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EDITORIAL

La ley de Aído...

El resultado de semejante aquelarre es previsible, y cualquier oposición será tildada de ultracatólica. Y gracias a la inmejorable gestión de Aznar y Rajoy en cuanto a los medios se refiere, no habrá nadie que conteste.

Que el PSOE explota su capacidad propagandística con una pericia casi inmejorable no debería ser secreto para nadie. En un momento en que cada vez más analistas prevén un futuro cada vez más negro para nuestra economía, y sabiendo cómo votan los españoles, Zapatero tiene razones para temer que la crisis pueda ser lo único capaz de desalojarle del poder. Sin embargo, entre la última garzonada, el proyecto andaluz de regulación de la eutanasia y el anuncio de Bibiana Aído de la propuesta de una nueva ley del aborto están logrando desviar la atención ahora que ya no pueden esconder una realidad demasiado palpable para demasiados españoles.

Las televisiones, único medio por el que se informan la mayoría de los votantes, empezará a llenarse de llamativos reportajes y debates sobre el aborto, la eutanasia y la guerra civil, lo que obligará al PP a posicionarse. Y como siempre, tendrán la difícil elección entre permanecer fiel a sus votantes, lo que provocará las sempiternas acusaciones de ser una derecha no homologable a la europea, machista, franquista y retrógrada; plegarse en todo o en parte a las intenciones del PSOE, lo que defraudaría a sus votantes y podría provocar una debacle electoral; o lo más probable, una continua y contradictoria retahíla de declaraciones de sus dirigentes, que sería lo peor de ambas alternativas. Puede que no salve a Zapatero si la crisis es tan grave como se prevé, pero sin duda no ayudará a Rajoy.

La ley Aído está pensada no sólo para continuar el proceso de cambiar el modelo de sociedad, tan querido por todos los socialismos en general y por el zapaterismo en particular, sino especialmente para sembrar discordia entre los ciudadanos españoles, labor en la que brilla la izquierda y de la que siempre saca tajada electoral. No existía en nuestro país debate alguno sobre el aborto a nivel social, por más que la Iglesia haya seguido criticando pública su existencia y la progresía haya pedido que desaparezca completamente del código penal. Pero no era algo sobre lo que discutiera la gente. Pero el Gobierno del talante, como siempre, sembrará con este proyecto la cizaña entre los españoles, esperando que le favorezca, que seguramente lo hará.

La ministra de Igualdad ha anunciado los nombres del comité de asesores que elaborará la nueva ley. Todos son proabortistas convencidos. Los hay propietarios de clínicas especializadas, médicos opuestos a que sus colegas aduzcan problemas de conciencia para negarse a hacerlos, feministas que argumentan que el aborto es imprescindible para que las mujeres alcancen la igualdad... El resultado de semejante aquelarre es previsible, y cualquier oposición será tildada de ultracatólica. Y gracias a la inmejorable gestión de Aznar y Rajoy en cuanto a los medios se refiere, no habrá nadie que conteste.

Sin embargo, no hace falta ser cristiano o religioso para oponerse a que el aborto desaparezca del Código Penal. Aquellos que ponen el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo olvidan –o pretenden hacernos olvidar– que hay otro ser humano involucrado, el niño que está por nacer, de modo que muchos defensores de los derechos individuales son ferozmente contrarios al aborto. Como sucede siempre que hay una frontera difusa, existe una discusión sobre el punto en que el feto puede considerarse humano. Para muchos la concepción es el único cambio radical que se produce en su desarrollo y por tanto se oponen a toda interrupción voluntaria del embarazo, considerándolo equiparable al asesinato. Otros consideran que el nacimiento es el lugar adecuado para establecer esa diferencia. Los partidarios de una ley de plazos colocan el punto en un lugar más o menos arbitrario en que diferenciar entre un amasijo de células y un ser humano. Es un debate que dura décadas y sobre el que no hay, ni mucho menos, un consenso.

De modo que la única manera que tiene la derecha social, política y mediática de contrarrestar, en la medida de lo posible, esta ofensiva socialista es desviar la atención por la vía que siempre y con más éxito explota la izquierda: los sentimientos. Incluso al proabortista más convencido se le encoge el corazón cuando se muestran imágenes de abortos reales, de fetos extraídos del cuerpo de sus madres. No es una apelación racional, sin duda, pero los debates que los socialistas sacan a la luz pública jamás se plantean en esos términos.

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