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George Will

De la cuna a la tumba

Un hombre de Kansas City había esperaba con impaciencia su retiro a Arizona pero ahora, según cuenta el Journal, "se figura que tendrá que aguantar otro par de años". Tiene 59.

Durante las presidenciales, cuando los candidatos afirman la existencia de esta o aquella "crisis" para la que ellos son la cura indispensable y suficiente, se estimula la hipocondría económica para que la sensación de sufrimiento prolifere. Recientemente, el Wall Street Journal, igual que un Joseph Conrad contemplando el Congo, examinaba la jungla económica actual y gritaba: "¡Horror! ¡Horror!"

Las caídas de los valores inmobiliarios y de la bolsa están haciendo que algunos norteamericanos pospongan la jubilación. Un hombre de Kansas City había esperaba con impaciencia su retiro a Arizona pero ahora, según cuenta el Journal, "se figura que tendrá que aguantar otro par de años". Tiene 59. Así pues, ésta es una nueva faceta de esta "crisis" con cabeza de hidra: el buen hombre que debe permanecer en el mercado hasta, pongamos, los 62 años, la edad más temprana a la que una persona puede comenzar a cobrar de la Seguridad Social, como hacen la mayoría de los cotizantes.

La proporción de personas de edades comprendidas entre los 55 y los 64 años en activo creció un punto porcentual y medio desde abril de 2007 a febrero de 2008. Durante este periodo, el porcentaje de norteamericanos mayores de 65 años que están trabajando creció dos décimas de punto. El Journal informa de forma siniestra que "la perspectiva de millones de ancianos que trabajan sin descanso en sus años de jubilación no encaja en el sueño americano".

¿Mande? La idea de que los largos años de ociosidad de la jubilación son un derecho universal es una falsa ilusión de reciente cuño. Alterados por la mentalidad de los derechos sociales fomentada por un Estado del bienestar que se extiende a marchas forzadas, los norteamericanos tienen hoy umbrales de dolor tan bajos que el sufrimiento se define como un ligero retraso en el comienzo de una jubilación subsidiada que con frecuencia dura un tercio de la vida adulta del jubilado.

En 1935, cuando el Congreso votó a favor de la creación de la Seguridad Social, la jubilación era un lujo disfrutado por un porcentaje minúsculo de la población. Allá por entonces, el Congreso hizo unas cuentas descuidadas: cuando fijó la edad de jubilación en los 65 años, la esperanza de vida del varón adulto americano era justo de 65 años. Si en 1935 el Congreso hubiera hecho coincidir legalmente la edad de jubilación a la esperanza de vida, la primera estaría hoy en los 75 años.

La definición estándar de una recesión (dos trimestres consecutivos de contracción económica) significa que aún nos faltan probablemente varios meses para entrar en una. El declive del 9,9% en el índice bursátil S&P 500 durante el primer trimestre el año llega a entrar a duras penas en la lista de las 40 peores caídas trimestrales registradas en la historia. Dejando a un lado la caída del 39,4% en el segundo trimestre de 1932, la economía no sufrió ningún trauma a largo plazo a causa de las caídas del 10,3%, el 14,5% y el 23,2% del tercer trimestre de 1998, el tercer trimestre de 1990 y el cuarto trimestre de 1987, respectivamente.

Es cierto que en enero los hogares unifamiliares de importantes zonas metropolitanas perdieron el 10,7% de su valor con respecto al enero anterior. Para encontrar una caída así en un año hay que remontarse a las tinieblas de la prehistoria, nada menos que a... los años 90. Además, la enorme mayoría de propietarios seguirá ganando dinero incluso después de que el mercado corrija la inflación inmobiliaria.

Además, entre comienzos de 2000 y mediados de 2006, mientras el índice de precios al consumo se elevaba un 21%, el precio medio de la vivienda crecía un 93%, y mucho más en algunas zonas (un 180% en Miami, 175% en Los Ángeles, y 150% en la capital federal, Washington).

No hace mucho existía un acuerdo en torno a que una parte demasiado grande de la riqueza de los americanos estaba vinculada al mercado inmobiliario de la nación, y que el principal obstáculo para la propiedad de la vivienda no era la escasez de hipotecas baratas, sino el predominio de precios elevados. De ahí que la deflación de los precios de la vivienda fuera deseable.

Hasta ahora, durante esta "crisis" el ritmo de compra de la vivienda ha caído apenas tres décimas de punto porcentual desde que llegara a su máximo en 2004. En la actualidad, aunque estamos en el 67,8% de ese nivel, seguimos por encima de donde estaba cuando el presidente Bill Clinton dejó el cargo.

Las hipotecas de riesgo son una pequeña minoría de las hipotecas, y solamente una minoría de los prestatarios de riesgo no está cumpliendo sus plazos. Presentar a esta minoría de la minoría como víctima de préstamos "depredadores" encaja en la narrativa progre de que la mayoría de los americanos es víctima de ésta o aquélla siniestra elite con fuerza impersonal, y no está preparada para enfrentarse a las complejidades de la vida cotidiana sin la supervisión del Estado.

Las consecuencias políticas de esto podrían, sin embargo, ser más complejas de lo que supone el coro de la compasión. El 96% de los prestatarios hipotecarios que están cumpliendo sus compromisos, a menudo economizando otros gastos, podrían convertirse en testigos malhumorados si muchos en ese 4% restante (aquellos que encuentran el concepto "tipo variable" un misterio impenetrable) tuvieran derecho a un relajamiento de sus obligaciones.

¿Y después qué? Los adultos que aún están pagando sus préstamos estudiantiles todavía no han anunciado su derecho a ayudas, pero podría ocurrírseles hacerlo mientras contemplan el drama de las hipotecas de riesgo.

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