Menú
Emilio J. González

El silencio culpable de Solbes

Si Solbes hubiera hablado en su momento, Zapatero, probablemente, no hubiera tenido más remedio que empezar a tomar medidas... o cesar al vicepresidente económico. Pero, al callar, con su silencio culpable, Solbes se ha convertido en cómplice.

 El reconocimiento que ha hecho Pedro Solbes no sólo de que estamos en crisis –¡por fin!– sino de que es la más grave desde que tiene uso de razón debe ser tan bienvenido como criticado. Bienvenido porque, ahora que el vicepresidente económico del Gobierno empieza a llamar a las cosas por su nombre, éstas pueden empezar a arreglarse. Ya se ha reconocido que hay crisis y, al hacerlo, el Ejecutivo en general, y Solbes en particular, no puede seguir eludiendo su responsabilidad, escondiendo la cabeza en la tierra, como el avestruz. Si ha dicho que hay crisis, lo lógico es esperar de él que empiece a tomar medidas serias y reales para combatirla, una vez que ha hecho estallar los refugios dialécticos tras los cuales se escondía Zapatero de la realidad para no tener que afrontarla. En consecuencia, cabría esperar, en buena lógica, que tras admitir lo que durante tanto tiempo se viene negando y reconocer, además, su gravedad, las autoridades económicas empiecen a hacer lo que les corresponde.

No obstante, y pese a que deba ser bienvenido este cambio de actitud, que espero alcance a todo el Ejecutivo en vez de constituir un nuevo motivo de discrepancias entre el vicepresidente económico y Moncloa, no se deben ahorrar críticas a Solbes. Que la crisis es grave se sabía desde hacía mucho tiempo, con independencia de que, a lo largo de las últimas semanas, las cosas hayan empeorado todavía más como consecuencia de los grandes problemas por los que están atravesando los bancos de inversión estadounidenses, alguno de los cuales, como Lehman Brothers, ha quebrado. Porque la gravedad de los problemas de la economía española no reside en el huracán que está asolando el sistema financiero norteamericano, no. Aquí las cosas ya estaban muy mal de por sí y lo único que está haciendo el terremoto financiero del otro lado del Atlántico es ponerlas aún peor si cabe, una posibilidad con la que había que contar desde hace un año, cuando empezaron a publicarse informes y estudios acerca de los riesgos que corría la banca de inversión en Estados Unidos, sentada sobre una pirámide de aíre construida a base de derivados, o de productos estructurados, como los denominan ahora.

El Gobierno, sin embargo, nunca quiso saber nada de esa realidad. Al estallido de la burbuja inmobiliaria respondió tarde y mal, al incremento del paro sigue sin darle la respuesta adecuada, con la inflación no se atreve a meterse y campa tranquilamente por sus respetos y el déficit público no es que se esté disparando, como demuestran los datos de ejecución presupuestaria de los ocho primeros meses del año –el desequilibrio fiscal se situó en el 1,3% del PIB sólo en la Administración Central; habrá que ver hasta dónde llega cuándo se conozcan a fin de año las cuentas de las comunidades autónomas y las corporaciones locales, que están sufriendo de lo suyo–; es que el Ejecutivo está echando todavía más leña al fuego con las medidas y compromisos de gasto que presenta Zapatero. Y todo esto ocurría y ocurre mientras la consciencia acerca de la gravedad de la crisis llegaba hasta los últimos rincones del Ministerio de Economía, donde saben perfectamente analizar las cosas y extraer las consecuencias pertinentes.

Aún así, Solbes ha estado callado todo este tiempo y ha dejado hacer. Ha permitido que Zapatero siga con su estrategia de más y más gasto público que tan cara nos va a salir, porque va a disparar aún más el déficit público, lo que implicará, necesariamente y por desgracia, que los tipos de interés suban, la inversión y el consumo no remonten el vuelo y el desempleo continúe con su carrera alcista. Ha consentido también que la política económica de esta legislatura se limite a cuatro medidas populistas de cara a la galería en lugar de forzar, cuando menos, los debates acerca de las reformas que necesita este país para combatir una inflación, un déficit y un desempleo galopantes, mientras muchas familias y empresas se las ven y se las desean para salir adelante ante la carestía de la vida y la escasez de financiación que reina en estos momentos en nuestro país. Mientras sucedía todo esto, Solbes permanecía en silencio, sin decir apenas esta boca es mía y perdiendo un tiempo precioso para amortiguar, primero, la dureza con la que nos está golpeando y nos va a golpear la crisis y, después, para conseguir superarla lo antes posible, porque lo que se adivina detrás de la profunda caída del crecimiento, que puede extenderse dos años más, y no uno como dice el Gobierno, es una larga etapa de estancamiento económico.

Si Solbes hubiera hablado en su momento, Zapatero, probablemente, no hubiera tenido más remedio que empezar a tomar medidas... o cesar al vicepresidente económico. Pero, al callar, con su silencio culpable, Solbes se ha convertido en cómplice de unas actuaciones disparatadas en unos casos y de una dramática inacción en las demás que la economía española va a pagar muy caras. Ahora que ya admite no sólo que estamos en crisis, sino también que ésta es muy grave, el vicepresidente económico debería ser consecuente con sus palabras y empezar a hacer lo que exigen las circunstancias, que no es, ni más ni menos, que lo que se espera de su cargo.

En Libre Mercado

    0
    comentarios