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La fortuna de Obama

Para Obama, el problema es que a nada que se resquebraje su algo exigua pero sólida base, puede entrar de nuevo en una barrena similar a la de hace un año.

Aunque Obama no está gestionando este desastre en las inmediaciones del área devastada por el huracán Katrina mejor que lo que fue el mismo Katrina, sus índices de popularidad siguen desde hace muchos meses clavados en el 48% y los de rechazo todavía un punto por debajo. Las oscilaciones son mínimas. Después de la espectacular caída del verano pasado, así han quedado las cosas. Obama ha perdido a dos tercios de los independientes que le votaron en noviembre del 2008, y a todos los republicanos que aclamaron con lealtad al nuevo presidente que no habían votado, llevándolo casi 15 puntos por encima de la cosecha de sufragios recogida, pero sigue disfrutando de un poderoso patrimonio de incondicionales que aunque critiquen muchas de sus políticas y le nieguen el apoyo a los candidatos que él promociona, no le retiran su simpatía personal. Así como su caída pareció durante unos meses incontenible, su posición parece ahora de pétrea solidez. Su partido podría experimentar algo cercano a una debacle en las elecciones parlamentarias del medio mandato, el próximo noviembre, pero él ni sube ni baja.

Ya se sabe lo veleidosas que son las fortunas políticas, pero el último golpe, viejo ya de varias semanas, la marea negra del golfo de Méjico, parece otra vez dejarlo incólume, si bien su reacción ha decepcionado, y su consabido discurso sobre el tema, siempre la confianza en el poder taumatúrgico de su palabra, se ha quedado sin defensores. Estas inquebrantables lealtades personales constituyen un fenómeno político interesante. Al fin y al cabo, la devoción por los monarcas unía antiguamente a los pueblos y constituyó la base de legitimidad sobre la que se construyeron inicialmente los modernos Estados nacionales. Las lealtades no se cambian tan fácilmente, sobre todo cuando llevan adherida una carga ideológica que la retirada de confianza al líder mesiánico pondría en entredicho. Por otro lado, a pesar del eco mundial, la mayor parte de los americanos que no son ribereños de las costas meridionales se sienten sólo ligeramente concernidos por el desastre local.

Pero al margen de esa desconcertante solidez de los índices, la crisis ecológica ha continuado el trabajo de zapa sobre el halo de carisma que aupó al personaje al poder. Esa incondicionalidad de los suyos es esencialmente defensiva, un bastión contra el enemigo ideológico. Las grandes esperanzas se han disipado, en las expectativas de cambio predomina el temor de que sean para peor. Los que creyeron que era un unificador que superaría las divisiones y un purificador que acabaría con las infinitas corruptelas políticas de la capital son los que ya le han abandonado definitivamente. Los que esperaban gigantescos pasos en la dirección de su soñado progreso, han bajado sustancialmente sus miras. A escala internacional, la obamolatría de los primeros tiempos va dando paso a la imagen de un fracasado simpático y lleno de buenas intenciones.

Para Obama, el problema es que a nada que se resquebraje su algo exigua pero sólida base, puede entrar de nuevo en una barrena similar a la de hace un año.

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