los socialistas en el gobierno de lo que queda de España. Pero el que Maragall haya aceptado el nombramiento de Vendrell en su remodelación de gobierno demuestra que, si dependiera exclusivamente de él, tragaría sin dudar esta negativa de los independentistas a apoyar el Estatuto. El espectáculo, en todo caso, está servido.

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