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El giro americano

Bush ha demostrado que sus amenazas son sólo ruido. Se desdijo en el caso de Corea del Nor-te y se ha desdicho en la crisis iraní. Estados Unidos no ha sido capaz de mantener el pulso en los términos que libremente había impuesto.

El Gobierno norteamericano ha ordenado al número tres del Departamento de Estado, Nicholas Burns, que se incorpore a la reunión que Javier Solana tiene prevista con el representante iraní para temas nucleares, Saeed Jalili. El acto supone una importante rectificación de la política seguida por la Administración Bush desde que se confirmó la existencia de un programa nuclear secreto iraní. Hasta la fecha el Gobierno estadounidense venía exigiendo como condición previa para tomar parte en un proceso negociador la suspensión de actividades de dicho programa.

Este giro vino precedido por otro europeo en el mismo sentido. En dos ocasiones la diplomacia iraní ha sido capaz de forzar la voluntad de sus oponentes, ganando con ello confianza. Una confianza que se ha visto reforzada por el apoyo diplomático, económico y militar ruso y chino, que hasta la fecha ha impedido la aplicación de sanciones graves contra los intereses iraníes en el Consejo de Seguridad. Por otra parte, la aplicación de las sanciones hasta ahora aprobadas ha sido sólo parcial, debido a la falta de voluntad de algunos Estados que, aún siendo partidarios de su aprobación como medio de evitar un nuevo conflicto bélico, no están dispuestos a asumir sus costes económicos.

El viraje norteamericano en su política hacia Irán se produce después de otro no menos importante en el caso norcoreano. Tras rechazar mantener conversaciones bilaterales, éstas se hicieron realidad. Los acuerdos conseguidos desde entonces son muy limitados, el cierre de la central nuclear de Yongbiong a cambio de un importante paquete de ayudas que incluyen cantidades de petróleo. Queda pendiente el segundo programa nuclear, en este caso sobre uranio enriquecido, que reconocieron tener y cuya existencia ahora niegan; las cabezas nucleares que hayan sido capaces de fabricar; su programa de misiles; y, por último, las actividades comerciales que hayan mantenido con tecnología nuclear o de misiles. En líneas generales, la Administración Bush ha seguido, después de años de críticas, la misma política establecida por la Administración Clinton, aunque desarrollada con mayor prudencia. Fueron engañados una vez y tratan de que no vuelva a ocurrir. Sin embargo, al ritmo al que van las conversaciones el tiempo juega a favor de Corea del Norte.

Bush ha demostrado que sus amenazas son sólo ruido. Se desdijo en el caso de Corea del Norte y se ha desdicho en la crisis iraní. Estados Unidos no ha sido capaz de mantener el pulso en los términos que libremente había impuesto. Se especula con la posibilidad de que detrás de las ambiguas respuestas iraníes en la última fase negociadora se vislumbre un cambio de posición. No disponemos de información para afirmarlo o negarlo. El tiempo lo dirá. Mientras tanto, sólo cabe dejar constancia de un éxito de la diplomacia iraní y de una nueva rectificación de la norteamericana, un capítulo más en el período más errático vivido por la política exterior estadounidense desde la II Guerra Mundial hasta nuestros días. Atrás queda la amenaza de atacar las instalaciones nucleares iraníes. Una operación también proyectada por los israelíes y que ahora se hace aún más difícil. Nunca presenciamos un mayor contraste entre los principios de la estrategia nacional y la ejecución cotidiana de la política exterior y de seguridad.

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