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Eva Miquel Subías

El límite de lo políticamente incorrecto

Me pregunto, retóricamente, si no habremos caído en algún tipo de obsesión que pueda estar rozando el surrealismo e incluso la ridiculez.

Hará una cincuentena de años que en los Estados Unidos se inició la denominada acción lingüística en aras de fomentar e impulsar la igualdad a través del uso del lenguaje. Así, las palabras se convertían en un instrumento eficaz para cambiar los hábitos sociales con respecto a una determinada posición política.

El poder, en definitiva, sucumbía a la palabra. Sin más. Se pensó que si el lenguaje era inocuo e inofensivo con respecto a la raza, a la igualdad de sexos o a las diferencias religiosas o culturales, se podía dar un paso adelante en la difícil tarea de evitar algún tipo de discriminación.

Nacía así lo que todos conocemos como el lenguaje y actitud políticamente correctos.

Pero como todo o casi todo evoluciona, el eufemismo no se ha quedado atrás. Y me pregunto, retóricamente, si no habremos caído en algún tipo de obsesión que pueda estar rozando el surrealismo e incluso la ridiculez.

Les pondré un ejemplo que me sucedió no hace mucho. Sería poco antes del verano, en una soleada mañana de un sábado. Isabel Gemio entrevistaba a Fernando Esteso, ya saben, el rey de la comedia española de los setenta. La pareja inigualable e imbatible del destape español junto con Andrés Pajares.

Recuerdo el preciso momento en el que la tostada vitamínica de mi desayuno cayó rodando por mi muslo al escuchar a la entrevistadora, contundente y rotunda, increpar a Esteso por la letra de su canción más conocida. Lo que viene siendo la Ramona Pechugona. Se acuerdan, supongo. Lo repito. La Ramona, pechugona.

Bien. Isabel Gemio, como si estuviera leyendo su tesis doctoral, le espeta, así, como muy seria: "Perdona, Fernando, ¿no se te ha ocurrido nunca cambiar la letra de una canción tan ofensiva con respecto a la obesidad y tallas convencionales, incitando al escarnio público?".

Así. Tal cual. Sin inmutarse. Les confieso que habría entregado en ese preciso momento mi alma al diablo por ver la cara del cómico.

La política, por supuesto, ha sido la primera en sucumbir a la instrumentalización del lenguaje. Del "compañeros y compañeras" habitual, a la arroba impersonal para evitar la masculinización del género, pasando por el top Aidístico, "miembras".

En los Estados Unidos ya se oyen no pocas críticas al respecto. Al respecto, básicamente, de su abuso. El denominado eufemismo social. El "persona de color", los "physically challenged" o tantas y tantas otras expresiones han dado paso, sin pretenderlo, a una vulgarización política de la palabra más común.

El lenguaje, totalmente entregado a su perversión, se ha convertido en un arma censora que penetra en informativos, en redes sociales, en revistas, en reuniones escolares y por supuesto, en los plenos de las Cámaras.

Un cantautor manifiestamente de izquierdas, Ismael Serrano, dedicó una canción -rondarían los finales de los noventa o principios del dos mil- a un diputado que se enamoraba de una menor. Así, en "Tierna y dulce historia de amor" relataba con todo lujo de detalles la conquista del parlamentario a la salida del colegio de la escolar y cómo la relación de ambos evoluciona hasta que sus padres y -literal- Pedro J, se enteran, acabando "como todas las historias de amor, al menos las más bellas, en tragedia".

Pero, y prosigo con las preguntas retóricas, no sé si la sagaz entrevistadora, siguiendo la línea del pensamiento política y asfixiantemente correctos, le habría formulado al cantautor una pregunta en términos similares, al hilo, en este caso, de una supuesta paidofilia, como la que le hizo, a bocajarro, al otro entrevistado.

Y permítanme, con permiso de la Ramona, que lo dude. Lo suficiente, por lo menos. Porque el lenguaje ha quedado atrapado también en el sesgo ideológico.

En España

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