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EDITORIAL

La cadena de la tribu

Es especialmente en el terreno de las ideas donde debemos combatir al nacionalismo y romper sus liberticidas cadenas identitarias.

No vamos a negar el éxito organizativo de los nacionalistas a la hora de llevar a cabo la cacareada "cadena humana por la independencia", con la que cientos de miles de catalanes han exigido la convocatoria de una consulta secesionista en 2014. Ahora bien, esta demostrada capacidad de agitación y propaganda de los nacionalistas no otorga en modo alguno valor moral, político o intelectual a sus pretensiones de ruptura. De hecho, ni siquiera refiere si son o no mayoría en el Principado.

Por mucho que los nacionalistas se empeñen en presentar este referéndum como una aspiración democrática en defensa de los derechos civiles, no existe democracia ni derecho civil alguno que otorgue a una minoría lingüística, étnica o religiosa la capacidad de tener un Estado independiente. Lo que hacen los Estados de Derecho dignos de tal nombre es velar por los derechos de sus ciudadanos. Impedir la escolarización de los niños en su lengua materna, aun a pesar de que ésta sea también oficial y mayoritaria, es, por ejemplo, una violación de los derechos civiles que sufren muchos catalanes por obra y gracia de quienes, increíblemente, se presentan como libertadores. El hecho de que no se puedan configurar fronteras estatales mediante el voto en absoluto constituye una violación de derecho civil alguno. Por el contrario, la llamada autodeterminación constituye un falso derecho que puede convertirse además en un bumerán. Así, ¿renunciarían los nacionalistas a que Barcelona formara parte de su ansiada Cataluña independiente en el caso de que sus habitantes votasen mayoritariamente a favor de seguir siendo españoles?

Ante la efervescencia secesionista que reflejan los actos de la Diada, lo que hay que hacer es dejarse de componendas, combatir en todos los ámbitos al nacionalismo y presentar una alternativa desacomplejada que reivindique España como sociedad abierta, como ámbito común en el que son los ciudadanos, no los territorios o los pueblos, los que tienen derecho a decidir; como individuos, no como tribus.

Ya es hora de que el Gobierno de la Nación deje de tratar de contentar a los nacionalistas haciendo la vista gorda ante su falta de respeto a nuestro Estado de Derecho, guardando silencio ante sus clamorosas manipulaciones históricas o elevando los ya de por sí cuantiosos recursos fiscales que la Administración autonómica está despilfarrando en Cataluña en aras de su construcción nacional. Ha quedado demostrado que esto sólo sirve para fortalecer y hacer más insaciable el impulso secesionista. Por el contrario, y tal y como sostiene Mario Vargas Llosa, lo que hay que hacer con el nacionalismo es "combatirlo con gran energía".

Esto significa no solo que la autonomía y la financiación de la Generalidad de Cataluña deben quedar condicionadas a la lealtad de sus gobernantes a la Constitución –aprobada mayoritariamente por los catalanes–, también que hay que librar la batalla de las ideas. Es especialmete en este terreno donde debemos romper sus liberticidas cadenas identitarias.

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