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Chiraquiana

En esas condiciones, Israel podría con todo derecho, que los izquierdistas del mundo desvergonzadamente le negarían, rechazar la fuerza internacional.

No es probable que Chirac pase a la historia como genio de la política, pero al menos tiene cierto sentido del ridículo y alguna vergüenza torera. Tras cuidar de la grandeur francesa, siempre tan apegada a las apariencias y las viejas glorias, negociando de tú a tú con los norteamericanos una resolución sobre el Líbano que sirviera para recordar al desgraciado país el inane papel de protector que la historia supuestamente ha legado a la antigua potencia colonial, se da cuenta del bodrio que ha parido y del lío en que va a meterse y decide escurrir el bulto. El choteíllo nacional y planetario que se organiza le lleva a reconsiderar su incongruente posición y descubrir que, después de todo, el mandato para las tropas es suficientemente enérgico, como si uno de los redactores claves de la resolución fuera ajeno al mismo.

Ya lo dijo en una declaración al semanario Time en enero del 2003, un par de meses antes del derrocamiento de Sadam: Francia no es un país pacifista. Farsas internacionales sí, incluso puñaladas traperas al aliado principal, siempre que mejoren la posición del país, pero con la fuerza no se juega. Cuando los serbios se llevaron por delante a soldados franceses en Sarajevo el Presidente ordenó una represalia de sangre. En el 83, Hezbolá se estrenó matando a más de 60 soldados franceses y Chirac no lo olvida, pero no llega a tanto como para pretender que se cumpla la letra de la resolución 1701 y que las tropas internacionales procedan a desarmar a los terroristas. De hecho lo único que está claro en el mandato es que su formulación literal en el texto del solemne y vinculante acuerdo de Consejo de Seguridad no se va a cumplir. En esas condiciones, Israel podría con todo derecho, que los izquierdistas del mundo desvergonzadamente le negarían, rechazar la fuerza internacional.

Quién sabe si no es esa la secreta esperanza de Chirac y de los que renuentemente le han seguido. No es ese el caso de nuestro Zapatero dispuesto siempre a seguir a su patrón vaya a dónde vaya o a dónde no vaya, sin problemas de ridículo ni de vergüenza torera, contando con que el partido de la oposición no se opondrá, igual si va, si viene o se queda.

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