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Lo peor de todo

En el mundo islámico, quienes persiguen, combaten, denuncian o deslegitiman el yihadismo son una minoría, las más de las veces mal vista por sus correligionarios

El papel lo aguanta todo, y las complejas reflexiones sociológicas sobre el islam y el islamismo encajan bien sobre él. Que el Islam no se identifica con el islamismo, y que no todos los musulmanes se encuadran en el radicalismo o el yihadismo son evidencias teóricas que en tiempos de desasosiego serepiten una y otra vez en boca de políticos, periodistas e intelectuales. Como también lo es que asistimos a un conflicto ideológico-político entre musulmanes; o que son éstos, en términos cuantitativos, las primeras víctimas del yihadismo.

Pero no se trata de eso. Tan pronto como el voluntarismo europeo ha salido a la luz pidiendo un posicionamiento islámico contra la barbarie, se ha mostrado la peor cara del asunto: en el mundo islámico, quienes persiguen, combaten, denuncian o deslegitiman el yihadismo son una minoría, las más de las veces mal vista por sus correligionarios. Las pocas veces que en el mundo islámico alguien ha alzado su voz contra  la barbarie terrorista, ha sido marginado, perseguido o directamente eliminado ante la indiferencia mayoritaria.
 
De hecho, lo característico en las mezquitas y madrasas, tanto en suelo occidental como oriental, es que la hostilidad se dirige más hacia los musulmanes que denuncian al terrorista que hacia el terrorista. Y este es el verdadero problema, porque de hecho, si los líderes religiosos islámicos condenasen el yihadismo en vez de a sus víctimas, infieles, apóstatas o judíos; si los líderes políticos musulmanes lo deslegitimasen en vez de disculparlo y "contextualizarlo"; y si los regímenes de la gran mayoría de países árabes lo persiguiesen, deteniendo y encarcelando a los miembros de las redes criminales que operan en sus territorios, el terrorismo islámico no existiría o habría dejado de hacerlo hace ya tiempo.
 
Mientras esto no ocurra, la banalidad de que no todos los musulmanes son radicales ni apoyan el terrorismo servirá de poco, como no sea para calmar nuestra propia ansiedad. El hecho estratégico e ideológico fundamental es que no hay nadie que esté dispuesto en el mundo islámico a combatir la barbarie yihadista y acabar con ella. Y esta realidad, más allá de las teóricas reflexiones sociológicas o antropológicas sobre la relación entre religión y violencia, es lo peor de todo.

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