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Emilio J. González

Nubes oscuras

Este panorama exige claramente una acción decidida por parte del Gobierno. Sin embargo, no la hay.

¿Qué va a hacer el Gobierno con la economía y los presupuestos? Al elaborar las previsiones económicas para este año, sobre las que se construyó el proyecto de cuentas públicas para 2005, el Ejecutivo dibujó un panorama poco menos que idílico, con un petróleo en el entorno de los 33 dólares y la fuerte recuperación de la economía europea como motor central del crecimiento económico español. Y con este telón de fondo, el Gabinete diseñó unos presupuestos con medidas de política fiscal que alimentarán el crecimiento del gasto público más allá de lo deseable incluso en ese escenario de color de rosa que perfiló.
 
Ahora, sin embargo, hay que afrontar una realidad con tintes mucho más grises de los que utilizó en su momento el Gobierno. Son las nubes oscuras que introduce un precio del petróleo que, lejos de bajar a los niveles que le gustaría al Ejecutivo, acaba de batir su récord histórico. De esta manera, la cotización del crudo OPEP ha superado esta semana los 48 euros por barril, frente al anterior máximo histórico de 47,01 dólares, mientras que el West Texas estadounidense se ha situado por encima de los 53 dólares. Por si no bastara con esto, hace apenas dos semanas que Arabia Saudí, el principal productor del mundo, sugirió que deseaba un precio del oro negro en los mercados internacionales en la banda comprendida entre los 40 y los 50 dólares por barril. Por ahora, la cotización de esta preciada materia prima esta dentro de esa banda, cerca del límite superior, y sin perspectivas a corto plazo de abaratarse.
 
El petróleo, por tanto, se encuentra en esos niveles que dañan al crecimiento económico. En realidad, lleva ahí varios meses y por si se albergan dudas acerca del castigo que está infligiendo la factura energética a la actividad productiva, no hay más que echar un vistazo a los malos datos de crecimiento de las principales economías europeas en el último trimestre de 2004 o a las desastrosas cifras de paro de Alemania en febrero, publicadas recientemente, que marcaron un nuevo máximo histórico, para comprender que las cosas no funcionan ni como se esperaba ni como sería deseable.
 
Por consiguiente, no es extraño que los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional o la OCDE, estén revisando a la baja sus estimaciones de crecimiento económico para 2005 y 2006. El Banco Central Europeo está haciendo lo mismo y la Comisión Europea, incluso, va a presentar en sus previsiones de primavera una revisión a la baja de las perspectivas de crecimiento para la UE hasta el 1,7%, casi medio punto por debajo de las actuales. Así es que la recuperación económica europea ha tocado techo en 2004 y en 2005 vuelven a pintar bastos, que pueden ser más duros de lo que se intuye ahora si finalmente se confirma que el dólar ha tocado suelo en su caída frente al euro, como parece, y empieza a recuperar terreno frente a la divisa europea, para agravar todavía más, de esta manera, el golpe del petróleo que, recordemos, se negocia en dólares.
 
España, que es una de las economías más abiertas del mundo, va a notar en sus carnes estos embates. No hay más que ver los malos resultados de la balanza de pagos, que arrojan un déficit exterior equivalente al 5% del PIB, el segundo más alto del mundo después del de Estados Unidos, para entender por dónde van a empezar a llegar los palos. Para complicar más las cosas nos vamos a encontrar con unos tipos de interés muy bajos en la zona del euro, mientras el precio del petróleo y la fuerte demanda de consumo público y privado en nuestro país presionan al alza a la inflación. Así es que se perfila ante nosotros un posible y preocupante panorama de menos crecimiento económico y más diferencial de inflación con la UE que seguirá restando competitividad y creando más problemas con el sector exterior y con el propio crecimiento a medio y largo plazo. Mientras tanto, los efectos de dinamización de la actividad productiva y del empleo de las políticas económicas puestas en marcha por los Gobiernos del PP muestran ya síntomas claros de agotamiento. Así es que nos estamos quedando sin impulsos económicos.
 
Este panorama exige claramente una acción decidida por parte del Gobierno. Sin embargo, no la hay. El famoso plan para impulsar la productividad no es más que mucho ruido y pocas nueces, porque no contiene medidas que permitan dar continuidad al crecimiento económico ni a la creación de empleo, ni corregir el déficit exterior o el diferencial de inflación con nuestros socios europeos. Tampoco se vislumbran en el horizonte proyectos de política económica que den un vuelco a esta situación. Lo que sí se percibe, en cambio, es el riesgo de que un crecimiento menor del previsto por el Ejecutivo combinado con la aceleración en el incremento del gasto público introducida por el Gabinete en los presupuestos de este año den lugar al resurgimiento del déficit público, con su derivada de tipos de interés al alza. O sea, ¿no quieres caldo? Toma dos tazas.
 
En este contexto, los socialistas quieren abordar el año próximo una nueva rebaja del IRPF. Probablemente, éste no es el mejor momento para llevarla a cabo, al menos en términos económicos porque en los políticos sí puede serlo si, como parece, el PSOE está jugando a adelantar un año las elecciones generales para no llegar a las urnas con una situación económica y laboral muy adversa. Además, conviene recordar que el canciller alemán, Gerhard Schröeder, hizo a  principios de esta década un movimiento semejante con una economía en declive y dio lugar a que se disparase el déficit público germano y a que fuese la propia Alemania que exigió la puesta en marcha del Pacto de Estabilidad quien le condenase a muerte y firmase su acta de defunción. El Gobierno haría bien en no perder de vista esta experiencia, por lo que pudiera ocurrir aquí. Y es que, aunque la economía española tiene unos cimientos muy fuertes con los que sostener el crecimiento, gracias a la herencia que el Gobierno del PP dejó al del PSOE, éstos pueden deteriorarse si no se toman las medidas de política económica adecuadas, cosa que, por desgracia, parece que no se va a hacer por ahora.

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