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GEES

Un pequeño gran secuestro

Sin mayores dificultades y probablemente sin ponerles la mano encima doblegaron la voluntad de sus prisioneros, que se prestaron a una farsa que puede merecer cualquier calificativo excepto el de heroica.

El viernes 23 de Marzo la Guardia Revolucionaria Islámica Iraní, no su marina regular, apresó a 15 militares británicos y trece días después, el miércoles 4 de abril, los liberó. Quizás el incidente se pierda en la noche del olvido pero para los contemporáneos es un enigma lleno de significados que deberíamos desentrañar por lo mucho que en ello nos jugamos. En su probable pequeñez histórica encierra importantes claves de lo que pasa allí y de lo que nos pasa aquí, precisamente porque aquí lo que pasa es nada menos que casi nada.

Como los datos escasean las especulaciones abundan. Una buena parte de los hechos a analizar son esas mismas especulaciones, reveladoras de todo un muestrario de actitudes, ideologías y mentalidades.

Del lado iraní lo ignoramos casi todo. Qué se proponían, quién se lo propuso, a qué tejemanejes internos dio lugar y cuál fue el saldo final en términos de facciones de poder. Pero es altamente improbable que haya sido un acto espontáneo de rabia por parte de los protagonistas del incidente. La Guardia Revolucionario Islámica depende de la autoridad máxima del país, el guía de la revolución, el gran ayatolá Ali Jamenei, sucesor de Jomeini y nada indica que los controles se hayan relajado. El presidente Ahmadinejad está vinculado a esa elite desde su nacimiento y ha seguido cultivando la relación con esmero. Él fue uno de los actores intelectuales del secuestro de los diplomáticos americanos en el 79, en los primeros momentos de la revolución, y su propuesta en las discusiones iniciales fue hacer lo mismo con la embajada soviética, sin importarle un comino la posibilidad de que dos formidables enemigos entre sí unieran sus fuerzas en contra el régimen naciente. En plena efervescencia de la exaltación revolucionaria su idea fue derrotada. No parece que haya cambiado.

¿Qué pretendían? ¿Un desafío, una provocación, una humillación, un tanteo? Probablemente todo va unido, pero cuál pueda ser el peso de cada componente se nos escapa. El hecho se produce la víspera de una nueva resolución del Consejo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con nuevas sanciones por la rebeldía nuclear de Irán. Días antes Jamenei la había declarado ilegal y había anunciado su rechazo. Se produce también cuando el golfo se está llenando de buques de guerra norteamericanos. Con el rapto, Teherán hace alarde de su desprecio por las presiones a las que se ve sometido. Más allá de eso, ¿busca una reacción militar, desea enconar la situación contando con que las tensiones alarmen al público occidental y lo movilicen contra Washington? Puede. Quizás nunca lo sabremos pero parece poco probable, porque tras el éxito del primer golpe hubiera estado en su mano en todo momento envenenar todavía más la situación.

Lo cierto es que entre medias se encontraron con que una humillación al principal aliado de los estadounidenses les venía servida en bandeja. Sin mayores dificultades y probablemente sin ponerles la mano encima doblegaron la voluntad de sus prisioneros, que se prestaron a una farsa que puede merecer cualquier calificativo excepto el de heroica. Los que no se habían resistido en el momento del ataque se prestaron a colaborar con sus carceleros sin regatear signos de aquiescencia. A partir de ahí, el régimen ya había conseguido mucho más que salvar la cara. Se había anotado una notable victoria. Explotar el éxito con la magnanimidad de la liberación era el paso lógico si el objetivo no era provocar el conflicto, a la vista de que la comedida reacción británica e internacional les hubiera obligado a ser ellos quienes dieran el siguiente paso en la escalada. La cosecha ya había sido suficientemente sustanciosa.

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