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MÉXICO

Pueblo narcotizado

Como si les hubieran aplicado una anestesia general, gran parte de los mexicanos se está volviendo insensible a la violencia. Algo parecido ocurrió en Colombia a comienzos de los 90; los Extraditables mataban policías, jueces y periodistas, perpetraban atentados indiscriminados, pero la gente ignoraba tan trágicos hechos. Era como vivir en dos países distintos: uno sumido en el miedo y el otro, indiferente, pregonaba que nada sucedía.


	Como si les hubieran aplicado una anestesia general, gran parte de los mexicanos se está volviendo insensible a la violencia. Algo parecido ocurrió en Colombia a comienzos de los 90; los Extraditables mataban policías, jueces y periodistas, perpetraban atentados indiscriminados, pero la gente ignoraba tan trágicos hechos. Era como vivir en dos países distintos: uno sumido en el miedo y el otro, indiferente, pregonaba que nada sucedía.

En aquella Colombia, los políticos trataban de no perder su prestigio y algunos sectores de la sociedad los secundaban, para no dañar la imagen del país en el exterior.

Aunque cueste creer, especialmente tras la matanza de Monterrey, en la que sicarios del crimen organizado incendiaron un casino por una cuestión de deudas, cobrándose la vida de 52 personas, México apenas está entrando en el túnel negro del caos criminógeno generado por los cárteles de la droga.

Pronostican que a los 40.000 muertos que contabiliza la guerra contra el narco desde que asumió el presidente Felipe Calderón habrá que sumar otros 20.000 antes de que éste termine su mandato.

Calderón practica deportes extremos como el alpinismo y el buceo en un documental turístico de México que pasa la televisión. No le quito el mérito de querer mostrar un país maravilloso, porque en realidad lo es; pero no puede decir eso de que la violencia no afecta al turismo: sus paisanos ven ahí un chiste cínico.

La anestesia de la sociedad mexicana es una forma de complicidad, porque nadie puede negar los hechos atroces y el pánico que tienen los propios paisanos a ir, por ejemplo, a Acapulco, donde las matanzas son constantes.

La violencia sucede ante los ojos de todos y va en aumento, según los datos que me suministró el abogado José Antonio Ortega, laborioso luchador social que demuestra gran coraje al denunciar a un Estado incompetente.

En solo tres años (2007-2010), la ciudad de Chihuahua ha visto crecer su registro de homicidios dolosos en un 1.635%; Torreón, en un 1.333%; Ciudad Juárez, en un 1.213%. Ni siquiera Medellín en lo más duro del narcoterrorismo (1983-1991) vio crecer en más de un 1.000% el número de homicidios.

El zarpazo de la violencia lo sufren también países como Honduras, Guatemala y Colombia. Muchos se preguntan: ¿qué ha llevado a estas naciones a vivir tiempos tan funestos? Tras asistir a varios foros internacionales sobre la materia, he concluido que las causas están en la miseria, el abandono estatal, la marginación y la indiferencia social.

Hay un factor determinante que está íntimamente ligado a todo ello: la impunidad. Según el abogado Ortega, en México hay 300.000 órdenes de captura sin ejecutar.

La conclusión es que los Gobiernos han fallado. No han sabido administrar justicia ni ejercer la autoridad. La precariedad de las políticas sociales y educativas ha hecho que el pueblo tenga como alternativa laboral el crimen organizado. Ciertas autoridades han sido cómplices, y la inmundicia las cubre hasta la coronilla.

Sin lugar a dudas, México va camino del colapso social, mientras sus habitantes sobreviven narcotizados porque prefieren no reconocer que el futuro será peor.

Los mexicanos tienen el deber de cambiar ese destino, y solo unidos lo podrán hacer. Para ello deben desanestesiarse y hacer frente a los que llaman "violentos" con valentía y decisión.

 

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