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Las malas cartas de Moratinos

Sobre todo aquellas dirigidas a directores de medios de comunicación, en las que expresa su disgusto ante opiniones vertidas por algunos comentaristas sobre el Reino de Marruecos, y de las que circulan ya varias fotocopias por los mentideros de Madrid.

Nuestro ministro de Asuntos Exteriores tiene un problema con la correspondencia. Dado que no sabe cómo mejorar las relaciones internacionales de España, tan deterioradas por su acción personal y la de su gobierno, se contenta con que sus homólogos se comuniquen por él por carta; misivas en las que lee e interpreta a su gusto lo que más le interesa.

Ya dio prueba de su particular sesgo cuando se filtró a la prensa la misiva que la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, le había hecho llegar sobre al traído asunto de la Alianza de Civilizaciones. En ella no se decía nada acerca del apoyo americano a la iniciativa de Zapatero y sí mucho sobre las condiciones para que los Estados Unidos llegaran algún día a apoyar algunos de sus programas concretos, cuando estos se materializaran. Pero Moratinos quiso ver el respaldo incondicional norteamericano a su política contra el cambio en Oriente Medio y Norte de África. Como si eso no chocara con la estrategia llevada a cabo por la Casa Blanca.

La segunda misiva que tanto ha alegrado recibir al ministro español proviene de su homólogo británico, Jack Straw, y tiene que ver con Gibraltar. El ministro inglés viene a decirle que cualquier cosa que pase en Gibraltar tendrá en cuenta la existencia del Tratado de Utrech por el que España concedía la presencia británica en la Roca. El éxito del gobierno español, por tanto, habría sido lograr la constatación de un tratado que tiene vigencia desde hace más de 300 años. Lo que calla Moratinos es que esta carta se escribe a raíz del proceso de autodeterminación abierto por los llanitos a través de su nueva constitución y el referéndum popular sobre la misma que tendrá lugar antes del verano. Straw quiere decir que ese proceso no debe conducir a la independencia de la colonia, pero el problema es que su punto de vista sólo queda plasmado en una carta explicativa, sin valor jurídico alguno y que cuyo contenido puede cambiarse unilateralmente cuando el propio Straw quiera, o cuando haya en el Foreign Office otro responsable, o cuando cambie el laborismo, o cuando venga un gobierno conservador. Osease, puro humo.

Por último, tampoco parece que le vaya bien a nuestro sonriente ministro en las cartas que él mismo envía. Sobre todo aquellas dirigidas a directores de medios de comunicación, en las que expresa su disgusto ante opiniones vertidas por algunos comentaristas sobre el Reino de Marruecos, y de las que circulan ya varias fotocopias por los mentideros de Madrid. Moratinos quiere que no se hable críticamente de nuestro vecino del sur porque quiere llegar a la cumbre UE-Marruecos siendo el más amigo del Mohamed. No importa que para ello nos traguemos nuestros intereses y los del Polisario, por no hablar del respeto a la libertad y los derechos humanos. Si todo eso pone en peligro la relación Madrid-Rabat, Moratinos prefiere olvidarse de nuestros valores. ¿Será que no son los suyos?

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